sábado, 19 de marzo de 2011

Una bolsa al hombro cargada de soledad. (en cuatro entregas)

Es divertido escribirte así, casi sin conocerte. Esta cuestión de simpatías, generalmente es así... misterios de la inefable condición humana.

Vagaba mi sombra por oscuros recovecos arrastrando su silueta solitaria, entre polvorientos suspiros y goterones de lágrimas, que encharcaban los lóbregos pasillos de eterna soledad...
Y no es exageración.
¿Cuál es la realidad y cuál es la ilusión?
¿Dónde se esconden los duendes brillantes que nos deberían acompañar?
¿Somos nosotros los duendes y nos hemos olvidado?

Del otro lado, barrancas verdes,
de acá, estepa gris.
Al medio, un río manso.

Una isla sin nombre
verde, todo verde
y las lomas,
y nunca nosotros.

He esperado noticias tuyas, pero pareciera que la lapicera se quedó sin tinta.
En caso afirmativo, avíseme, estimada señora, que le mando un tanque de repuesto.

Somos unos perfectos desconocidos, que, letra va y letra viene, un poco se toman el pelo, y un poco, se toman el alma.

Lo mejor para matar las preocupaciones es viajar, claro, que viajar por viajar no es recomendable; yo recomiendo los viajes por el Brahmaputra, y si no se puede, recorrer las mesetas del Tibet al mismo tiempo. Puede llegar a ser saludable para curar la culebrilla, enfermedad ésta de origen ancestral, de cuando aún éramos medio reptiles y medio cosas sin saber ¿qué? (¿lo sabemos ahora?)
Hablando de saber, yo puedo saber muy bien si te portás bien o no, por simple interacción de posibilidades, una especie de cálculo de probabilidades, y sin máquina de calcular, o sea, una especie (y dale con las especies) de mística.

Opino que tenés una definida vocación por el amor, el matrimonio, cinco o siete silvitas, gran necesidad de cariño y apoyo para compartir tus cosas lindas y también los momentos tristes, que sabiamente transformás en lindos con tus palabras, tus gestos, tu sonrisa llena de dientes: en realidad me agarra la extrañitis aguda y me pongo bastante tarado. ¿Qué será?

Hace cuarentamil ochocientos setenta y cuatro años, dos meses y cuatro días con dos horas y pico que vivo a través de generaciones perdidas en la prehistoria, para llegar a este momento.
¿Y tanto se esforzaron para sobrevivir, para hacer las cosas cotidianas un poco mejor que ayer, para mejorar sus ahora ridículas herramientas? ¿Para llegar a este momento?
Me pregunto, qué sentido tiene toda esta vida de peces, de gatos, de plantas y de gente. ¿A dónde se quiere llegar en el tiempo? Será nomás que el único fin es la satisfacción de lograr la vida, "estar vivo" a través de sí mismo, como trillones de pequeños egoísmos felices con sus respectivas minúsculas existencias.
Y creo que está bien.

(Perdón por esta diatriba sobre especulaciones dialécticas)

Muy poca gente se da cuenta, recapacita, es conciente que está viva en este momento y que nunca más lo va a estar en el futuro, como nunca lo estuvo antes, por toda la eternidad.
Comparándose con los que vivieron antes y nunca más lo harán, se darían cuenta que son tan infinitamente privilegiados, como infinita es la eternidad.
Ahora bien, sabiendo esto, se está igual que antes... Y eso está bien.

(Resulta que me pongo un poco depresivo y si justo en ese momento escribo, me salen estas cosas)

Se pueden hacer muchas deducciones e incluso algunas que aparentan ser muy acertadas, pero todas las hacemos desde nuestro limitado medio, que es el hombre. Como si uno de esos peces que viven en las fosas marinas hiciese razonamientos acerca del universo.
Y sin embargo, su valor como ente es igual a cualquier otro, y ocupa su lugar en ese universo que no conoce.
¿Será por eso esa angustia metafísica que nos sobreviene cuando nos preguntamos por qué, para qué, cuándo, dónde, cómo...?

Y eso está bien.

He dicho: por hoy abandono este desequilibrio racional y estas meditaciones filosóficas.

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