jueves, 3 de abril de 2025

Hospital del amor

 Llegué por primera vez al grupo, muy similar a Alcohólicos Anónimos. Son unas doce personas sentadas en círculo en torno a la coordinadora.

--¡Bienvenido! Soy Elsa, quien va a ayudarte a desarrollar sus aflicciones en el amor. Sólo nos presentamos por el nombre de pila. --Eso me dio algo de tranquilidad. Ella es una cincuentona de pecho turgentes. Es lo primero que admiré, rubia platinada, vestido a modo casual. --¿Cómo te llamas?

-Soy Daniel. Pero vine a escucharlos a ustedes.--dije.

-Mi nombre es Ana, vieja concurrente al grupo.---Luego insto a los demás a continuar.

Así seguí. Un pelado medio panzón, con pinta de yuppie, una treintañera de cabellos canosos, cubierta de bijouterie y pircings, un hippy de la época de amor y paz, una petisita colorada de ojos extraviados, y varios más. Supe entonces que a todos nos unía la soledad. Mal de muchos, consuelo de tontos, pensé. Y yo, que soy bastante tímido, me dedique a escuchar ya observar. Por la puerta lateral entraba a pasó rápido, una mujer elegante pidiendo disculpas por llegar tarde. 

--stentes de esta cofradía nos van a contar las razones por las que decidieron venir y continuar. Porque aquí hacemos catarsis y nos ayudamos mutuamente para resolver nuestros errores y contradicciones. Hasta asistimos a festejos cuando el amor triunfó

-Soy Alberto, y como ya les dije, vengo a desenredar el complejo, que a mi edad, me sigue atormentando. Busco una mujer que no se parezca en nada a mi madre, que sea cariñosa, protectora, atenta y que le guste llevar las riendas del hogar. --¡Uy! De ésas ya no se fabrican, me dije en voz b aja, para que no me escuchen. 

-Adri, me llaman. Reconozco que los celos me tienen a mal traer; sufro de insomnio y tengo pesadillas recurrentes, como cuando sueño que mi pareja se demora porque esta teniendo sexos sobre el escritorio de su oficina con una morochas, con una rubia, con una adolescente, con una veterana, y nunca conmigo, que soy pelirroja.

-Me llamo Mercedes, pero me apodan  "Mechi"

Me cansé de recorrer playas, afuera ofreces, boliches, previas y fiestas electrónicas. Me di con todo como para tener sexo y gozar, aunque sea por un ratito.¿Saben qué me dijo un sexólogo? Que soy fregada. Y otro, que sufro de algo así como abstinencia o de qué? No me acuerdo, pero es todo lo contrario. Así que vuelvo a los tropezones cuando amanece. Sola. 

-Me dicen Dino y así me bautizaron. Siempre tengo que explicar que no es por dinosaurio, porque, como verán, no soy antediluviano. Las chicas me escapan. Hasta acudí al cura del pueblo para confesarme. Tengo miedo de rebotar, no sé distinguir las señales. Siempre me faltan 5 pa'l peso y ellas se lanzan sin empacho. Reculo porque me acuerdo de ka monja me decía que eso es pecado... y acá me ven. Sigo buscando alternativas. 

-¿Puedo hablar?--La chica sentada a mi derecha se anima. --Soy Perla. En mi caso, no puedo superar la traición, por eso me divorcié. Una vez, y sólo una vez, volvía al departamento luego de un viaje de turismo y encontré a mi marido en mi propia cama con la que suponía, era mi mejor amiga.

--Es tu turno, Daniel. 

-Mi problema es que me gustan todas, de cualquier edad, las pedejas, las viejas, las rebeldes, las sumisas y nunca me enamoro. Ya estoy en edad de sentar cabeza, ¿no? Me diagnostico yo solito. Siempre les encuentro algún defecto que no me permite escuchar los latidos de un corazón junto a mi pecho. No soy romántico,  soy muy racional.¡Al fin desembucha, qué alivio!

--Bueno, bueno. Parece que es hora de descontracturar. Les voy a contar un cuento que los hará reír. "El hombre del palo".-- dijo Ana.

Mis amigas me decían que los hombres no quieren mujeres inteligentes, que hay que ser "la más santa en la calle y l más pura en la cama". Estaba pisando los 50 ¡Y nada! Ni en las redes descubría un tipo más o menos potable, que me hiciera gozar como hembra en celo. Pase por casados en vísperas de separación, viudos que había que consolar, solteros viviendo con la mami...en fin, hasta que conocí a José. Le había puesto todas las fichas.

