lunes, 30 de octubre de 2023

Panóptico

 

Es un ataque a la intimidad,

cuando la libertad es amenazada.

Una inquietante premonición,

un aliento metálico.

Frío de desamparo.

Eco del miedo

en la callada tibieza del refugio

que tiene olor a bunker.

Vigilancia y control inminente.

Una insoslayable verdad.

Así como un jarrón roto

pegamos los pedazos

para reparar la vida.

Como el tronco añoso de la hiedra,

nos aferramos a la pared

cuando en la noche se entristece el silencio.

Para otros, la sobrevivencia

es sólo participio pasado.

En tres tiempos

 

Saboreo la añoranza.

Destapo la congoja y la libero.

Transformo la pasión en el temblor de un recuerdo.

Presiento el olor esencial de la imaginación.

Me trepo al silencio compañero o

me escondo tras la máscara protectora.

Expulso el agua generosa del olvido.

Salgo del letargo rutinario y de la nebulosa de la nada.

Camino en los surcos promisorios.

Sacudo la esquina triste de la duda.

Me sujeto un par de alas y me monto

en la nube esponjosa de la ilusión.

Inauguro una mirada nueva con los ojos de la memoria.

 Me prendo a los tientos de la historia.

Soy canto rodado que lleva el río.

¿o atascado en un socavón árido? o

¿espectador pasivo al costado del camino?

Seré el último grano de arena del desierto.

Secretísimo

 

 

Entre la tía Amalia y yo, desde siempre hubo secretos. Cuando era una niña, ella me llevaba de la mano a caminar por el pueblo. Eso era en vacaciones de verano, durante la licencia de mi padre, su mellizo. A regañadientes la abuela Margherita nos dejaba salir (los papis también), siempre después de las lecciones de lectura y escritura y las cuentas.

-Tenés que ser maestra cuando seas grande. No pude estudiar en este pueblo perdido. Mi futuro será casarme con un buen hombre, ¿pero dónde lo encuentro? -Yo sonreía y aceptaba el reto. Callarme y comprender.

Ella tenía un cuaderno donde escribía poemas de amor, que me leía y luego yo recitaba. Todos los días a la misma hora del mediodía, íbamos a la estación para ver pasar el tren hacia el norte, con unos pocos pasajeros.

-¡Mirá tía, ese señor se saca la gorra de cuero y te saluda! -ella, con los ojos iluminados respondía el saludo del maquinista inclinando la cabeza y yo aplaudía frente al monstruo negro que escupía vapor negro y seguía muy lentamente.

-Ya tiene casi 30 y ningún novio a la vista- escuchaba a las vecinas, al pasar.

-Dicen que me voy a quedar solterona, pero no saben nada esas chusmas. -Me cerraba la boca apoyando un dedo sobre mis labios, y un guiño, porque ya sabía que era un secreto.

De regreso veíamos la silueta de la nona con los brazos en jarra en la puerta cancel, y seguramente con el ceño fruncido nos recriminaba la demora, porque ya estaba listo el puchero.

El otro verano, el caballero le tiraba una rosa, o una flor silvestre, hasta un bollito de papel, que ella escondía en su bolsillo. Todo parecía augurar un romance muy próximo.

 

Hoy, en el velatorio de la tía Amalia puedo escuchar el llanto y los lamentos de la parentela. Recuerdo el alboroto que ocasionó la huida de la tía Amalia en la familia y en el pueblo. No se hablaba de otra cosa. ¡Qué barbaridad, dejar sola a la madre viuda! ¿Cómo puede ser eso? Últimamente no iba a la iglesia. ¿No escuchaba al cura? La fe cristiana queda por el suelo… Escandalizaban.  ¿Ella sufrió o fue feliz? -Me pregunto.

Cuando fui mayor y fui a estudiar a la ciudad y me alejó por unos días en casa de Eduardo y la tía. Ocurrió una situación que mantuve con total hermetismo, hasta este momento en que escribo. Eduardo aprovechó la ocasión para meterse en mi cuarto, cuando la tía había salido hacia la feria de los sábados para conseguir verduras frescas, pescado y carne. Esa vez, con una certera patada donde más les duele a los hombres infames, lo saqué violentamente. Siempre mantuve ese secreto, y más aún cuando me fui a la pensión, porque la tía Amalia no se merecía tal humillación.

En su lecho de agonía, ella me agradeció por haber sido leal a las promesas. Su voz era un hilito a punto de cortarse. Entonces valoré toda su valentía para perseguir sus sueños. Los secretos que se divulgan terminan deformándose y se matizan con prejuicios que para nada contribuyen al respeto por el otro.  Había sido muy perspicaz al interpretar, aunque sin corroborarlo, aquel suceso. Porque hay miradas, hay señales que son pura intuición, pero se acercan mucho más a la verdad. Ojos libidinosos de su compañero hacia mí. Cruce de miradas furibundas sin un grito…

Alcancé a oír, cuando acerqué mi oído una confesión. Tuve una aventura con el verdulero, pero esto es secreto bien guardado. Pude contener una sonrisa y luego de una pausa, entre suspiros entrecortados, dijo: No desperdicies tu tiempo. Disfrutalo, que la vida es bella.

Los Diógenes

 

 

Hay muchos modos de sufrir el síndrome de Diógenes. Son los que retienen objetos, desperdicios, hasta basura, sin poder desprenderse de ellos. Son los acumuladores compulsivos de todo aquello que para otras personas no tienen valor y lo descartan. Se destacan por su aspecto desaliñado y debo decir, despojados de prejuicios.

El accionar de Diógenes de Sinope (412 a.c.) se manifestaba en la manera de vivir con lo justo y necesario. Vivía rodeado de perros callejeros, instalado en un caño relleno de paja, en el centro del Ágora de Atenas; pedorreaba con desparpajo. Un excéntrico, de la Escuela de los Cínicos, discípulo de Antístenes.

Conocí un Diógenes contemporáneo en la ciudad de Córdoba, que llamaban Arístides, tal vez, por la semejanza fónica del sabio griego, o por ignorancia, o vaya a saber por qué razón. El ropavejero vestía un traje andrajoso lleno de pelusas y en la solapa, se balanceaba uno de sus gatos preferidos, que no se animaba a saltar; él convivía con los gatos, y cuando tenía hambre, mataba uno y lo ponía a cocinar en la olla abollada sobre el triste fueguito que encendía en el zaguán. Emanaba un olor acre, el de los desequilibrados, de los que consumen los fármacos que les receta el psiquiatra. Supe que se bañaba en la canilla del patio comunitario, a la vista de toda la vecindad, cuando ya su aspecto insalubre lo requería.

El otro Diógenes pensaba en la necesidad de eliminar todo aquello que no fuese vital; hijo rebelde de un banquero, en su destierro desde la costa turca del Mar Egeo, rechazó la falsa moneda de la sabiduría convencional y demostró la superioridad de la naturaleza por sobre las costumbres. A los filósofos no se les da limosna, decía. Platón lo llamó “Sócrates delirante” cuando se apersonó a la Academia Platónica soltando frente a ellos, un gallo desplumado. He aquí el hombre de Platón, gritó, en alusión a sus prédicas: El hombre es un animal bípedo. Tan provocador como cuando le pidió a Alejandro Magno que se corriera porque le tapaba el sol.  Él pensaba que la sociedad era la culpable de generar necesidades superfluas. Tan asceta y audaz, que rechazó toda norma de conducta social.

