viernes, 11 de marzo de 2011

Desnudeces del alma

Menuda, aunque decidida y fuerte, de mirada desafiante, tez cetrina y pelo hirsuto, María compone la imagen de mujer sufrida, de amazona toba o mataca, experimentada y rebelde, oriunda del Chaco Paraguayo, o de por ahí.
Es de aquellas mujeres que provocan a la vida y a quienes la comparten. Hasta el último minuto, en cada instante, aportan una pizca de fuerza. Sea por inercia, sea por la aplicación de una palanca portentosa, desafían hasta las leyes de la Física, para torcer el rumbo, para escapar de lo salvaje, para encontrar la mansedumbre, al fin.
La rescataron deambulando por los largos y tristes pasillos, homogéneos, sin rostro. Porque quienes le abren paso, curiosos, anuncian: Vean a la loca, se escapa, se raja. Ja!! Ja!!
Tres enfermeras la aseguran con una sábana a los tensores de la cama. María, chiquita, impotente, grita, se enfurece, se desquicia.
-¿Vos sos la Cecilia? ¿No? -increpa a la jefa de enfermeras.
-¿Quién es Cecilia, vieja?
-Entonces te disfrazaste de mujer. Sos Lara, me querís engañar -empuja con fuerza inaudita.
-¡Ahorcarme, no!! -putea y se desata.
-No, María, ahorcarte, no. Atarte, dije- con voz suave pero convincente -porque te querías escapar.
-Sos brava, vieja!!! -otra voluntaria ajusta y ciñe fuertemente el nudo.
Hubiese hecho falta un hombre, un operador, un camillero, para estas lides.
-Tomate esto -dice Mirta, impacientándose.
-No tomo nada -dice con voz grave y estira su corto brazo para arrojar el comprimido.
-¡Me quieren engañar! ¡Vos sos Lara, entonces me quieren convertir en demonio, Uds. -escupe ahora el medicamento y el agua rebota en uno de los rostros que la rodean.
-¿Quién es Lara? -pregunta el rostro mancillado, secándose con el dorso de la mano.
-¿Tu patrón? ¿Tu marido? -una a una preguntan, mientras vuelven a amarrarla, esta vez más firmemente.
Su mirada ha perdido el brillo altanero y la firmeza. Ahora sus ojos negros, negrísimos, van escondiéndose tras las cortas pestañas. Se aquieta su cuerpo, se revolucionan los recuerdos.
Las imágenes se suceden sin concierto, sin cronología, sin norte. Van hacia atrás, saltan al presente, se fugan hacia adelante, con los sueños de paz.
-Lara e' un hijo'e puta, ése!! -una voz estridente es una cascada que aturde a toda la sala; tapa los sonidos del televisor transmitiendo el tránsito a la hora de regreso a casa.
-Él no era mi papá, era mi padrastro. Y me violaba!!! -sus párpados se sacuden.
-A mí y a mis hermanos. Yo tenía siete años ... y a mis primas también -con gesto de desprecio.
-¡Magia negra!
-Hi-jo- e' ...-los párpados se cierran y las manos aferradas a los nudos van aflojándose.
Se suavizan las tensiones y los nudillos recuperan su color.

Las otras pacientes del pabellón, cuerdas, pero convalescientes, se ríen, se miran con picardía, mofándose, sin siquiera sospechar qué pasa por la mente de María.
-Es Alzheimer.
-Es mal de Parkinson, pero de la cabeza.
-Es alcohólica no recuperada.
-Es delirium tremens.
Todos aseveran, todos opinan.

Ahora se contorsiona violenta, en un vaivén de izquierda a derecha, sístole-diástole, diestra-siniestra, boom-boom, pum-pam!!
-Lara me hundió la cabeza -las uñas rasgan y se clavan en las sábanas, mientras se incorpora para dejarse caer, exhausta, en la almohada sudorosa y en el colchón mojado y duro, como piedra de sacrificio.
-Mi cabeza está adentro de mi cuerpo -grita y la voz de María sale estentórea desde lo más profundo de sus entrañas.
Es un miedo ancestral, un dolor de la raza. Las ataduras de las sábanas son las lianas de la selva subtropical.
Es Lara patròn. Es Lara capanga del obraje misionero. Es Lara salvaje.
-Lara, Juan Ernesto, así le decían, pero me engañó! Era el contrabandista que salía por las noches con los otros vampiros a conquistar mujeres -Su cabeza vuelve a sacudirse.
-De parranda salían, a chupar la sangre -Un sacudón eléctrico sobre la cama -¡Perro, perro, perro! ¡Gato, gato, gato! -Una dulce voz melodiosa canta un arró-rro, meciéndose sobre su vientre.
-¡Lagartos! Y Lara me violó y me engendró lagartos, no hijos.

Las cabezas de todas las camas se yerguen para ver y presenciar todo el espectáculo. Las que no pueden, se hacen lugar entre las cánulas, los barbijos y las bolsas de suero, aguzando los oídos.
-Ese es Lara, el que come gatos y perros y chupa la sangre, y junta poder...! -otra vez grita y enloquece cada vez más.

La desnudez primitiva de los cuerpos se ve en los baños sin cerrojos, por donde asoman ancas impúdicas, o la plena palidez femenina en las duchas sin cortinas.
Las declaraciones, y los terrores de María son desnudeces primitivas del alma.

-Él me cortó la cabeza cuando me violaba, y la empujó adentro de mi cuerpo, y me hizo mucho mal! -Ahora un llanto infantil. Es la niña mocosa de siete años, desgreñada, harapienta y con los pies renegridos (no, colorados, digo) y curtidos por la tierra costera del río Bermejo.
-Yo soy argentina, pero Lara es chileno. Ahora está hablando por la cadena nacional. Lo escucho y retumba adentro de mi panza. Tiene todo el poder, porque chupa sangre de nenas, de gatos, come perros y víboras, y habla de guerra...
-Habrá guerras en Argentina, en Perú, en Bolivia, en Chile no, y también en Holanda... ¡Pobre, la princesa Máxima, tan linda! -continúa informando a toda la audiencia.
-Y habrá temblores, muchos. Yo sé de sismos. Yo sé que hay que esconderse, porque se derrumba todo y no ves la luz, y los terremotos siguen... En Chile siguen los remezones, 9.3º escala de Richter - Sigue la cantinela.
-Te adoramos, Cristo, te bendecimos. -A coro, desde la puerta de ingreso, cuatro mujeres portando velas encendidas, se acercan en procesión.
Otra cantinela ya se atenúa en la 4º estación del Vía Crucis. Los cánticos se alejan.
-Cecilia, ¿por qué te disfrazás y me querís engañar? -los ojos de María se abren en éxtasis y revelación.
La negrura de sus ojos ahora es más intensa, como saliéndose de sus órbitas.
-Hora del comprimido... Paracetamol, 10mg. -De espaldas, Estela ofrece la medicación con un vaso de agua a la paciente de la cama ocho.
Como un gato montés, María, desde la cama nueve, ya liberada de sus ataduras, así chiquitita, pero poderosa, se abraza con piernas y brazos a la enfermera de turno, que tambalea. Ruedan al piso. María, la aguerrida paraguaya, hinca sus dientes en el cuello de Estela, expuesto e indefenso.

Punto final.
Silvia relee, satisfecha. Ha escrito desde la cama de hospital. Pronto le darán el alta, dicen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.