sábado, 20 de noviembre de 2021

Jirones y rastros

 

 

 

Girar y girar

las mismas vueltas,

las siempre vueltas.

Las huellas del silencio

andan por ahí desgarrando

sonrisas, tristezas, venturas

y quedan rastros

de la insulsa duermevela.

Antes descorría las cortinas del sarcasmo,

sostenía la mirada como amonestando

con la insolencia de una bofetada.

Hoy, las arrugas de la nostalgia

me ven como un pájaro enjaulado

por las rejas del dolor,

así como se oxida al viento

la manzana mordida.

Hay silencios que queman

cuando saco de la hibernación

al maltrecho corazón.

Quiero abrir la celda de la monotonía

y volar, pero sólo camino sin sueños.

Entonces, se dibuja una pieza teatral de enredos,

donde los sibaritas degustan

la ensalada de ira, miedo, culpas y vergüenzas.

Con paciencia y tiempo,

la vida se cuece a fuego lento.

Arranco jirones de esta piel antigua.

Mi gato se agazapa en más silencios.

Sin rencor y con libertad

 

 

El encierro es como una mortaja en una película en blanco y negro. La nostalgia, los desencuentros en una ciénaga, se parecen a las alimañas nocturnas que arrastran a sus víctimas, hasta lóbregas madrigueras.

Atreverse a ingresar en una caverna oscura con una antorcha en la mano el iluminar su interior es descubrir el amor y el odio, las utopías, las locuras, las esperanzas y las desdichas, los destellos y las sombras, la muerte y la vida.  Y osar, al fin, a mirarla sin rencor y con libertad.

Dos estilos. Dos actitudes

 

 

Ante circunstancias similares, como una separación, las mujeres tomamos posturas diferentes, que se ven reflejadas en nuestros actos, a primera vista.

La apuesta es descubrir una y otra, según las siguientes citas:

-Bajo un manto de niebla saborea los cielos.

-Untarse con caricias de vainilla.

-Dar pasos de barro en la oscuridad que gotea entre la nada.

-Se van evaporando los sueños de caramelo y chocolate.

-Erótica fluidez en clave de sol.

-Trueque entre vuelos y ausencias.

-Los verbos son profecías.

-Un Pitágoras sin teorema.

-Cada día canaliza varios sigilos.

-Cuerpos de barro y mieles.

-¿Quién se atreverá a desafiar la sed del desierto y curar mi ceguera de soles?

-Soledad melancólica hasta la médula.

-Celebra el estallido absoluto del alba.

-Suaves rasos ya son olvido.

-Memorias sonámbulas deambulan entre libretos pasados.

-El esqueleto es intemperie en el otoño.

-Escuchar los sonidos del corazón, el palpitar de la sangre, la certeza de las emociones que, al final, son la única verdad.

-Mantras analgésicos. Crujen los fantasmas. Aromáticos insomnios.

-Cronos se deshoja sobre tu pecho quieto.

-Vos, huyendo entre las coincidencias.

-Dejar que la noche negra despliegue toda su bravura, hasta que se desgaste en abrazos.

 

¿Se animan, lectores?

Como un péndulo

 

 

La vida, en su vaivén, nos devuelve casi todo lo que nos arrebata, o nos acondiciona los desbalances que nos atormentan.

Solía acompañarlo en esas excursiones de caza fotográfica, hasta que la intromisión de los ajenos, hizo que nos alejáramos.

Recuerdo algunas de sus obras.

En el ocaso, en primer plano, un cardo oscurecido y detrás, el campo arrasado.

En un cuartucho de baño, detrás de los cristales sucios, amanece. Hay ropas remojándose en la palangana y medias y calzoncillos colgados de un cordel.

Un bandido aplastado junto al vano de una puerta ve alejarse a los policías. En la siguiente secuencia: Salta la balaustrada, frena un poco, y se acomoda detrás de las orejas las crenchas grasientas que caen sobre sus sienes.

El atelier de un artista. Tarros, pinceles, cuadros a medio resolver, una cama deshecha, una mancha de humedad y un cenicero repleto de colillas.

En la gran cama de respaldo de hierro, asoma el enorme cuerpo de la madama. Sobre la almohada, la cara despintada deja ver las bolsas y las arrugas, debajo de un flequillo negro.