El Diógenes cordobés no pedía limosnas, pero exponía para la venta todos los productos acumulados en la vereda y el zaguán. Un centímetro emparchado, un carretel sin hilo, un espejo trisado, el cuerito partido de una canilla, un bidet rajado, un sillón-canapé de dos patas, un trozo de caño de fibrocemento taponado de raíces, una muñeca de trapo sin ojos, un elástico estirado, un alfiler mocho… Algunos curiosos ingresaban para cambalachear y regatear. Hasta vendía el calzón que estuvo usando su madre cuando murió, a precio prohibitivo.

Y hablando de muerte, el griego, antes de abordar la barca de Caronte aseveró: Me voy sin nada, pero dejo algunas ideas. Arístides falleció en el Neuropsiquiátrico de Córdoba. Parece que lo único que dejó fue el calzón de su madre. ¿Complejo de Edipo?

Veo el cuadro de Jean Gerome, quien retrató a Diógenes asomando desde el caño donde vivía y alumbrando con un farol, como si buscara al hombre verdadero.

Uno despreciaba a los músicos que intentaban tocar la lira, porque eran incapaces de manejar sus vidas. El otro, desde su Wincofon atronaba al vecindario con rock nacional. Canción para mi muerte. Dicen que en el velatorio, “Los gatos” lo acompañaron con la balsa. Era la balsa de Caronte, que navegaba, no en la laguna Estigia, sino en los charcos del pavimento y en los baches de las adyacencias.

Los Diógenes que hoy vemos en cualquier ciudad se acovachan donde pueden y piden limosna para asegurar sus vidas en la precariedad más dolorosa. Es otro el contexto social. Son otras las conductas sociales. Son maneras diferentes de manifestar frente a una sociedad que los excluye. La locura es una defensa.   Ocurre que la filosofía no da de comer.

lunes, 24 de julio de 2023

A baiana

 

 

 

De pronto el bosque se vistió de plata,

se abrieron las ventanas y las flores,

se oyeron unos pasos por las matas,

llegaba el amor de mis amores

Jorge Amado

 

Al fin llegaba el amor, tal vez porque pedí tres deseos enrollando a la muñeca la cinta de Bonfin; la roja, como símbolo de buena fe y de buenos recuerdos de la estancia en San Salvador de Bahía. Se dice también que son la señal para que los delincuentes les roben a los turistas, apostados frente a la Igreja del Señor Bonfim. Cuentan que en la ciudad hay alta inseguridad, por lo que la policía local circula por el centro histórico portando fusiles de asalto.

-Tome con fuerza la mano de los niños, así rubitos llaman la atención y suelen secuestrarlos- nos decía una bahiana en el bus que nos llevaba a la casa Río Vermeho, donde vivió el escritor Jorge Amado. Miedo nos dio.

Es tanto lo que hay que ver que nos detenemos en el Pelourinho a ver la Roda do Capoeira, donde los descendientes afro-portugueses hacen sus acrobacias, como danza guerrera de patadas y fintas, al ritmo del berimbao y el canto.

Se menciona que había allí una columna de piedra en el centro de la plaza, donde eran expuestos y castigados con azotes, los esclavos en la época de la Colonia. Fue trasladado a la Plaza de la Piedad. Pelourinho es hoy un centro cultural magnífico. Se restauraron las fachadas de las casas y en su mayoría, los residentes de origen africano fueron expulsados a barrios más alejados, al Centro Yoruba Candomblé y del baile nacional Capoeira.

Candomblé es la religión propia, un culto fetichista que homenajea a los orixás, deidades guardianas de la vida natural y las emociones o necesidades humanas. Recuperar el amor eterno, así como luchar contra el racismo y la discriminación. Se han visto ofrendas con velas rojas y patas de gallina en platos preferentemente dispuestos en senderos y jardines. No así, la ceremonia nocturna de sacrificio, cuando la gallina es arrojada al mar.

Las bahianas de típicos ropajes y turbantes coloridos se dejan fotografiar, a cambio de aportes dinerarios, así como ofrecen el rico acarajé, de la cocina local. Una masa de frijoles frita en aceite de dendé y rellena con camarones, leche de coco, jenjibre y cebollas coloradas.

¿O qué e que a baiana tem?, interpretada por Doribal Caymni. Así se las ve torsos de seda, brincos de oro.

Bahía está dividida en la ciudad alta y la ciudad baja, comunicada por cuatro elevadores, por lo que pueden apreciarse las bondades del paisaje urbano y el mar. Se escuchan bossanovas y sambas, el ritmo del carnaval; la piel dibuja y los conecta con los antepasados.

Desde Plaza Cairú se oye otra típica canción. Es Tom Jobim, creo.

Sí quiero sí

 

Siempre peregrinando, rumbo a la Provincia de Cádiz, en Andalucía, no puede perderse el andariego, la oportunidad de llegar al Peñón de Gibraltar.

Y Gibraltar cuando era chica y donde yo era Flor de la Montaña sí me puse la rosa en el cabello como hacían las chicas andaluzas… y cómo me besó bajo la pared morisca… y luego le pedí con los ojos y me preguntó si yo quería sí… y yo primero lo rodeé con mis brazos sí y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis senos todo perfume sí y su corazón golpeaba loco y sí yo dije sí quiero sí. (Fragmento del monólogo de Molly Bloom en Ulises de James Joyce.

Estas imágenes me impulsaban a llegar a la cumbre en lo alto de la roca, donde se puede ver el norte de África y Marruecos, así como la confluencia de las aguas del Mediterráneo con el Océano Atlántico.

Llegamos a Línea Concepción, en la Bahía de Algeciras, donde viven los linenses. Como siempre es bueno investigar un poco de la historia, supimos que, a través del Tratado de Utrech, en 1713, España cedió al Reino Unido todo el peñón, puerto, defensas y fortalezas.

-Hasta recién, me eché un zorrito (siesta) – nos cuenta la camarera española de un local en Main Street. -Verán allá, el Fuerte de Santa Bárbara, y allá, el Fuerte de San Felipe.

-¿Vivís aquí en forma permanente?

-No, todos los días venimos a trabajar. Del otro lado, estamos de paro, y acá se gana muy bien, así que al anochecer volvemos muchos a casita.

-Ahora más repuestos con el café y las cakes, nos vamos a la aventura.

-Deben tomar el cable carril. Tienen que ver a los monos macacos en roca superior.

Allá llegamos, junto a los monos, dueños del lugar, que están como domesticados por el continuo contacto con los visitantes. Se rascan parsimonia y nos observan atentamente, esperando que les arrojen alimento, una banana, o galletitas, pero está prohibido.

Desde la plataforma vidriada de observación hoy no alcanzamos a ver África, está muy nublado. Sí vimos las columnas de Hércules, las fortificaciones medievales en el Castillo de los Moros y desde lejos, los túneles del Gran Asedio, cuando en el siglo XVIII, las fuerzas españolas y francesas intentaron recuperar Gibraltar de los británicos. Hoy es otro cantar.

Así que no dije sí quiero, y regresamos.

Cabello rizado, Sintra

 


 

Si de palacios se trata, nada mejor que conocer Sintra, ubicada en el área costera de Portugal, de altas colinas y montañas, donde el viento azota o acaricia. El nombre proviene del latín, y significa cabello rizado.

