martes, 24 de marzo de 2020

Al abordaje del barquito de papel


¡Al abordaje del barquito de papel!

Las ciruelas me convocan con su rojez; las amarillas brillan y me sonríen.  Entonces, las protejo y las cubro de almíbar para acariciar su dulzura en tiempos de hábitos repetidos.  Delicioso olor del rocío en calma sobre el manzano. ¿Qué quiere decir esto? Cada gesto de la naturaleza es un guiño y me avisan, en el silencio inabarcable, que hay vida.
El silencio, decía, no me espanta. Me gratifica. Sin embargo, es un inquieto silencio. Es momento de introspección. ¿No debíamos detenernos ya? La liviandad de la farándula y la ramplonería de los shoppings. La frivolidad de los emoticones. Las corridas a no sé qué lugar, ni tras qué objetivo. ¿Cómo enriquecernos más pronto? ¿A qué hora atienden los bancos? ¿Cuántos objetos podremos comprar? La invención de los lenguajes para incluir… incluir ¿qué? No hace falta, si todos estamos inmersos en el mismo barco-planeta de las tempestades.
Es hora de acudir a nuestra fuerza interior y abordar el barquito de papel de los sueños, en la claridad del alba. No llegará el diluvio universal. Sobreviviremos. Ahora llueve, pero es una lluvia mansa, de ésas  que traen perdón. Por el este se ve una tenue luminosidad que toca los vértices del sol. Recuperemos la brevedad del crepúsculo y la calidad de los placeres. Eso es vivir en libertad. No nos subamos al arca de Noé, no nos lavemos las manos, como Poncio Pilatos, desentendiéndose de las consecuencias. Involucrémonos y lavemos las manos sólo con jabón.
¿Y las nutrias/lemmings, que dicen, en 1950 se suicidaban masivamente desde un acantilado en las costas escandinavas? ¿Stress? ¿Abuso? ¿Superpoblación? ¿Locura? ¿Violencia? Las razones suelen relacionarse con el suicidio de los humanos por motivos similares.
¿Y la manera de amar? Dos extremos hay: o nos devoramos con fruición en un goce desmesurado y artificial, o nos comprometemos a una larga costumbre a dúo, sin quitarnos las telarañas de la rutina. ¿Lo dice el derecho consuetudinario? Todo exige buena salud. ¿No podemos salir a hacer deportes? No importa; tenemos salud, si antes nos ejercitamos y hoy tenemos buen estado y espaldas para afrontar la crisis.
Hay una franja muy amplia que separa a los endiablados y los endiosados, los apocalípticos y los integrados (al decir de Umberto Eco) por lo tanto, sería interesante no ubicarnos en los extremos, para no suicidarnos, para no perder la sensatez.  Hay sobreabundancia de información, de la seria, de la subjetiva, de la oficial, de la extraoficial, de la tendenciosa,  por las redes, por las radios, por la televisión, que tanto nos apabullan. ¡Tanto cuesta hallar el término medio! Es urgente leer, escuchar, ver de todo en los escenarios globales, para luego sacar conclusiones según propio criterio. Y aprendamos, ¡que tanto nos falta por aprender todavía!
La lluvia lava. Hasta el mar ha perdido el azul profundo y los plásticos se enredan con las algas en los arrecifes, en la panza de las ballenas, en las anclas. El cielo, ya opaco, está tornando reflejos de plata y acero, doloroso a la vista de los que huyeron de las ciudades, temerosos. Una pesadez turbia estaba cubriéndolos con las brumas de la falsedad y la mentira, como si estuvieran prisioneros del cielo.
Volvamos a la estepa de la memoria. Recapacitemos. Intromisión en soledad se precisa.
El timbre de un tranvía invisible, que no es más que el autoparlante que proclama distanciamiento, está refutando la crueldad del dolor que hoy sentimos. ¡Ojo! Que una vez que el tren pasa, ya no lo podemos alcanzar.
Aún los pájaros aletean, no han abandonado las ciudades. ¿Cómo percibir un espacio sin pájaros y sin colores? Las pestes suprimen el porvenir, los desplazamientos y las discusiones. ¿Discusiones? Por qué, si cada vez nos estábamos acercando al abismo, con el peligro de caer y no poder subir más.
Ya finalizando este escrito me pregunto ¿Qué salió? ¿Un ensayo? ¿Una prosa poética? ¿Un artículo de opinión? ¿Una advocación del predicador desde el púlpito? Nada de eso. Es el producto de la vida interior que hay que recuperar en soledad. O en todo caso, como leí por ahí:  “La explosión del escribir radica en la alegría de comunicar”