Fui a su departamento. Me había invitado a cenar. Todo bien, aunque la carne estaba requemada, como suela. Sabía que después del postre, los boleros y unos vinos, venia lo mejor. Iríamos a los bifes. Arrumacos, seducción, sexo salvaje y todo terminó más rápido que lo imaginado. Corrí al baño envuelta en la sábana,  me acomodé los rulos, revisé las pestañas postizas, apliqué un poco de rouge de esos a prueba de besos, y regresé para la segunda vuelta.

¿Qué vi? El troglodita de pelambre tupida, con una mano, se rascaba la panza sin pudor, como un orangután con su virilidad dormida. Y con la otra, agarraba un palo de escoba para buscar un canal de fútbol. Se ve que no le andaba el control remoto. "Espera, chiquita, dejá que me recupere" Me dijo. Así que agarré mis petate y raje de ahí, para nunca más volver.

--El humor nos sienta bien para reírnos de nosotros mismos. En la próxima reunión,  seguiremos profundizando. --Concluyó Elsa, me miraba, mientras zarandeaba sus senos abundantes abundantes. ¡Cómo me gusta!







viernes, 28 de febrero de 2025

De Babel a la RAE

 

 

-Y sí, ño, es asin nomás –me contestó por el tuit.                                                                                                     

Una rara avis española se había posado esta mañana sobre la torre de Babel. Me descambiaba las ropas gastadas de vagamunda, buscaba la toballa y escuchaba el cederrom de la R.A.E. ¿Para qué me iba a conflictuar por algún palabro que me suene raro?

¿Cuándo era? Me sumergí en la bañera con sales relajantes …  En setiembre o en otubre fue cuando el amigovio me invitó a recorrer la Europa Central y la del Este. No es por euroescepticismo, ni por latinoescepticismo, lo pensé, lo rumié tantas veces, y le dije que no. No es que sea una friqui, pero me dije “Mejor me busco un cumpa que sea un papichulo, que no sea un papahuevos, ni un tirifilo, ni un alfeñique, sino uno que tenga ganas de descubrir a los elfos en un bosque de la China, navegar en un paquebote por el golfo de Bengala, aspirar los vientos del Kilimanjaro, interpretar los frisos babilonios, leer las escrituras cuneiformes, cosechar el té o trabajar en los arrozales de Singapur, mirar en lo profundo de los ojos verdes de un cachorro de tigre del archipiélago malayo y adormecerlo con el dardo de mis ojos, para acariciar su pelaje rayado, conversar con un anciano jefe de cualquier tribu, admirar la sonrisa calma de una maestra de Ghana o tal vez, dialogar en spanglish con los tataranietos y  choznos del gran Genghis Khan.

El grito de mi madre interrumpió mis ensoñaciones.

-¡Nena! Vení a la mesa y dejá de soñar que ya están las almóndigas.

De amores y otras yerbas

Como en un ritual de sonámbulos, se huele el aroma de los impulsos vividos y la inercia; flota entre la bruma y el viento, una sonrisa agradecida por lo que fue. ¡Qué pueden saber los otros, si no amaron como nosotros? ¡A volar, mi amor!

Rojo clavel encendido. Amor, sosiego, memoria, risas. Cantan las mariposas etéreas. Porque la libertad es un corazón sin cadenas, una luz que relaja. Sabrás del origen y sabrás del destino. Hoy dices gracias; quizás mañana dirás “lo siento”. También perdón, digo. El corazón ardido le pide ayuda a la cabeza atribulada A veces, la razón prima sobre las emociones. Siéntate, alma, acariciada por el corazón. Siéntate, corazón, acariciado por el alma.

Supura hoy la nostalgia entre las grietas; una, por donde pasó la luz y la otra, por donde salen las penas. Amoríos fugaces de corazones traidores. Has abandonado el refugio, sin siquiera el sonido del adiós. Pero guárdate en mí por siempre. Un instante único y completo del pasado errante y un futuro incierto, mitad cuento sin final: el amor perdido, el amor presente.

Grito, aún sabiendo que es una alegría. Hoy recito el credo de los deshauciados y tarareo la balada de los abandonados. ¡Vamos a duelar, mi amor!