La historia comienza cuando los moros se asentaron en la región hispano-lusitana. Así, el Castello do Mouros, fue construido en el siglo X, el Palacio Nacional, morisco, data del siglo XI, donde bellísima mosaiquería adorna habitaciones y patios. El Palacio de Monserrate es del siglo XIX, con influencias árabes, indias y góticas.

Se ven muestras de la beligerancia entre España y Portugal y las revueltas contra Felipe IV, de las monarquías y de la aristocracia portuguesa, que eligió el sitio para descanso y veraneo. Hay misterio, magia y enigmas, escondidos en grutas subterráneas y en los jardines de la Quinta de Regaleira, un conjunto arquitectónico de comienzos del siglo X, con influencia renacentista y del Neomanuelismo, según nos explicaban.

Lo más asombroso es la escalera en espiral, una torre invertida que llega hacia el pozo iniciático, bajando por nueve rellanos circulares, como si evocara a la Divina Comedia y los nueve círculos del infierno. Se cree que servía para rituales de la masonería, perteneciente a la Orden del Temple. Tránsito desde la muerte, en el fondo, donde hay una cruz templaria y la rosa de los vientos, hacia la reencarnación, la salida, más pasadizos ocultos. Todo muy misterioso y cautivador.

Pasamos desde la rosa de los vientos y las cartas de navegación, a la simbología espiritual sobre los caminos de la vida, los correctos y los erróneos, un talismán para la suerte y los símbolos de las órdenes templarias, como una constante búsqueda que pivotea entre la religiosidad y sus prácticas y el agnosticismo.

Aún falta mencionar el Palacio de la Pena, como sacado de un cuento de hadas, ecléctico en su arquitectura, da cuenta del paso de catástrofes naturales, como el terremoto de 1755, que dejó en ruinas a la pequeña capilla, construida en honor a la Virgen de la Pena. Data del siglo VIII. Fue reconstruida y ampliada para constituirse como residencia de la familia real portuguesa. Pueden verse castillos medievales, puentes levadizos y la terraza de Tritón; la Puerta de la rosa, es similar a la Puerta de la Justicia en la Alhjambra, otro hito del Patrimonio Cultural.

Confieso que he aprendido y alimentado mi curiosidad, a la vez que sentí un torbellino de emociones que me llevan a reflexionar, a estudiar más y disfrutar con lecturas que me llevan a pasear por espacios no conocidos.

La cobijá

 


 

Colgado de un barranco

duerme mi pueblo blanco…

Joan Manuel Serrat

 

¡Cómo no visitar los pueblos blancos de la Provincia de Cádiz! Vejer de la Frontera, está erigida sobre un monte alto, a orillas del río Brabate, que no puede ver el mar. Encandilan las casitas de blanco inmaculado al contrastar con el cielo azul esplendoroso.

Si de contrastes se trata, cerca de la Judería y los molinos de viento, la silueta de una mujer misteriosa, la cobijada, sorprende con su manto negro y saya, que cubre todo su cuerpo y deja al descubierto uno de sus ojos, el izquierdo. Dicen que debajo lleva enaguas blanquísimas y encaje. Podría pensarse en un burka, pero la leyenda cuenta que Rachid le construyó un castillo a una vejarana, ya que antes la había llevado a su pueblo árabe y debía usar chador. En Vejer debía “cobijarse”. El vestido no es de origen islámico, sino castellano de los siglos XVII y XVIII.

En el centro histórico amurallado se conserva el castillo, que data del 711, cuando Vejer cayó en manos de los musulmanes. Dos veces volvió a los cristianos, hasta que definitivamente, cinco siglos después, se expulsó a los mudéjares. La historia cuenta que hubo revueltas y batallas, como la de Trafalgar en el sigloXIX, cuando la flota británica venció a las españolas y francesas. Durante la instauración de la 2º República Española, el pueblo se constituyó como municipio español. La cobijada es el símbolo por antonomasia.

Bien lo dice la canción “Pueblo blanco”, los jóvenes van tras el sueño de irse muy lejos, y los viejos, desean morirse en paz. Hoy se está combatiendo el estancamiento demográfico por el auge del turismo. Al trajinar por las callejuelas empedradas y angostas, los únicos jóvenes que deambulan son turistas, por el mercadillo de abasto o la Torre del Mayorazgo. Los viejos esperan dormitando al sol, en cercanías del Convento de la Concepción o por las Iglesias.

En el bar “Caminito”, una pareja de argentinos ofrece auténticas empanadas típicas, pizzas, tostas de tomate, albahaca y aceite de olivas, cervezas y café. Ellos lo nombraron así, por pura nostalgia. Y por curiosear, supimos que el traje de la cobijada se usa actualmente durante las fiestas patronales que se festejan en la Plaza de España. El Museo de costumbres y tradiciones lo atestigua.

Enfrente, una posada, “La bien pagá” nos recuerda la canción de Sabina. Muy cerca, el monumento con reminiscencias islámicas, homenajea el legado de la lengua para la configuración del origen del castellano.

Ya cae el sol y es hora de cobijarse. Por mi parte, me doy por bien pagá.

jueves, 13 de julio de 2023

Faldas, pasteles y serenatas

 

Faldas, pasteles y serenatas

 

¿Sabía usted el origen de los pasteles de Belem?

-Muchos siglos atrás, cuando aún no existía el almidón, las mujeres usaban las claras de huevo para almidonar pollerines y faldas, y como sobraban tantas yemas, que no había que desaprovechar, surgió la pastelería portuguesa más preciada, hecha con finísima masa de hojaldre y las yemas para la crema pastelera. -La dependiente nos cuenta.- Pero es un secreto no develado desde hace doscientos años.

-Por las dudas, no intentaremos inmiscuirnos en el arte culinario. Nos dedicamos a degustar y desayunar para deambular por la ciudad. Estamos preparadas para la aventura.

Porto es la ciudad de donde proviene el vino oporto, fortificado con aguardiente. Es todavía muy temprano para beberlo. Nació en el siglo XVI. Nosotras no usamos faldas como antaño, por esta época.

En la calle pasa una marcha multitudinaria de mujeres que manifiestan su interés por vencer al cáncer. No usan faldas, tampoco, pero lucen atuendos rosados. Nos sumamos para acompañarlas.

Unos sonidos melodiosos nos distraen y despiertan interés. ¿Qué es aquello?

-Vayamos. Son los tunas, músicos callejeros, estudiantes universitarios que muestran su arte, como los giróvagos, itinerando por las calles del centro histórico. Lucen jubón, camisa blanca, calzas, calzón abullonado, una capa cruzada con una banda identitaria (el rojo pertenece a la hermandad universitaria de Derecho) y botas de fuelle.  Suenan instrumentos de cuerda y percusión, y los cánticos, a coro. Al finalizar, reciben colaboraciones voluntarias a la gorra. Música deliciosa. Nos dicen que son nocheriegos, además de andariegos. Prefiero llamarlos “tunantes”. Dan serenatas para cortejar. Si a la mujer le gusta, enciende la luz tres veces, como señal de aceptación.

Ahora, la librería Lillo, la más chula de Europa, nos provoca para curiosear. Un mundo de libros primorosamente expuestos, asombra. Me regalan “El arte de la guerra”, de Sun Tzu. Leo: “Si los pájaros alzan su vuelo, es porque hay tropas enemigas en el lugar”. Interpreto que las tácticas de la guerra son similares a las estrategias para el amor.

-¿Estaré buscando guerra?

-Parece que sí. Seguro esta noche recibirás serenatas.