En secuencia de imágenes, la silueta de la misma mujer joven en luces, en sombras, de día, de noche, desperezándose, enfadada, reconciliándose, gimiendo, riendo…

Supe al instante una verdad incontrastable. Y comprendí todo.

jueves, 14 de octubre de 2021

En realidad...

 

 

En realidad, empieza con los ojos ensimismados en aparentar un conocimiento inédito y erudito, porque ella es experta en todos los temas con es presunción de grandeza, tanto que no importa el público, sólo escuchar, escucharse esa voz pausada y condescendiente (¿entendés?) Yo trato de extrapolar esos sonidos, como si me pusiera tapones en los oídos, hasta que debo salir de mis pensamientos, cuando con exaltación aguda pregunta ¿Me estás escuchando, Roberto? Es la voz de pito de las maestras. Aunque, ahora que pienso, ella es docente jubilada, un poco histriónica, que debe cautivar la atención de sus alumnos. Es un vicio que todas tienen. ¡Ella sabe de todos los temas!

Arqueo las cejas sin más, y sin poder emitir sonido alguno, porque es una obligación escuchar sus ideas geniales, que harán de mí, una montaña rusa de incertidumbres, en las mentes de la última casta, de los más ignorantes, aún cuando en un asalto de austeridad me mira desde su tarima discursiva, como si fuera una mosca zumbona y molesta, posa su mirada con cierta sensación de pena o de reproche.

-¡Ah! Empieza con “en realidad…”, como para diferenciarse de la “chusma”! que arranca con “la verdad que…”

-Cierto, como si el mensaje testimonial y versátil que va a dar a su platea, fuera una verdad irrefutable. Habla como entre paréntesis, porque necesita mantener la atención y el estupor de la audiencia. Antes de llegar al meollo de la cuestión, inserta sin relación, una anécdota de su viaje por Europa (que nadie le preguntó), o los problemas que tiene su prima que vive en Nueva Zelanda, que no puede recibir a su madre. Ella está inoculada con la vacuna equivocada… “En realidad…” y sigue el soliloquio hasta que decide, abruptamente, que la lleve a la clase de Cerámica que empieza a las 16 p.m.  “La grúa me llevó el auto porque estacioné en lugar prohibido”. Yo me veo a pura tracción a sangre, cargando mi palanquín chino para transportar a la reina.

Mi amigo revuelve el segundo café, reflexionando, o tal vez, haciendo un parangón con su propia mujer. Se interrumpe para escucharme.

-¡Me voy, viejo, no aguanto más esta Monologamia! -él asiente y me augura paz y felicidad.

viernes, 3 de septiembre de 2021

El invento

 

 

Las chicas cuatro E recibimos la invitación. Nos asombró recibir la comunicación de la amiga que hacía tiempo se había alejado. Fue cuando nos contó que había conocido a un hombre excepcional, que la sedujo tanto, como para prescindir de nuestra amistad.

Por las redes sociales se anunciaba la muestra pictórica de una ignota artista; grupos feministas apoyaban. La galería donde se expondrían las obras es reconocida por su alta categoría y distinción. Así que fuimos, más que nada para volver a ver a la amiga que se había esfumado de todos los ambientes a los que solíamos acudir para las habituales confidencias, que fortalecían la amistad.

Escaso público aún. En la sala predominaba el rojo carmesí por los colores elegidos, y por la luz que en algunos casos iluminaba los cuadros allí colgados. En un silencio casi sepulcral, observaban escandalizados por los prejuicios y la vergüenza, algunos.

Pude distinguir a la madre de Milena, siempre exótica en su aspecto, acompañada por su novio nuevo, al parecer. Un hombre que parecía no poder sostenerse, se apoyaba en la pared junto a la puerta de ingreso. Atraían las miradas esos ojos rojos lacrimosos, que por momentos nos alejaron de la interpretación de esas obras.

No veíamos a la artista, Milena Pizzi. El único motivo era por la curiosidad de volverla a ver y conocer la obra de nuestra amiga, estudiante de Bellas Artes, por aquellos tiempos.

Sobre una pared lateral se exponía un video de sexo explícito que atraía las miradas de los libidinosos. Debajo colgaban cinco cuadros. Manos femeninas atadas al respaldo de una cama de hierros torneados. Grotescos juguetitos sexuales en tonos flúor, pero no de madera. Un brazo inyectándose cocaína y varios sobrecitos blancos, una cuchara quemada y un encendedor. Un rostro de mujer que juega al gallito ciego, pero sin barbijo. Una mano masculina aferra fuertemente una correa de cuero negro con un látigo de sadomasoquismo.