sábado, 7 de marzo de 2020

Equilibrio ecológico

Equilibrio ecológico

La crisálida ya es una coqueta mariposa.
Con gestos de sorna y liviandad
juega a los bolos con la hipocresía.
Llena de ruidos todo el silencio.
Con vientos de gel, engomina las tristezas.
Ha perdido el tren furtivo de la espera.
Tiene la manía inevitable
de apartar la vista de los relojes.
En el almanaque de la vida,
Ya no borda el mantel verde de la esperanza.
Hoy, muñeca desencajada y frágil,
gime a la orilla del camino.
Sin sospecharlo siquiera,
una serpiente inmisericorde
la engulle despacito, y con desdén.

Tarde en sepia


Tarde en sepia

En el acantilado azul de los recuerdos,
en la abierta hermosura de los arrecifes
merodea en el hueco del sosiego.
Palpa los corales del olvido.
Explora en el bosque del tiempo.

Rescatar los límites
en el hilo del horizonte.
Blanquear las oscuras intenciones.
Percibir las caricias que sí dio.
Engañar la olvidada cartografía de los dedos.

Es la piel gastada de los días.
Es el tedio de las horas.
Son los silencios testarudos
que se esconden
en el remoto cajón de la memoria.

¿Cuánto tiempo necesita el olvido?
Sólo queda el aroma a lavanda
para pintar la soledad
y hurtar la distancia
en un verso sin tiempo.

¿Qué hace la gente cuando llueve?

¿Qué hace la gente cuando llueve?

La tarde ya tiene olor a lluvia, aunque todavía no llueve.
El serrucho de las bandurrias anticipa la tormenta. El gorjeo de las palomas en celo son sonidos muy particulares. La brisa, antes leve, se arremolina y una hoja de diario se estampa contra mis piernas. Fabrico, entonces, un barquito de papel para ponerlo a navegar en los charcos que se formarán luego de la lluvia.
Como un detective fisgón que pesquisa la sospecha de una infidelidad, me pregunto ¿qué hace la gente cuando llueve?
El carrillón de la casa de enfrente se sacude arrítmicamente, y ella sale con su paraguas azul, cuando la lluvia mansa acaricia sus mejillas sonrosadas. Al dar vuelta la esquina, el viento enfurece y el paraguas hace una pirueta, se retuerce y así, dado vuelta, va a caer en el jardín de una casa solariega.
Ya las canaletas chorrean violentas lágrimas sucias. No importa, se dice, es grato caminar sola y sin paraguas. Sonríe y puedo ver sus recuerdos de la niñez.
El paseo por el pueblo a la grupa de la burra Catalina junto con la gitanilla vecina.
El frío de la rana saltando por su espalda enhiesta y sorprendida, cuando su compañero, rumbo a la escuela, la puso por debajo de la capa engomada. Una sustancia extraña circula por la sangre y la deja estática y con el estupor en suspenso. Tiene memoria de esas sensaciones.
El chapoteo sobre el fango y el guardapolvo, de impoluto blanco, ya salpicado de barro.
El viento enfurece y ya quiere destartalar los techados, aunque ella goza dejándose empapar por la lluvia que aporrea los cristales y quebranta el follaje de los árboles del boulevard. Hacia él va. Los pezones friolentos pugnan por traspasar la blusa, mientras tararea una canción de Janis Joplin. El amor es una flor que asoma a través de las nieves amargas; es un sueño que tiene miedo de despertar…
Como una contraseña dice en voz alta: “Tengo ganas de llorar” para que él, como tantas veces había sucedido. Presiente que él no vendrá esta vez. Lo advierte en la modorra de las calles, en el ruido que perturba, en la promiscuidad de los objetos que se acumulan en las bocas de tormenta.
El dolor, la decepción y la soledad son ya un compilado de la muerte del amor.
La veo, al fin, alejarse bajo la congoja de las nubes. 