Caminar y recorrer da hambre, así que probamos un poco de todo de los ricos productos culinarios lusitanos.  Bacalao, salmón, sardinas, verdurillas salteadas, pulpo a la provenzal, “francesinhas al ovo”, regado con cerveza negra. De postre, una copa de vino oporto dulce.

Vamos hacia la Ribeira del río Duero, cruzamos el Puente de Luiz I, entramos a la Catedral de Oporto para admirar ese monumento histórico del siglo XII, de estilo románico.. Transitamos por la Rua de Santa Caterina, y se nos aflojan las piernas. En la calle de las flores, compro un clavel rojo y adorno mi cabello. Esta noche esperaré la serenata “Clavelito” y encenderé la luz tres veces.

sábado, 3 de junio de 2023

ACUARELA MECÁNICA III

  

Enmarcaría las expresiones de aquella vez en una etapa adulta. Es que los zapatos dejan huellas escondidas; sobre el borde del camino, una piedra nos hace frente. Tiemblan en cada pisada y quieren prenderse a los rayos fugaces de la fantasía.

Había dicho:

-La contundencia de las pancartas o el punto final de un relato.

-Marcha pesada e informe de los manifestantes.

-Grito uniforme de los prisioneros al paso de los uniformados.

-El contrapelo del puercoespín.

-La revuelta de los reclusos.

-La resaca de los apestados.

-El grotesco retrato de un guignol.

-La callada voz de los incautos.

-Las agrias voces de los resentidos.

Es que cuesta abajo, se iban secando las azucenas. Una historia de amor concluía, porque emigraba. Pancartas y paro en el comedor universitario. La bohemia de los estudiantes, un café y un poema en la servilleta. Teléfono pinchado, quemazón de libros, revistas y folletos que era complicado tener y la huida, siempre hacia el sur. ¿Por amor o por miedo? Hay peligro de ser eliminados en la partida; un gambito sacrifica al peón, un salto en diagonal sobre el tablero, una torre por donde espiar el afuera. Un payaso maldito en el laberinto del terror.

No dejé escapar el tren. Por la ventanita veía cambiar la profusión de verdes campos al amarillo paisaje patagónico y frío. Una paloma se posa para mirarnos. El tiempo nos enseña a valorar la vida. Vago en los pliegues del recuerdo y veo un gorrión asustado. Un gusano silencioso nos corroe, como esa carcoma de la madera vieja. La ventanita es el límite. Una paloma con el ala rota se refriega en el alféizar. Un zorzal me mira y parece comprender mi soledad. Un gorrión se limpia las plumas y emprende el vuelo.

Parece que la vida, esa frágil circunstancia, nos pone a prueba y nos tantea. Algunas veces va iluminando espacios, y en tantísimas ocasiones, va oscureciendo zonas de luz. Finalmente, la vida dispone sin pedirnos permiso, aunque cada cual puede decidir su rumbo. Y la luz, de sagrada belleza enmudeció al sol. La iridiscente placidez me hizo tomar una decisión.

-Me doy de alta. -Le dije- Serán momentos de fantasía.

“Lleva de sombrero un origami azul que le cubre la cara; los pies están sumergidos en el agua transparente del lago. Se esfuerza por aflojar las piedras que lo sujetan a la orilla. Insufla el aire frío. El viento le quita el sombrero. Se prepara con esmero, porque tiene agallas y es ahora un superhombre vengador y anfibio, que al final, se libera. Sus pies no son pies, son aletas de un gran pez que se zambulle y nada en dirección al dinosaurio orgulloso que flota asomando su cabezota para otear el horizonte. Lo llaman Nahuelito.”

 -Si usted lo decide, así será. -Me dijo. 

ACUARELA MECÁNICA II

 

 

Sabía que el profesional iba a llevarme hacia el pasado para reconstruirme en este presente. Me adelanté.

Podía reconocer cada una de las expresiones que pronuncié aquella vez, porque concuerdan con un tiempo feliz. La inocencia, el asombro, los deseos y las ganas de ascender la cumbre para transformar las piedras pinchudas en el canto rodado de la vida por transcurrir.

Dije tiempo, y qué es sino una etapa que sucede demasiado rápido y que es preciso atrapar y guardarla en la cajita de los recuerdos, como ese enorme ramo de rosas, violetas y azucenas que le regalé a mamá, y que había hurtado del jardín de la vecina.

Vago en el corcel de los sueños. El sol y el viento cálido acarician. Me detengo a observar el caminito de babas de los caracoles del jardín. Hago burbujas de jabón que brillan en su ascenso, persigo mariposas con la red. Me mancho el vestidito blanco con el néctar de las frutillas (más adelante, mi boca se convertiría en fresa para el amor). Una luz corre por el atardecer, una estrella cae. Pido un deseo, mientras asoma una sonrisa cómplice entre las nubes. Ya es de noche y juego a guardar en un frasco los bichitos de luz. Más tarde, oiré a los lobos aullándole a la luna. No quiero despertar.

Hay otros tiempos en que las horas pasan lentas, como cuando estamos en una situación tediosa, gris de los días y las noches silenciosas, siempre iguales. Pero éste no es el caso.

Supe después que el de la pipa no iba analizar ese pasado. Soy yo quien debe interpretarlo.

En la próxima sesión será.

LAS HISTORIAS DE DON TEODORO

 

 

    Un escalofrío eléctrico le recorrió la espalda y lo distrajo del aburrimiento a Ernesto, ese chico quinceañero en una tarde brumosa de lluvia persistente y hastío. El cielo era una capota de gris acerado desde hacía unos días.

    Un repeluz de fastidio y humedad lo hizo incorporar, dejó la guitarra sobre la cama y salió dando un portazo.

-Ponete la campera, Ernesto! – la señora Amherdt, aunque gritó, no consiguió que su hijo la escuchara, ni le hiciera caso.

    Caminaba con ufanía, levemente inclinado con las manos en los bolsillos, porque la visera de su gorra detenía el agua para que no le dé directamente en la cara.

-Vamos a lo del viejo Eckardson -le dijo a su amigo Germán, golpeando la ventana de la cocina, que chorreaba agua; la humedad y el humo de las frituras, apenas dejaban ver hacia adentro.

-Pasá, comete unas tortas fritas -la madre del muchacho llevaba cocinada ya una gran pirámide de mediana altura, que apenas podía sostenerse.

-Yo también voy -Susy se unió al programa, sin consultar ni a su madre, ni a su hermano.

-Bueno, vayan, pero le llevan a Don Teodoro unas tortas - la Sra. Barthel pensó que la visita de los chicos y las tortas fritas demorarían un rato más el comienzo de una velada de alcohol y mitigaría un poco, apenas,  la soledad. Especialmente los domingos, el viejo se aficionaba al vino primero y a la ginebra después, para atenuar la tristeza de los días de lluvia. Esto se había hecho costumbre a partir de la muerte de su mujer, hacia ya  unos años.

    Para los chicos, el magnetismo de Don Teodoro era irrefrenable, los fascinaban sus cuentos y sus fantasías, más aún que ir a jugar al rummy con los ancianos de enfrente, adonde Susy se pasaba varias horas, cuando no era posible jugar a las escondidas, o perseguir ranas en la zanja, o treparse a los paraísos solo para pensar.