Sobre la otra pared, otro video de estilo similar sacudía en estupor a los conservadores y también a las neuronas de las feministas.

Sobre una cama con sábanas negras, se expone lencería erótica de última moda. Unas nalgas enrojecidas, cruzadas de latigazos. Hay publicidad encubierta de un hotel de paso y más novedades de un sex shop. Como una naturaleza muerta, iluminado pobremente, una botella de whisky, una caja de preservativos y unas pastillitas azules. Un bolso de cuero repleto de billetes, junto una caja fuerte ya vacía.

En la pared del frente se ve algo que parece ser una cama cubierta con un paño negro. ¡Y Milena no aparece! Arriba, la imagen de Liza Minelli en “Cabaret” y a su lado una Edith Piaff en los peores momentos de su decadencia.

Los asistentes comentan.

-¡Fiesta, fiesta, fiesta!

-Es una apología, una incitación al consumo de drogas…

-¡Pobres chicas que cayeron en esa vida miserable!

Los rumores se acallan cuando se oscurece la sala y sólo se ilumina el objeto tapado. Por un costado se ilumina a giorno la figura de Milena que se acerca. Descalza, una túnica blanca no logra disimular su piel, tan pálida que parece transparente. Sus cabellos caen lánguidos. Se destaca su boca roja, delineada con premeditación, como para compaginar otro de sus cuadros.

-¿Estará enferma? -se preguntan.

-Agradezco su presencia. Voy a proceder a descubrir la sorpresa que se anunciaba en la invitación. Por favor, no necesito ayuda. -se dirige a los asistentes que la rodean.

El silencio es enigmático cuando retira el paño negro. Efectivamente es una cama cubierta con sábanas blancas, que se introduce en un amplio tubo, como un túnel que se usa para estudios de imagen en Medicina. Ella misma se ata los pies con una correa negra y a continuación se recuesta. Apoya su nuca en la muesca de madera. Extiende un brazo y comienza a hacer girar una manivela que va acercando el dispositivo que pende sobre su cabeza, redondeado y coincidente con la forma de su cráneo. Ambos se acercan cada vez más.

Hay gritos de horror cuando la sangre destila por los costados. Milena sólo aprieta los dientes y tiembla. Todo su cuerpo tirita. Ahora, un pasmoso silencio hace interpretar al invento. Pasan imágenes rojas, castigos, como si luces estroboscópicas destellaran en su mente. Quiere apagarlas. Ambos globos oculares, caen.

Quiere no oír más insultos y gritos de terror. Ambas orejas se desprenden como las hojas de otoño. Cuando pretende gritar ella misma, su lengua es atrapada por la guillotina. Milena deja de accionar el mecanismo. Ya no tiembla. Su mano cae inerte. No podrá alcanzar los despojos de su cabeza.

 

Encontramos la tumba por el montículo de terrones negros, recién acondicionados. Ni una ofrenda, aunque vimos un trozo burdo de madera tallada: “Perdoname, amor”. Una botella a medio beber estaba tirada al lado. Nosotras pensamos que era el cafiolo que vimos en la muestra. Un desconocido.

Dejamos sobre la tierra, un ramo de flores con una tarjeta: “¿Por qué no nos buscaste, Milena?”

          Elena, Erika, Elsa, Emma.  

Monólogo de un ex combatiente

 

 

Si me preguntan por las sensaciones que recuerdo, diría…

El frío de las noches cerradas y oscuras “en el pozo del zorro” y la imagen del compañero de guardia que tenía tiesas las piernas, a punto de congelarse. El frío, y las bufandas que no nos llegaron, ni la plata que recolectaban para la causa. La libra esterlina que fui a comprar a pedido de mi compañero, que no pude dársela, porque ya había muerto… se la di a su hermana, años después.

El bombardeo, el ruido de la salida, la cuenta mental de los disparos, el silencio de la espera, el zumbido y la fuerza de la explosión.

El olor a pólvora de los proyectiles y la asociación con algo o alguien quemado. Las bengalas que iluminaban el campo y las balas trazantes.

El hambre y los guisos de carne enlatada, el arroz con leche preparados en latas de dulce de batata, y el gustito del chocolate Águila que una vez recibimos y la repartija en siete pedacitos de Mantecol, que nos llegó para compartir en el pozo. 

