¡Al abordaje del
barquito de papel!
Las ciruelas me convocan con su
rojez; las amarillas brillan y me sonríen.
Entonces, las protejo y las cubro de almíbar para acariciar su dulzura
en tiempos de hábitos repetidos. Delicioso
olor del rocío en calma sobre el manzano. ¿Qué quiere decir esto? Cada gesto de
la naturaleza es un guiño y me avisan, en el silencio inabarcable, que hay
vida.
El silencio, decía, no me
espanta. Me gratifica. Sin embargo, es un inquieto silencio. Es momento de
introspección. ¿No debíamos detenernos ya? La liviandad de la farándula y la
ramplonería de los shoppings. La frivolidad de los emoticones. Las corridas a
no sé qué lugar, ni tras qué objetivo. ¿Cómo enriquecernos más pronto? ¿A qué
hora atienden los bancos? ¿Cuántos objetos podremos comprar? La invención de
los lenguajes para incluir… incluir ¿qué? No hace falta, si todos estamos
inmersos en el mismo barco-planeta de las tempestades.
Es hora de acudir a nuestra
fuerza interior y abordar el barquito de papel de los sueños, en la claridad
del alba. No llegará el diluvio universal. Sobreviviremos. Ahora llueve, pero
es una lluvia mansa, de ésas que traen
perdón. Por el este se ve una tenue luminosidad que toca los vértices del sol.
Recuperemos la brevedad del crepúsculo y la calidad de los placeres. Eso es
vivir en libertad. No nos subamos al arca de Noé, no nos lavemos las manos,
como Poncio Pilatos, desentendiéndose de las consecuencias. Involucrémonos y
lavemos las manos sólo con jabón.
¿Y las nutrias/lemmings, que
dicen, en 1950 se suicidaban masivamente desde un acantilado en las costas
escandinavas? ¿Stress? ¿Abuso? ¿Superpoblación? ¿Locura? ¿Violencia? Las
razones suelen relacionarse con el suicidio de los humanos por motivos
similares.
¿Y la manera de amar? Dos extremos
hay: o nos devoramos con fruición en un goce desmesurado y artificial, o nos
comprometemos a una larga costumbre a dúo, sin quitarnos las telarañas de la
rutina. ¿Lo dice el derecho consuetudinario? Todo exige buena salud. ¿No
podemos salir a hacer deportes? No importa; tenemos salud, si antes nos
ejercitamos y hoy tenemos buen estado y espaldas para afrontar la crisis.
Hay una franja muy amplia que
separa a los endiablados y los endiosados, los apocalípticos y los integrados
(al decir de Umberto Eco) por lo tanto, sería interesante no ubicarnos en los
extremos, para no suicidarnos, para no perder la sensatez. Hay sobreabundancia de información, de la
seria, de la subjetiva, de la oficial, de la extraoficial, de la tendenciosa, por las redes, por las radios, por la
televisión, que tanto nos apabullan. ¡Tanto cuesta hallar el término medio! Es
urgente leer, escuchar, ver de todo en los escenarios globales, para luego
sacar conclusiones según propio criterio. Y aprendamos, ¡que tanto nos falta
por aprender todavía!
La lluvia lava. Hasta el mar ha
perdido el azul profundo y los plásticos se enredan con las algas en los
arrecifes, en la panza de las ballenas, en las anclas. El cielo, ya opaco, está
tornando reflejos de plata y acero, doloroso a la vista de los que huyeron de
las ciudades, temerosos. Una pesadez turbia estaba cubriéndolos con las brumas
de la falsedad y la mentira, como si estuvieran prisioneros del cielo.
Volvamos a la estepa de la
memoria. Recapacitemos. Intromisión en soledad se precisa.
El timbre de un tranvía
invisible, que no es más que el autoparlante que proclama distanciamiento, está
refutando la crueldad del dolor que hoy sentimos. ¡Ojo! Que una vez que el tren
pasa, ya no lo podemos alcanzar.
Aún los pájaros aletean, no han
abandonado las ciudades. ¿Cómo percibir un espacio sin pájaros y sin colores?
Las pestes suprimen el porvenir, los desplazamientos y las discusiones.
¿Discusiones? Por qué, si cada vez nos estábamos acercando al abismo, con el
peligro de caer y no poder subir más.
Ya finalizando este escrito me
pregunto ¿Qué salió? ¿Un ensayo? ¿Una prosa poética? ¿Un artículo de opinión?
¿Una advocación del predicador desde el púlpito? Nada de eso. Es el producto de
la vida interior que hay que recuperar en soledad. O en todo caso, como leí por
ahí: “La explosión del escribir radica
en la alegría de comunicar”