    Tenían que caminar unas cuadras hasta la casa del viejo, sortear charcos, o saltar para salpicarse en una miríada de gotas barrosas y carcajadas. El paquete grasiento de frituras seguía incólume, porque el presente representaba un fino detalle de cortesía de las visitas, como si fueran masas finas de una coqueta confitería.

    De su boca no era perceptible la sonrisa de bienvenida, cubierta por unos bigotes canosos y una barba desprolija de lanas tordillas, pero los ojos grises del holandés transmitieron alegría al recibir a los tres chicos.

-Mi mamá le manda esto.

-¡Ah, gracias!, vienen bien las tortas para acompañar estos verdes -dijo señalando un mate espumoso que sostenía en su mano ajada, que recién había preparado.

-Todos en el pueblo dicen que don Teodoro es holandés, pero el nació acá, en las pampas. Sus padres vinieron de Europa después de la guerra - decía la señora Amherdt, aunque el viejo, para aderezar sus historias y darle mayor atractivo, contaba que provino de un campamento gitano, o que por sus venas corría sangre de filibusteros del Mar del Norte.

    Con gesto de jactancia, estiró su nariz ganchuda y poblada de finas venitas rojas, junto las cejas negras profusas y tres rayas nítidas acompañaron la ternura de esos ojos grises, cuando decidió principiar. No se veían resquicios de una bacanal, pero sí un cenicero repleto de colillas y de humo. La fumarola iba ingresando al hueco del hogar.

-Quiero que nos cuentes de nuevo lo del ahogado en el Rio de la Plata -dijo Ernesto.

-No, yo prefiero lo de la canoa en el lago -pidió Susy.

-A mí me gustaría escucharlo contando lo del contrabando de cigarrillos uruguayos -insistió German.

    Don Teodoro meditó primero y así habló:

-Resulta que una güelta -chupó el mate, mientras decidía consentir a la niña. Los chicos sabían que en cada anécdota, él agregaba una pizca de ensueño, una porción de humor, un nuevo ingrediente, y sobre todo, pintaba como un pintor de paisajes para dar marco a sus cuentos.

-Es como si leyera un libro de aventuras, o Los viajes de Gulliver -había comentado la carita soñadora de Susy, la última vez que lo visitaron.

-… fuimos con la finada, cuando los dos éramos jóvenes y de espaldas fuertes, con ganas de aventuras y de brazos poderosos, para darle a los remos, con la canoa azul, esa que está allá afuera, tirada boca abajo. Resulta que a la patrona le gustaba el sol y el agua. Era una moza bonita y recorríamos el lago los días calurosos. Partimos de la playa de Santa María, pedregosa, un día de febrero. La vieja, mi madre, se quedó en la orilla con nuestra hija, de meses, todavía.

-…Apenas metimos la canoa, se veía un banco de arena amarilla y después más gris, porque las costas tienen areniscas milenarias de la época de los glaciares, o porque se fueron acumulando con los siglos, con las erupciones volcánicas, y después del último lagomoto, allá por los ‘60.

-…El agua era transparente, después se iba poniendo celestita y más tarde, azul profundo, como en mar adentro, pero sin olas -empequeñecía los ojos para mirar a la distancia y para protegerse del humo que salía del cigarro sostenido en la comisura de sus labios. No veía que las gotas iban borboteando sobre los charcos de su patio. El veía la fulguración coruscante del lago, que parecía una inconmensurable batea aceitosa.

    Los chicos se disponían a escuchar, se acomodaban en los bancos de cuero de chivo y se imaginaban que ellos eran los protagonistas de esa épica; presumían y se jactaban de su valentía haciendo alardes de grandeza, cuando les contaban a sus amigos,  aventuras parecidas, pero trocando las escenas y las circunstancias. Ellos admiraban de Don Teodoro esa capacidad narradora.

    Germán era el más habilidoso hablador y creaba el misterio incorporando bocadillos, circunstanciales de lugar, de tiempo, de modo, y toda clase de nexos. “Pero de repente…”, “Fue entonces, cuando”… “Con ceño fruncido dijo…”  Ernesto, por su parte, lo consentía y reforzaba los protagonismos de esas historias. “La sobrequilla estaba quebrándose… “atamos un grueso calabrote a los obenques…”  Esos vocablos, no siempre eran los apropiados al contexto.

-…habíamos avanzado hacia el medio del lago, donde dicen que hay cuatrocientos metros de profundidad. El murmullo del agua es musical en esos momentos, ¡chas, chas!, los remos entraban tan suaves, como una mano en un guante de cabritilla. Habíamos decidido cruzarlo y llegar hasta la orilla de enfrente. Era una travesía larga, pero la tarde invitaba a seguir. El cansancio no se notaba en los músculos, porque el placer de sentirse sobre el espejo de agua, superaba cualquier dolor del cuerpo. Los cipreses de la costa se veían chiquitos así  -pulgar e índice se estiraban en toda su extensión  -No había necesidad de colocar la vela ésa, la cangrejo, que yo había confeccionado con un nylon grueso y transparente, cosido a una caña que cumplía la función de mástil. Y bogábamos mansamente….

    En el rostro de los chicos se podía observar la fascinación que le provocaban los relatos; ya habían escuchado esa historia, pero estaban atentos para conocer otros ingredientes que él iba añadiendo. Sabían que esas evocaciones le hacían bien a su alma de navegante solitario.

-… la superficie del agua comenzó a rizarse por una brisa apenas perceptible, tenue, que venía por el oeste y pequeñas olas cabrilleaban al sol. Para sacar a la patrona de su abstracción y sus fantasías.. porque yo sabía que no estaba poniendo proa hacia el punto que le había determinado… yo timoneaba … y le eché encima un poco de agua fresca, y ella reía y reía.

    Ernesto se acomodaba en el asiento y la nena sostenía su cabecita rubia con sus dos manitas inquietas, y juro que estaba viendo ese paisaje y las escenas.

-¡Qué lindas palabras utiliza Don Teodoro!, voy a anotarlas para usarlas en las redacciones que nos pide la maestra y buscarlas en el diccionario… travesía, cabrillear, milenario  -eso pensaba la niña, mientras veía al viejo renovar el mate; las torta fritas estaban llegando a su fin.

-…unas nubes blancas, ésas de calor, empezaban a hincharse por el norte y una gran masa negra parecía venirse con rapidez desde el oeste; así que le dije a la patrona que debíamos volver.

-¡Derecha! -le grité -Fuerte virá a la derecha. -Y como no se movía la canoa, de un planchazo de remo le salpiqué la espalda y las gotas la estremecieron. Al fin la embarcación obedeció, pero el viento arreciaba cada vez más. Había que poner el alma entera en remar con fuerza; hacia atrás quedaba una estela de espuma blanca sobre la superficie plana, todavía.

-¡No quiero estar acá, quiero timonear! -me dijo ella, porque en la proa, al lograr algo de velocidad y ponerla estable, sin escorar, dos grandes bigotes se abrían y el agua de los costados subía hasta los bordes, sin entrar. Mejor, porque no hubiésemos tenido manos para achicar.

-Yo tampoco quisiera estar ahí –se solidarizaba Susy mordiendo con voracidad la anteúltima torta frita.

-Yo no le contesté, porque había que surcar el lago con la mayor celeridad. Yo remaba con la tenacidad de un tornillo oxidado. La lóbrega masa de nubes ya estaba oscureciendo todo el cielo. Como lágrimas negras, unas gotas gordas empezaron a caer dispersas primero, hasta que se convirtieron en una andanada de perdigones. Andábamos al garete y la embarcación no obedecía. El derrotero hacia donde quería poner proa, la playa de Santa María, ese macizo de arena, estaba quedando muy a la derecha.  Ibamos hacia un rebazo de la costa como una elevación, o tal vez, un gran declive.