Al regreso iré despacio, en puntillas y en silencio, a ver el día para ser yo en soledad y en compañía de los recuerdos. Me sacaré el corpiño, arrojaré los tacones, alejaré todo lo que me hace daño y comeré sushi un sábado a la noche, mirando una peli de terror.

Siluetas y sombras chinescas

En una oficina pública del centro, hay una importante reunión para atender y resolver la urgente necesidad de depurar las aguas del gran lago del sur. Yo espero en el coche, que pronto termine.

Afuera llueve con fuerza y el agua cae como si cuchillos afilados quisieran incrustarse en la tierra, en el cemento, en las plantas y en las personas que circulan rápido por las veredas, van protegiéndose, como pueden, bajo los escasos aleros y las marquesinas.

Una chica llega hasta ahí, con los pelos enrulados y alborotados por el agua. Mira hacia el interior y ve a un policía y a un guardia que recién ha comenzado el turno de la noche. La hacen ingresar y luego de unos minutos ella sale y, parada frente al ventanal, sigue mirando hacia adentro. Ahora sí se coloca con parsimonia la capucha para no seguir mojándose.

-¿Qué se cree? ¿Por qué no sale? –sus labios parecen clamar y reclamar.

-Seguro que va a encontrarse con la rubia del teléfono, muñequita de plástico y manicura de largas uñas gatunas, escote sensual y lencería erótica –piensa. – O con la japonesa de los ojos rasgados…

No se escucha lo que sigue diciendo, porque la lluvia cubre todos los sonidos, pero puede percibirse el enfado en su pecho palpitante, mientras las gotas siguen resbalando por su campera, ya empapada.

Se abre la puerta principal. Ella detiene sus pasos y a unos veinte metros ve salir tras ella al guardia nocturno. El muchacho alto, sin sombrero, a grandes zancadas vibrantes, inclina su torso largo y esbelto y sin capa, como ayudándose a avanzar más y más, hacia ella.

No se ve más, porque en la esquina está maniobrando el camión recolector de basura y la mujer policía dirige el tránsito de hora pico, indicando a los vehículos no virar a la derecha. En la otra cuadra está el Poder Judicial y los obreros están vallando los alrededores. Se están preparando las medidas de seguridad porque comenzará mañana, el juicio oral por la muerte de un joven que delinquía, a manos de la policía, dicen.

Las palabras ásperas se sofocan en la discusión; se exaltan, se enardecen, las miradas se exasperan y luego, la reconciliación inevitable.

En la otra dirección, se han alineado unos cuantos coches brillantes de agua y limpiaparabrisas en furioso movimiento, tras una moto de gran porte que ronronea entre nubes de humo.

Por la vereda de enfrente, a pasos cortitos, como si aún llevara un kimono de seda bordado de templos, pagodas y casas de papel, la señorita Taka Mariko se apresura. Lleva una falda negra con un tajo profundo, botas de charol para lluvia y se cubre con un poncho calamaco y un sombrerito de pana oscuro. Taka ya se ha habituado a este lugar, desde que abandonó las rutinas de azafata en una aerolíneas oriental. Llega justo a tiempo y se sienta en ancas, en la moto del joven, el Marlon Brando del pueblo. Bajo su casco se adivinan unos rulos rubios indóciles; rebelde es también su indumentaria: pantalones de cuero y campera de gamuza marrón con largos flecos en las mangas. En la espalda mojada, una blanca calavera cruzada por bandas negras, como una efigie, mira la hilera de luces que brillan y hieren el pavimento. Debajo de las antiparras moteadas de gotas, también se adivinan unos ojos que, bajo una apariencia de severidad, parecen pedir como una plegaria, un poquito de ternura, como diciendo “porque… uno tiene que tener un amor…”

Mientras, esperan la orden de la oficial de policía para continuar la marcha. Se entrecruzan unas miradas con sabor a despedida, entre el muchacho de enfrente y la joven oriental. Desde la motocicleta, ven a la pareja besándose con vehemencia, bajo la farola que ilumina la lluvia intensa.

Como ramalazos, como oleadas en technicolor, la señorita Taka recuerda los encuentros furtivos con el muchacho que ahora besa con pasión en la esquina a la chica de rulos ensortijados.

Sobre las esteras, cubiertas de almohadones de seda salvaje, él la amó. Y salvajes y breves fueron esos instantes con él, los que le sirvieron para olvidar aquel terrible episodio en ese vuelo, en ese viaje que no hizo, cuando no fueron oídos los mayday del piloto y de la tripulación, antes de que el avión se estrellara cerca de Kioto.