Los estaquiados que castigaban por robar comida o cazar una oveja.

“¿Para qué quiere que me afeite? ¿Para que los ingleses me vean más bonito? El castigo posterior de que me afeiten en seco y arrodillado.

Situaciones confusas. Descontrol. Falta de coordinación. Improvisación. Ignorancia. Así fue como cuando vimos arrimarse un avión volando bajo, hacia el valle donde estábamos. ¡Alerta roja!  Le tiramos y cuando pasó a nuestro lado, lo distinguimos por la escarapela argentina. El piloto se eyectó y se salvó.

El miedo al ver pasar a los gurkas que avanzaban caminando como robots, gritando y tirando como poseídos.

Siete soldados quedamos sin jefe en el pozo. Uno de ellos se la pasó comiendo ciruelas disecadas embebidas en Paso de los Toros… Cuando volvíamos a pie hacia Puerto Argentino, a cada rato se apartaba del camino y pensaba “Morir cagando es hacer Patria”, nos contó después. Uno de los compañeros iba arrastrando una bolsa de comida, y ya extenuado, iba alivianando la carga y arrojaba latas al borde del camino.

La imagen del izamiento de la bandera inglesa, junto a la pila de armas que íbamos dejando, y otra vez el silencio que queríamos dejar atrás. La emoción al recordar a los caídos, no lo puedo olvidar.

La tapa de un diario rezaba: “El día que Madryn se quedó sin pan”, aludiendo a los vecinos que se acercaron a vivarnos y nos alcanzaban pan y facturas.

Ya en Buenos Aires, recibimos el documento firmado con la baja y unos pocos pesos. Un médico nos revisaba para ver las condiciones físicas. A la pregunta “¿Soñás con la guerra?”, Dije que no porque imaginé que iba a quedar adentro indefinidamente. ¿Ése era el test para determinar nuestra salud mental?

-¿Recuperás algún rasgo de la argentinidad? -me preguntaron mucho tiempo después.

-Sí, la amistad y la certeza de saber quién es el otro.

-¿Qué perdiste? –

-La guerra me quitó la frescura de la adolescencia y me endurecí.

-Aprendí que en situaciones límites, cada uno saca lo mejor y lo peor de sí mismo. -Agregué. -También supe que los dolores necesitan tiempo para sanar, que es sabio el saber reconocer a la gente y hacer el duelo por los que no están.

-Un viaje hacia mi interior es la mejor manera de curar el alma.

La espuma de tu memoria

 

 

 

Abajo, el agua fría y negra; arriba, la luz cálida y amarilla. Quiere subir, coloca ambas piernas en las salientes irregulares de los ladrillos musgosos del aljibe; se sostiene con una mano en el hueco que dejó el bloque ausente, y con la otra, se topa con la lisura resbalosa. Pedruscos sueltos caen al fondo del agua helada.

No puede avanzar. Si mira hacia arriba, la altura lejana lo marea; si mira hacia abajo, un círculo concéntrico quiere tragarlo. Se tensan los músculos hasta la extenuación. Luego, una mano se desprende y lo hace girar hasta golpear la cabeza en la pared circular. Se toca la frente ensangrentada y sudorosa. Arriba, la luz se está tornando opaca. Nuevamente se derrumba y cae en la profundidad oscura. Quiere descansar… Se revuelve sobre la almohada. Se prende a la boca del brocal.

Es un espejismo que quiere borrarle esos días iguales, esas tardes eternas, esas noches tan largas, como si le dijeran en un susurro: “Se derrama la espuma de tu memoria y no habrá mañana”.

Está comenzando la secuencia de la añoranza y la tristeza, ésas que se materializan en lentas lágrimas, que ruedan por su barba blanca, cuando bebe del gollete del porrón de ginebra.

Misteriosamente, aparece ataviada con una túnica negra, una capelina al tono, y una máscara. De la boca, que no puede ver, exhala el humo de un cigarro con olor a incienso.

viernes, 13 de agosto de 2021

Electrocardiograma

  

Corcovea su corazón.

Trote enloquecido de la caballada.

La vaca blanquinegra ve pasar el tren.

Charcas de turbias inmundicias.

Silencio en el bosque y gorjeo de los pájaros.

Carcajadas hirientes desde el monte.

Calma chicha antes de la tormenta.

Espectros como enigmas en un túnel oscuro.

Estanque quieto apenas se mece con la brisa.

Risas sarcásticas se alejan.