-¿Y entonces? -la ansiedad se reflejaba en el rostro ya en penumbras, de Germán.

-Voy a ensillar otra vez  este mate -lento, hacia la cocina, el viejo prolongaba el misterio. Detrás de su joroba y del humo del cigarro, escondía una sonrisa, sabedor de la intriga que estaba creando. Esta vez había decidido omitir esos detalles triviales y un poco prosaicos, casi escatológicos:  la goma pinchada de la camioneta y el frío que pasaban su madre y la beba, que lloraba de hambre y sucia de pañales cagados.

-Ahora viene el final.

-Si lo sabés -reprochó Ernesto.

-…Güeno -pensó que no haría caso al antiguo proverbio: “La verdad es la cosa de más valor que tenemos. Economicémosla” y continuó agregando un adarme del recuerdo -Un bajío, quizás, o un paredón de peñascos oscuros y de ramaje enredado, se nos venía encima; hacia arriba, un derroche de boscaje apretado de cipreses y de coihues. La playa de arena había quedado a unos dos kilómetros.

-¡Uy, qué frío, y qué miedo! -Susy no podía quedarse quieta ya.

-Al fin, la canoa embicó por donde pudo y bajamos. Dejamos la canoa y los remos debajo de una mata grande de mosquetas y trepamos por el bosque, esquivando las rocas, para llegar a la ruta.

-Y después hicieron dedo para que los lleven hasta Santa María - agregó Ernesto, porque Don Teodoro se había sumido en un silencio pesado, al calor del fuego.

-Me imagino qué habrán pensado los turistas que los llevaron… Esos dos locos, en malla, helados, al costado de la ruta… -acotó Susy al final. Para ella no era un detalle baladí.

-¡Chicos, vuelvan! -escucharon a la señora Barthel que debajo de un paraguas azul, les gritaba detrás del cerco de tablitas verdes, en la vereda mojada y gris de la tardecita.

martes, 2 de mayo de 2023

Tritón sopló con fuerza

 

 

Viejo marino. Marino viejo. Se había dormido con el cigarro en la boca y se había despertado con sus propios ronquidos. Ahora entrecierra los ojos para protegerse del sol abrasador. Mira el Río de la Plata desde la costa de Buenos Aires, mientras hilvana los retazos de sueños.

Navega por el Mar de Creta, que está en calma; ya divisa una isla de ensueño, un pueblo de altura y el sol que se pone tras una cúpula imponente; es una iglesia ortodoxa. Debe descansar y desde el barco se zambulle en las aguas turquesas. Se serena el cuerpo ajetreado y la mente se sosiega, para retomar fuerzas, para enfrentar a Poseidón, si el mar comenzara a encresparse. Porque un navegante debe saber desafiar al dios, empaparse, sacudirse con las olas gigantescas de ese mar de leyendas. Se siente un semi-dios que comienza a sentir los soplos de Tritón o del dios Eolos y se prepara. Morfeo lo lleva por las Islas Cícladas y las Jónicas. No quería ser un suplicante que estuviera al cuidado de los dioses protectores, tenía que probar la fuerza de los mortales, compitiendo con la fuerza de la Naturaleza, como una lid de dioses y de hombres.

Se zambulle y nada cansinamente.

Iza las velas y pone proa hacia Siros, no sin antes beber largamente de su garrafa, para estimularse y es Dionisos el que lo incita. De a poco, la lluvia mansa y persistente y el rayo de Zeus responde al irascible Poseidón. El mar se irrita y el solitario navegante no se amilana, se empeña con fuerzas. Las olas no logran vencerlo, no acuden las ninfas ni las nereidas, ni se deja engañar por el canto de sirenas. Embiste las olas de lado, perfora las paredes de Hydra, se deja mecer por una ola larga. El cielo se estremece, el mar está bravo y la lluvia lo azota. El solitario transpira y se esfuerza para salir del torbellino; como una daga lo traspasa y  finalmente, se detiene. Cronos o Hermes, el mensajero de los dioses, ha acudido en su ayuda antes de que Hades lo lleve al reino de los muertos. Pasa su mano callosa y aún palpitante por la frente sudorosa e interrumpe el delirio. ¡Aún está vivo!

Ha sido un sueño, afortunadamente; se recompone porque debe cumplir con su tarea. Observa las costas de Uruguay, adonde debe ir. No se divisa movimiento en  Prefectura, la brisa es suave pero persistente, que viene del sudeste. Hay olor a lluvia, es la lluvia salada del mar. Otra vez se zambulle en las aguas marrones del río, antes de partir; luego acomoda en la embarcación los pocos implementos, ajusta los aparejos, sujeta la cangreja a la botavara y pone proa al norte.

Una fuerza irresistible lo empuja, es el viento que lo lleva; es una compañía el bisbiseo en cada estocada sobre las olas. Ya está alejándose de la costa y el puerto de Olivos se ve chiquito. Tiene hambre; ha instalado el calentador sobre la sentina al reparo del viento y ha puesto carne, papas y un zapallo para el puchero. La vela se hincha, sublime y elegante.

Mientras fuma tiene tiempo de pensar que es la época de la cosecha de zapallos y la brama de los ciervos. Pone a resguardo la escopeta y cubre con un nylon la bolsa marinera. De regreso traerá cigarrillos negros, de contrabando. Comienza el frío y unas gruesas gotas le mojan la espalda y la cabeza. Debe desatender el timón en busca del rompevientos. Ya hierve el agua y pronto tomará sopa para recuperar fuerzas. Cae el sol por el oeste ya, y el río, que ya es mar, también se violenta cada vez más y no tiene manos para atar, ajustar y a la vez ir “achicando” con el balde, porque el agua empieza a inundarlo todo. Milagrosamente el fuego resiste, pero no huele todavía el puchero.

Se estira, se aferra a un cabo, se afirma en sus piernas, cruje el palo mayor y se arrepiente por la manía de navegar solo, siempre. De reojo, ve caer la garrafa, se tumba la cacerola y se apaga el fuego. Habrá que cerrar la perilla del gas, pero no llega. Se extiende para alcanzar una papa que está rodando y la devora en dos mordiscos. Ha perdido el timón, se destrozó un motón y las velas flamean y se deshilachan. Tiene frío en las manos y gotas heladas le perlan la frente. Un chubasco arrecia.

Tritón o Poseidón, por momentos expulsa carcajadas y se burla. Zeus atruena y dibuja en el cielo oscuro cuchilladas de fuego. Luego ambos se calman. Contrariamente, el corazón del viejo se precipita, quiere salirse del pecho, cabalga, como cabalga la pequeña embarcación y se desboca, se tranquiliza y se sacude. Un empellón más, y el barco embica bruscamente en la costa de Maldonado.

-Estaba cargando zapallos en la carretilla y quise refugiarme de la tormenta, cuando vi restos de un barco sobre la playa y ahí lo vi. Debe haber muerto por un ataque al corazón. No encontré documentos, ni el rol de navegación. La Sudestada ha sido brava.