La nariz quebrada del motociclista (y boxeador) se impulsa hacia adelante y parten. Una sonrisa como una luciérnaga inquieta, entre sus diminutos dientes blancos, deja entreoir un Sayonara nostálgico, mientras se alejan entre el rumor citadino.

Fuera de ese escenario ya, brindarán: él, con un buen vino torrontés, y ella, con una copita de saki. La señorita Taka se entregará como una geisha sobre el tatami. Gotitas de sudor perlarán su rostro blanco de porcelana y tranquila, tímida y vulnerable, como una bailarina de Kabuki, verá un lago acolchado de lotos blancos.

Para hacer más amena la espera, escucho una canción. La voz metálica de Brian Adams me habla de amor, de una mujer y de un instrumento musical poco común. Y sueñó que un Marlon Brando robusto, de cintura gruesa en sus setenta años, me toma por la cintura y bailamos. Mi vestido blanco, de amplios volados vaporosos, se confunde con la playa plateada de luna, de espuma y de caracolas.

domingo, 2 de febrero de 2025

Blanca, la atormentada

 Blanca tiene la tez pálida, como un cúmulo nuboso en los cielos de verano, cuando se espera la lluvia. En los días brillantes de sol, sus ojos son azules. Azul lavanda, diría, como si ese color y ese aroma le diera la calma que tanto necesita.

De mirada huidiza, el azul se torna gris, cuando anticipa la tempestad que seguro vendrá. Hasta puede vaticinar rayos y relámpagos en medio de los truenos.

¿Vieron que hay gente que se queda quieta y se paraliza cuando el humo de los pensamientos comienzan a desarmonizarla? Es preciso, entonces, descolgar del tendedero los vestidos del miedo. Por el contrario, otros miran a los ojos, y sonríen más que con la boca, con los ojos. Son los que buscan comunicación y socializan aún con desconocidos.

 Pero la mujercita en cuestión, camina mirando el suelo, sólo ve zapatos de transeúntes apurados; nunca viste ropas llamativas, como para atraer a las mariposas. Un rostro opaco, así jamás será motivo de encuentros, ni siquiera con los pocos recuerdos felices.  Tampoco hallará alivio. Por las noches, casi siempre, los demonios la acechan y no le dan respiro para alcanzar el sosiego.

-Tenés que hacer trabajo físico, gimnasia, no sé, para dejar el cuerpo cansado y vas a ver que dormirás como tronco.

-Vamos a seguir un tratamiento con psicofármacos, Blanca, para ahuyentar a esos fantasmas.

_¿Y si te centraras en una introspección? Autoconocimiento, le dicen.

-Dejate de joder con tantas vueltas, No te empastilles más…

-¿Y si ves a un a curandera o una bruja?

-Probé con todo ya. Medicina tradicional, Medicina alternativa. Y lo único que tranquiliza mi angustia, son las tisanas de hipericum, que se hace con hojas y flores… Pero, de nuevo, en mitad de la noche, y aún con el velador prendido, veo sombras, vuelven esos malditos y sufro cada vez más.

Un sujeto muy entrometido que escuchó esa última conversación, se animó a aconsejarla.

-Señorita, perdón por la intromisión, oí todo y no puedo contenerme. Para sus males, lo mejor es poner entre la funda y la almohada, una bolsita de semillas, flores y hojas de lavanda. Verá que podrá dormir ocho horas seguidas sin complicaciones.

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Ahora sí, en secreto, está presente aquí, en nuestra tertulia, el último personaje de este relato. Se llama Oscar. Lo invito a deleitarnos con su conversación, al momento de abrir el micrófono. Gracias.

Bodegón y farol

 En la barra de madera lustrada y lisa (tantos parroquianos se acodaron ahí para matar las penas), un gitano en una punta, y un malevo en la otra. El primero mira al otro y luego de apurar la copa, se acerca con paso lento y dubitativo. Los tengo vistos a estos especímenes. Antes, se asegura que el varón recio y engominado no lo vaya a rechazar también. No está dispuesto a aceptar otro nuevo fracaso.

    El boliche ya está quedándose solo; los mozos van subiendo las sillas sobre las mesas cuadradas, no sin antes repasar con la rejilla húmeda, las manchas de café o de copas. Se han retirado ya las mujeres y esos sub-hombres de mala muerte, que suelen concurrir al bar; han cerrado la puerta de entrada y ya comienzan a barrer todo el salón.

