Nosotras, nueve amigas de Brasil,
Argentina y Paraguay, que nos conocimos en las clases de italiano en Camerino, Italia,
nos reencontramos en Río de Janeiro, “ciudade maravillosa”. Aunque casi todas
somas señoras mayores, guardamos en el alma la niñez lejana y salimos a jugar y
a divertirnos. Todas somos diferentes, pero el juego nos unifica.
-¡Copa…Copacabana! –brincamos y
contorneamos las cinturas al ritmo zigzagueante de las veredas blanquinegras.
-¿Se dieron cuenta que los sonidos
cariocas inspiran vigor y alegría?
-Sí, hasta las palabras tienen una
sonoridad que provoca fiesta y bienestar.
-Porque Río “gosta de gente feliz”
-Les propongo un juego: nos paramos en aquella
línea y saltamos por las curvas de las veredas, una por cada sílaba. Una por
vez y nos vamos ubicando enfrente, allá. Empiezo. Una palabra que sugiera
movimiento. Así:
-¡Ma-ra-ca-ná!- y llego a la línea.
-¡Cai-pi-ri-nha! –Se alinea la segunda.
-¡Ya-ca-ré-pa-guá! –Llega la tercera,
comenzando más atrás, porque son cinco sílabas.
-¡Cor-co-va-do! –Los paseantes y
vendedores ambulantes se detienen a observarnos.
-¡Pi-ra-ti-nin-ga! –La sexta y se prepara
la séptima.
-¡Sam-bó-dro-mo! –Ya tenemos a muchos curiosos
que aplauden y sacan fotos.
-¡Ga-ro-tas! –El aplauso es más cerrado
ahora.
-¡Sau-da-de! –La última, que es una
“minina” romántica, aporta esta palabra, que también tiene ritmo, al subir y
bajar la voz seductora. Lo dice tan dulcemente, que provoca ternura. Comienzan
los abrazos en una comunión de paz y amor por el prójimo. Para nosotras ese
abrazo representa la hermandad latinoamericana. Las argentinas amamos el tango,
porque tenemos un corazón nostálgico, como lo que se siente por la pérdida de un
amor, así como los españoles, con el flamenco, expresan la tristeza por el
dolor que da el desarraigo. Los paraguayos le cantan al amor con las dulces
melodías que brotan del arpa.
Nos cansamos, y allá vamos, a un chapuzón
en el mar. Unas toman agua de coco en un chiringuito de la playa.
Vamos ahora hacia el malecón Arpoador,
donde está el Parque “Garota de Ipanema” y como no podía ser de otra manera, de
repente, nos topamos con la escultura de Tom Jobin, con su guitarra al hombro y
el bossa nova nos hace bailar al escuchar su música, desde un bar cercano.
No dudé, al ver a unos paseantes,
argentinos o uruguayos, que tomaban mate. Me acerqué a saborear ese elixir
verde y amargo, luego vino la foto, y fue Tom Jobin, quien nos unía como una
prueba de fraternidad. Suena ahora “Un día de domingo”, es Gal Costa, que viene
a acompañar el atardecer maravilloso que la naturaleza nos regala, y convoca al
amor.