El cadáver tenía en su rostro una sonrisa plácida, como si soñara que lo transportan a lomo de burro en la isla de Hydra, que es un puerto chiquito. Hay mucho silencio y la piedra oscura de las construcciones medievales, parece brindarle la paz que necesita.

jueves, 13 de abril de 2023

Palo Blanco

 

 

Con un poco de cronista, un poco de poeta y bastante pasión llegué a Palo Santo. Pensaba que es un arbusto símil al Palo Santo, o el pino albar de la llanura manchega.

La curiosidad me picaba para indagar, hasta que vi en la plaza principal del pueblo, una escultura figurando un árbol mocho, en cuyo extremo superior está posado un aguilucho que otea el horizonte con avidez; sus excrementos pintan de blanco el tronco seco. Una bandera argentina estática, nos invita a visitar el paraje catamarqueño.

-¿Por qué se llama así este pueblo?

-Está representado en la plaza, vea…

-Debe haber otra explicación, doña. Cuénteme, que ando curioseando. -La anciana, como una pasita de uva y curtida por los vientos del desierto, me mira con sorpresa.

-Nunca me han preguntado cosa así, pero le voy a decir. -Así principia su relato.

-Tengo 104 años y mi abuelita, que en paz descanse, me contaba… -Su voz raspada re busca entre los pensamientos guardados hace mucho tiempo. Se nublan los ojitos tiernos al mirar hacia el norte. -El bisabuelo era arriero de cabritas y ovejas. Traían el piño hasta aquí, desde las alturas.

-¿Sería desde Bolivia?

-No sé decirle, hace tantos años, joven. Y desde el sur también arriaban el ganado. Eso era en el otoño para que los animalitos no se mueran de frío y de hambre. ¿Me entiende?

-¡Ah!, una posta en el camino para descansar del largo trajín de días y reponer energías.

-Dicen que armaban grandes comilonas alrededor del fuego. Cordero al palo, puchero, locro.  No faltaban los recitados acompañados por alguna guitarra. Y los animalitos pastaban los yuyos ralos del arenal y abrevaban en los hilitos de agua que se formaban por el deshielo de la cordillera. Eso contaban.

En la plaza se exponen las artesanías locales y hay un ruedo de tejedoras, parcas en el hablar, que hilan la lana de cabra y tejen relatos que son esperanzas. Una mujer más joven se acerca y va completando la historia, porque la viejita se ha cansado, como si le faltara el aire y así, apantallándola, me cuenta.

-Iban a Tinogasta a comerciar sus productos. En la escuela me enseñaron que eran buenos ceramistas. Arcilla, el material. De ser nómades fueron transformándose en sedentarios y se establecieron aquí. – Relaciono las piezas que vi en el museo municipal, provenientes de la cultura diaguita y después, incaica.

Como el pájaro, que escudriña desde el atalaya, así siento satisfecha mi curiosidad y gestiono mis emociones, cuando percibo la paz del entorno. Una vastedad lejana en el cielo azul, salpicado de nubes blancas. El cielo es tierra, y la tierra es cielo. Hay puñados de silencio entre el barro rojo, como si en el lodo se guardaran los más recónditos secretos. Las vides, los nogales, las higueras, los olivares, están borrachos de sol.

Ahora comienza el ocaso, parsimoniosamente, y es el vino patero mi única compañía, mientras saboreo quesillo de cabra con dulce de membrillo. Y ya siento las ausencias cuando oigo el galope solitario de un caballo por la madrugada del arenal, y me confundo, es el palpitar de mi pecho argentino.

SI DARWIN VIVIERA...y otros microcuentos

 

SI DARWIN VIVIERA

Agregaría la situación actual a la línea del tiempo en la evolución histórica. Homo erectus, Hombre de Neardenthal, homo sapiens…

Luego de tantos millones de años, nos vería como el primer orangután.

 

 

SATISFECHO

Como los anfibios, que se adaptaron al ambiente, los dinosaurios fueron transformándose en carnívoros, aunque todavía degustan a algún vegano.

Hoy, por casualidad, vi que uno de ellos entró a un restaurant y deglutió enterito, al parrillero. Luego, no con saltitos alegres, sino a grandes zancadas torpes, se perdió entre la maleza para hacer la siesta. 

 

DINOSAURIOS (microcuentos)

Llevo un dinosaurio en mis entrañas. Aún puedo roer las raíces escasas que se niegan a morir en el erial.

Las aves carroñeras harán su parte: me deglutirán sin pudor.

Y aquí estoy, sacudiendo mi cola portentosa para espantar a los que me perturban cada día.

MIENTRAS NADO, NADA.

 

 

¿Vieron que hay una expresión que sirve para cortar una conversación, como si se dijera etcétera, o tal? A veces se usa para iniciar una reflexión. Se dice “nada”, como si no hubiera algo positivo que contar. ¿Cómo “nada? Si pasó de todo, todas situaciones buenas y otras no tanto.

La cuestión es que cuando me harto de todo esto, voy a nadar, para aislarme del mundo superfluo y de plástico.  Nado para pensar, para sentir sensaciones un tanto olvidadas. Y me inspiro; en pileta, nado, porque en aguas abiertas, no. Es peligroso. ¿O es miedo? Las aguas marrones y cálidas, de pronto son turbulencias de las palometas que te pueden morder un tobillo, el dedo gordo del pie, los talones, cuando a grandes brazadas, quiero escapar. O de repente, un cocodrilo camuflado entre los camalotes de la costa, te puede tragar sin piedad.

Soy friolenta y además me gusta ver el fondo celeste que ondea con la claridad exterior y con cada brazada me estiro, respiro. Acquawoman, cabalgo en un hipocampo gigante que desafía las tormentas y los remolinos, como el Quijote luchando contra los molinos de viento. ¿Trastornada yo? Mejor, ciclotímica. Exhalo y las burbujas van dejando una estela de ilusiones; cuando vuelvo a tomar aire escucho las voces del entrenador y la gritería de los chicos de la colonia de vacaciones. Vuelvo a sumergirme.

Lo bueno es que estoy en buen estado, pero una cosa me aterra; el infierno de la conciencia es un incendio que no logro combatir. El agua plácida me aquieta los estados alterados, y sigo. Ya estoy apurada. Vuelta americana, me impulso y ya quiero salir para escribir todo lo que las musas me van contando.

Estiro los músculos satisfechos y cansados y ahora veo, desde el ventanal; los copos cayendo mansamente. Las palabras estarán cubriéndose con el manto blanco. Entonces corro para atraparlas, todas esas que fueron amasándose en mi mente, mientras nadaba. Las acaricio, las abrigo y las llevo adentro. Así salen mis emociones escondidas, los recuerdos, las culpas, los deseos y todo ese mundo exterior que observo, que me embronca, que da risa… (que no es “nada”) ironizo, invento ficciones y ahora sí, las palabras van a llenar la hoja en blanco, que paciente, me está esperando.

Las desentumezco, las decoro, las condimento y salen textos poéticos, mordaces, acusatorios. ¿Ven? Todo mantiene a raya la salud mental y el equilibrio con la salud física. Así que no tengo miedo a la vejez. Me convierto en una vieja sabia que no vivió debajo de un felpudo o encerrada en una cúpula de cristal. Una vida intensa con todos los claroscuros, como es natural.

Ahora toca fortalecer el trípode de lo social, para que los mensajes lleguen a los lectores y en ese ida y vuelta, podamos ser puro pensamiento, pura reflexión, pura emoción. Interpelo y sé que lo lograré.