-Te vi y no más pensar. No te lo vas a creer. Este chulo ha recibido un mogollón, igualito al mío.

-Tenés razón, pibe, y no me voy a cabrear. Siempre hay un roto para un descosido. Si se te ve en la jeta, nomás –Se alisa las crenchas, lo mira desafiante y vacía la ginebra de un solo trago -¡Eh, hombre! –llama su atención y señala con el dedo el vaso vacío, para que lo vuelva a llenar.

-De momento, que estoy pa’ chascos nomás, te voy a decir que soy un tontaina, y que se me suelta la lengua cada vez que tomo un par de copas. –el último ajenjo ha dejado en el vaso un jugo verde como la hiel.

-Metele nomás, purrete, que ya te juné de entrada. Desembuchá –prende otro faso con el pucho todavía humeante, que casi rebalsa del cenicero de vidrio cachado. Otro de chapa, el de la marca de Fernet se enfría también repleto.

-¡Fíjate que si ha llovido!... que mucha agua corrió debajo del puente, que ni hoy que es viernes me he ido de putas. Esta última bronca con la Lola me ha dejao así –y se señala las tristes pilchas, el funyi entre las manos, arrugado y maltrecho – que hasta me duele la tripa, te digo.

-Si no es la tripa, será el bobo. ¿Sabés por qué se llama bobo? Porque el corazón se pone como tonto cuando te enamorás. Creo que es una pena de amor, es ahí adonde se te hace un struncio. Seguro que es un berretín. Ya va a pasar, porque a las minas les gusta hacernos estrolar y después disfrutar de sólo vernos, como piltrafas, como zaparrastrosos. Así estoy yo, pero ahora no te voy a contar.

-Estoy fatal, hecho un gilipollas, te digo. Es que las tías son de la hostia. ¡Joder! –para darse ánimo pide otra copa – Y yo, que me la veía venir, ya estoy presto con el porrón de ginebra, atrás del mostrador.

-Vivíamos en un bulín hace como dos años. Bueno, pues, ya te digo, y estábamos de puta madre los dos, porque fíjate, hasta me había cogido cariño, y yo me había propuesto vivir con ella hasta los restos. Pero ahora, ¿qué tía va a enrollarse conmigo, así como me ves?

-Algo así me pasó con la Fany –un gordo lagrimón comienza a caer por la cara lampiña y cae en un periquete. Da un puñetazo brutal, hasta hacer tintinear el botillerío expuesto en la estantería. Y eso lo digo yo, que me dieron ganas de asestarle un mamporro, hasta dejarlo muermoso, pero no. Un cantinero tiene que atender bien a sus clientes, y tenerles la vela.

-Hay mucho chulo de vida estrecha, mucho bocazas, mucho cabrón suelto, y le fueron con el cuento. Que yo andaba con una guarra de ésas del estriptis y que después, entre polvo y polvo… y luego…-entonces se calla y no me puedo contener.

-Una verdadera putada –le digo.

-Dale, viejo, convidanos con una caña. No amarroqués más, que esto se está poniendo posta. ¿Vos sos mi gomía, no?

-Hay que tener cojones pa’ aguantar. Me preocupé por lavarle la cara a la pieza cochambrosa donde vivíamos. Me pirraba para vivir mejor. Que bocatas de gallinejas, una tortilla, unos pescaítos fritos… ¡qué gloria bendita!… Todo me costó un huevo y parte del otro, hasta que me fui quedando sin un puto duro y ahora… vamos por culo.

-Cuando empiezan las broncas, te empezás a mosquear –agrego un bocadillo, mientras les lleno las copas.

-Hasta que la sangre llegó al río –el compadrito enfila pal ñoba. Yo sé que no va a poder embocar y me va a chorrear todo de meos, y después hay que tirar criolina pa’ desinfectar.

-No, nunca llegó al río. Que dormir sola es igual que no tener nada, decía y yo la follaba despacito, y no le alcanzaba – El gitanillo tiembla y llora a moco tendido. Entonces les alcanzo dos fecas.