Puntuación y ellos

Puntuación y ellos
En la milonga se conocieron.
Ella, con falda de pronunciado tajo, muestra un muslo fuerte y aguerrido, pero sugiere (aquí pongo puntos suspensivos); se adivinan caderas portentosas que continúan suaves hasta una cintura breve. Los tacones rojos y las medias red fantasean contorneadas piernas. Y el escote, que él miró con deseo, desde el otro lado de la pista, también provoca (de nuevo los puntos suspensivos)
Hace un momento, él le había cabeceado. De saco negro y pantalón ajustado, luce una figura esbelta. Una fuerte cabeza engominada y peinada con peine fino contiene un rostro cerril, aunque tierno. Los ojos vivaces sonríen al par de sus labios, como dándole la bienvenida.
Ella acepta y contoneándose, va hacia el centro donde las parejas están bailando. Los acordes de un tango compadrón (1) suenan; ambos se trenzan en el 2x4 (2). Ambos saben que los pies tienen memoria de un ritmo casi olvidado. La loción con perfume a madreselvas, la subyuga. Una pierna fuerte se introduce entre sus muslos, y la hace girar sobre su centro. El bandoneón acompaña, sensual.
Hasta aquí los puntos seguidos dan contexto y los punto y coma, amplían el escenario y las descripciones. Ya he dicho que los puntos suspensivos sugieren y cada uno interpreta a su manera.
Al final de la pieza, la música se detiene, pero sus ojos quieren prolongar el abrazo; los suspiros son un hiato que interrumpe el espacio y el tiempo entre los dos. Se alejan, porque así son los códigos, mientras un bandoneón y las guitarras lloran un tango tristón.
El animador anuncia luego a otra orquesta típica y comienzan las milongas con un ritmo socarrón de cortes y quebradas. El rasgueo de las guitarras divierte con juguetona alegría.
Ella, la del escote profundo (la llaman Marlene) se encamina nuevamente al centro. Otro mozo, de impecable camisa blanca y sin corbata, le cabeceó (3) con el funyi requintado (4) porque antes la había relojeado (5). Bailan la pieza en completa comunión al son del contrabajo, el violín y el clarinete. Al finalizar, otra vez los puntos suspensivos. Él va marcando como rulitos por la espalda descubierta de la moza. Dibuja circulitos en cada vértebra y termina en caracol cerca del coxis. No la quiere abandonar. Ella queda trémula en la sala iluminada. Allá lo ve, al otro compadrito, quien marcha hacia el milonguero, con la dignidad que le da el derecho de ser el primero, con la prepotencia intacta y con la fiereza de animal salvaje
El vino o el champán han caldeado los ánimos. Marlene entonces escapa hacia su lugar. Las otras parejas despejan el espacio, dispuestos a presenciar la inminente pelea, pero los rivales saben que no es de hombres alardear para defender a una hembra.
Hay empujones, rencor y miradas furibundas. Van hacia el arrabal de la noche estrellada… No se sabe más, no se ve más,  pero todos presumen el brillo de las facas a la luz de la luna; todos infieren que al costado de la zanja, uno de ellos quedará vencido.
Una bordona (6) suena solitaria como una conjetura, desde el fondo del bodegón. El humo de los cigarros enturbia la luz del farol.
Ella, al ver que el del funyi regresaba, victorioso y desharrapado, deja caer una lágrima, justamente en la acuarela borrosa, sobre la redondez del punto final.


(1) Compadrón: joven de los suburbios, fanfarrón, chulo.
(2)  2x4 son los compases del tango.
(3) Cabecear: saludar e invitar a bailar.
(4) Sombrero colocado de lado.
(5) Mirar con insistencia y liviandad.
 6º cuerda de la guitarra, la más grave.