Esta tarde baile con el Quijote

 

 

 

    Voy por la calle de los Recoletos en el centro histórico de Toledo y me encamino hacia la Plaza de Zocodover. “Mercado de las bestias” le decían cuando en ese lugar se hacían las ventas, el comercio de ganado y de mercancías.

    Cerca de la Catedral compré una navaja toledana para regalo y una bota de vino, como presente. Admiré tapices, esculturas, cerámicas, tejidos y toda clase de artesanías de Castilla –La Mancha. Me llamó la atención la exposición en las vidrieras de trajes medievales para hombre y para mujer, en venta o en alquiler.

    Esta tarde, calurosa y soleada, me invita a recorrer calles y callejuelas, el Museo del Greco, la Mezquita de las Tornerías y del Cristo de la Luz, el Barrio de la Judería, el Museo de Santa Cruz, más obras del pintor famoso, conventos, iglesias, monasterios, sinagogas… En su interior, el frescor me recupera el pulso y me embebe el sudor. Me abstraigo de tanta tradición sefardí, de tanto rigor religioso, de tanta Reconquista. Tanta cultura de siglos, cristianos y moros, y la historia agobian mi mente y abruman mi cuerpo cansado. Tanta grandiosidad contrasta con la pequeñez de los paseantes que, como yo, quieren mimetizarse con el monumental cielo azul de Castilla.

    Quiero salir otra vez al trajín de la ciudad, el Ayuntamiento y los dibujos y caricaturas del Ingenioso Hidalgo. El teatro Rojas es una romería de lectura silenciosa y continuada de la épica castellana. “Aniversario de la muerte de Cervantes. Día Internacional de Libro” –anuncian en cartelera un variado programa.

    Ahora camino hacia la feria;  los feriantes ofrecen sus productos y me asombro; una aldeana de falda larga, camisa y cofia invita a degustar una cazuela campesina, entre vapores aromáticos; un mozo de sayo corto con volados y  calza, muestra aros, pulseras, anillos, medallones; otro joven de jubón ajustado, babuchas y pantuflos, vende alforjas, bolsos y valijas en telar; una gorda aldeana bizarra se empeña entre sartenes y jamones, mientras el  labriego flaco y quijotesco, horquilla en mano, hornea unos gordos panecillos. A su lado, un burro viejo se hunde en una parva de heno oloroso. Más allá, una pareja de artesanos rubios con sombrero de copa puntiaguda y ala corta, confeccionan piezas de vidrio y metal. A sus espaldas, un mate y un termo me llaman la atención, dispuestos entre gemas pulidas y piedras rústicas.

-¿Son argentinos? –les pregunto.

-Sí. Estamos recorriendo España para las fiestas patronales – su entonación no es lengua romance ni genuino español, es auténtico rioplatense.

-Yo también. ¿Me convidan con un mate?- les digo - Los reconocí por el aspecto, la entonación y el equipo de mate. Hace días que no tomo y lo extraño – y ese sabor amargo, elixir de los dioses de las pampas, me quita la sed y me reconforta para seguir el recorrido.

    Entretanto, comienzan a oírse unos sonidos dulces mezclados con el rumor de la calle, las voces y el trajinar de los transeúntes. Por un momento, todo se vuelve silencio y muchos corren hacia la calle de la Trinidad, de donde proviene la música. La cadencia de un laúd, los agudos de las chirimías, los graves de un trombón de varas y la rusticidad de los sacabuches de calabaza. Los músicos preceden a los actores disfrazados de caballeros, de pastores, de aldeanas, de labriegos. Entre ellos se destaca una alta figura, gallardo caballero de armadura brillante, peto, espaldar, loriga, morrión y espada enfundada, mas sin escudo, porque no va precisamente a la guerra. Mira con altivez hacia la lejanía, por sobre las cabezas de los curiosos, sin ver, como soñando la libertad; él no sabe que son sólo utopías. A un lado, su escudero Sancho, de caperuza emplumada; el sayo con cuello en lechuguino no alcanza a cubrir su abdomen prominente; capa de vibrante bordó, calzones, medias, abarcas y una amplia sonrisa bonachona. Al otro, una Dulcinea rozagante de cachetes colorados luce refajo a rayas con vuelos, corpiño de terciopelo negro y pechuguín con puntillas blancas; de su cofia asoman unos rulos rebeldes y cubre sus hombros una pañoleta anudada en el torso.

    Al llegar a la esquina se detiene la comitiva y comienzan a danzar chansones, villancicos y rondas. El público se aglomera en desorden y confusión, como si el siglo XVII hubiese reaparecido, de pronto, y como si el siglo XXI necesitara un poco de remanso, un trémulo toque suave de cariño o un bálsamo de flauta dulce y romances. De repente, el  caballero en extremo delgado, sale de la ronda y sacándose las manoplas, con ademan gentil, me incorpora a la ronda y todos bailamos con los brazos entrelazados al compás de la música. Una ensoñación me arrastra hacia la magia de los siglos, mientras recuerdo un proverbio árabe y escucho la canción que habla de letras, de caminos y de días, de sabiduría, de música, del yantar, de la amistad y de la felicidad.

    Un instante fugaz,  muy parecido a la felicidad.

“Don Quijote cabalga de nuevo” -es la propuesta teatral que se anuncia. Es el mes de abril. Son trescientos noventa y ocho años desde el fallecimiento de Cervantes.

    Me alejo finalmente del bullicio para reconcentrarme y disfrutar de la soledad, en las orillas del rico y dorado Tajo magnifico, a esa hora del atardecer, cuando el sol va escondiéndose. Me parece ver a la distancia, al raquítico Rocinante pastando en la pradera, junto a Sancho descansando a la sombra de un pino albar, solitario, en la llanura igual y extensa. Un poco más allá, el caballero de la armadura afila su espada en la sola piedra redonda al borde del camino polvoriento y luego, de un salto, con inaudita destreza, hacia atrás, embiste el aire, tajeando el horizonte una y otra vez, hacia arriba, hacia un lado, hacia abajo en diagonal, y hacia el otro lado, como si luchara con un enemigo invisible que hay que ajusticiar, y partir al gigante por la mitad del cuerpo. El viento fuerte, las ráfagas, y la distancia no dejan oír el entrechocar metálico de la absurda vestimenta. El sol ya débil, por el poniente aun hace relumbrar su espaldar y su corselete entre la grande y espesa polvareda.. No se distingue a Dulcinea. Tal vez está retozando en la laguna que veo brillar allá, a lo lejos.

-Para que no se oxide su armadura.

-Para que no pierda brillo su espada.

-Para que no se empañe su nobleza.

-Para que no se diluya su osadía.

Todo eso estoy pensando, cuando siento una mano blanda sobre mi hombro y mi mochila.

-Niña, no te quedes sola aquí. Hay muchos truhanes a estas horas. Ven conmigo -y Sancho me lleva a la grupa de su jumento gris, como una dama de alta hermosura, una doncella andante. Enfilamos hacia la llanura manchega y llevo en mi mochila la navaja para defendernos de pillos, de endrigos o de sierpes y llevo también la bota de vino que habrá que llenar para menudear unos tragos durante la travesía, sin fantasmas, ni moros encantados.

    El caballero de la triste figura ya no danza. Estará ahora cenando con los cabreros o en la cueva de los Montecinos, para dormir y soñar con el fuego divino de Prometeo. Sancho ríe a carcajadas sonoras de sus propias chanzas y su panza sube y baja como un fuelle resoplón.