-¡Pues, quita de ahí! –grita – Ruina total. Yo sé que lo hizo aposta. Empezó a ponerse como bandera, y a salir. Na’… que no tiene palabra, ni seso, ni nada adentro, y decía que yo era un tacaño y un celoso…

-Ya sé cómo sigue la historia –el temblinque del malevo hace vibrar el aire. Aunque creo que éste es un cafiolo, porque de su dedo meñique, el que levanta para tomar el café, brilla un oropel. -A mí también me pasa algo parecido. Mal de muchos, consuelo de tontos…

-De tanto cariño que le tenía, empecé a cogerle manía. ¡Hay que tener cojones…! de puro coña que es, se le olvidaron las agujetas, se convirtió en un pedazo de bruja, una arpía. Qué más te puedo decir. Todo eso ya me lo sudaba… y se enrolló con un chavalejo forrado de pasta, de esos fotógrafos que andan en las corridas de toros.

-Fin de la historia – me apuro a decir –José, llevá a estos dos hasta la puerta y ponele tranca. El olor de aserrín y querosene va impregnando el salón. Veo por la ventana que los dos van del bracete, sosteniendo sus penas, por el medio de la calle mojada. Ahora se detienen y están agarrados al farol de luz mortecina.

Desde la ultratumba

Indiscretos fisgones, a partir de un sortilegio pierden la razón y la cordura. El misterio de lo desconocido es tentación para los audaces.

El silbido del viento rechifla en las chapas, golpetea las ventanas, hace crujir las maderas. El miedo no los amilana, aunque a ellos le castañeteen los dientes y les tiemblen las rodillas. El frío les socava las fuerzas.

-Busquemos allá, donde aparece esa mancha de humedad. Dame el martillo. –Son Alina y Roberto que van tras un sueño de aventuras que no pueden desechar.

-Yo lo soñé, y éste es el lugar. -El solterón, el ermitaño, era tacaño (valga la rima y la cacofonía). En todo el pueblo decían que guardaba una fortuna que nunca compartió. Cuando murió, el olor a cadáver podrido, delató el suceso. Revolvieron todo, y nada; se llevaron muebles, canillas, recuerdos… y nada.

Robertito y Alina no habían probado en el cementerio, en la fosa común, donde van a parar los indocumentados. Tenían que hallar la ocasión para salir de noche y con linternas.

Ya mayores ingresaron a la casa destruida. Hubo murmullos como pajaritos contándose un secreto. Si de día la casa se veía tenebrosa, al ponerse el sol, parecía una película de horror clase B. Los techos bajos de madera crujían. ¿Será el viento que ulula afuera o el espíritu del viejo, poseído, habla una lengua extraña?

--Qué, ¿te agarró el cagazo?

--No, imposible, si ya conocés mi audacia desde niña.

--Sí, pero ¡todavía hoy vas a la curandera para que te tire el cuerito o te cure el mal de ojo, recitando padres nuestros, mientras mide con un centímetro de costura!

Bajo la mesada, una gran mancha de humedad y unos ladrillos flojos, les indicaron que ahí tenían que romper, y allá, donde alguna vez una vela titilaba, todavía puede verse el chorrete de cera.

-Dale, no jodas,  yo saco unas baldosas por acá, y vos, metele con la masa.

Pese al miedo y el frío, ella sonríe recordando aquellos momentos de la pre-adolescencia.  -Vamos a la casa abandonada. -Está en las lindes del pueblo. Alina lleva de la mano a Robertito. -¿Me mostrás tu pilín? -¿Te bajás la bombachita? Primero nos observamos con atención. Estábamos descubriéndonos.

--Conozco esa mirada pícara. Pero ahora, a lo que vinimos…

De un parante podrido asoma un gusano gordo que parece burlarse de su inocencia. -Pero yo leí que la aparición de gusanos en una casa indica que son guardianes de tesoros terrenales. -Alina está entusiasmadísima.

-Yo lo soñé. – Robertito trata de hilar la secuencia de ese sueño, pero las imágenes se esfuman. Él ya es Roberto, con el que Alina soñó siempre. Ambos, como antenas telepáticas, recuerdan lo mismo en esa primera incursión al misterio de la vida.

Un silencio sofocante se apoderó del ambiente cuando apareció una lápida desdibujada por el tiempo y el óxido. Alcanzaron a ver un mensaje de ultratumba:

“Los monstruos de la noche los guiarán”.

La luna de abril iluminaba la fosa, cuando una mano huesuda atrapó a Roberto y lo sumergió en las profundidades de la tierra removida.

-Mamá, ¿cómo murió papá? – Alina no supo responder al misterio.