Hay madréporas de calcio y miradas opacas.

La garganta traga la saliva espesa.

La nuez de Adán sube y baja.

Hay esquirlas de cristal trizado.

Una turmalina pende de su cuello.

Bálsamo de paz en un beeep.

Un descomunal misterio dejó de ser mito.

Pavor

 Entre el fango y la hediondez, ella se estanca. El humo negro es tan negro como sus lágrimas. Huye y tirita en la impaciencia fría de la oscuridad.

El encierro oculta todas sus vergüenzas. 

Pampero

 El viento arrecia. Timoneo en el medio del río con una mano, y con la otra, "achico" el agua que entra en la sentina. ¡Y Lilí que no quiso acompañarme!

Músculos y fuerza. El corazón galopa. Prendo el calentador y la sopa se bambolea. Se infla "la cangreja". Se quiebra el palo mayor y la furia arroja mi barca y mis huesos en la costa de Carmelo. 

Domingo

 Llueve. Escribo luengas cartas a lejanos amores imposibles, mientras afuera un gélido viento se lleva las últimas hojas, algún paraguas y un diario viejo.

Los lores comen como desaforados las últimas manzanas del País de las Manzanas. Señal que pronto nevará. 

Amanece, microcuento.

 Hay que caldear el motor de la máquina en las madrugadas cordilleranas. Hay que prender un fuego con jarillas y ramas secas para derretir el hielo y calentarse las manos.

Ya las montañas violetas y azules van tiñéndose de rosa. Por el este, el sol va despuntando. 

Montaña y tren - micro cuento

 Pinta paisajes de montaña nevada y tren en su niñez. Se desvela y ya está cruzando los Alpes. El chuf-chuf del tren se fatiga en la trepada, la despierta y oye el aleteo de un colibrí en su ventana que pica y pica los malvones rojos. 

El triciclo

 

 

Cuando leyó a Borges, se inspiró en el tiempo cíclico. Escribió un poema.

Sus hijos, en el vértigo circular, con la intrepidez de la pasión, retornaron indefinidamente en poemas.

Su nieto gira en torno al árbol con su triciclo. Pedalea hacia atrás. Inútil faena.

Él sabe que el niño circulará, enlazado como los aros olímpicos. Creará un poema.

Botas y flor

 

 

Como la semilla que se deja arrullar por el viento y cae lejos del capullo, así las imágenes se agolpan en las entretelas de la memoria.

Como el vaho que se levanta en una mañana de rocío, tras la neblina, no sé si son recuerdos o figuras desdibujadas de un sueño difuso.

Un niño juega con caracolas en una playa solitaria y cuando quiere incorporarse no lo logra; se ve durmiendo en una cama de yeso, boca arriba, como en un sarcófago, en las migajas de un tiempo pretérito. Tras incontables caídas, su cuerpo, estimulado con trapos y vapores calientes y las ganas de caminar, revive hasta conmover los escépticos miembros tiesos y su columna indiferente. Camina por senderos confusos; perplejo, ya hombre, entierra sus botas en terrenos fangosos de hastío y vergüenza. “Moriré con las botas puestas”, dice.

Una nena trepada a un paraíso enhebra pistilos violetas de las flores perfumadas. De sus manos mágicas salen aros, pulseras y collares, para enamorar a los chicos que juegan a la pelota en el potrero de enfrente. Mona, le decían, siempre desde un árbol, ve pasar el mundo de gentes, coches, bicicletas, caballos, mientras despega la cáscara seca del plátano y en invierno, arroja las bolitas amarillas sobre las mantillas negras de las beatas, rumbo a la iglesia. Llaman las campanas a la misa de domingo y las semillas caen en el confesionario, donde los secretos esconden todo lo indigno y lo profano.

Rostros anónimos se dejan llevar por las calles atiborradas de carteles luminosos, de maniquíes y humanoides. El gentío va con bluetoth y sordos auriculares. El humo negro y el alquitrán se entremezcla con aromas seductores que quieren dar la apariencia de seres con alma. Terminan colgándose al tren que ya parte. Otros se internan en las pasarelas subterráneas, donde todo es humedad. Un blues del desamor llora su interminable canción. La gran boca expulsa a la multitud de zombies narcotizados, con espujitajos y estornudos. Después bosteza y se traga los últimos retazos de libertad.

En la orilla de un lago sereno le llega una flor de la montaña que ya adorna su cabellera enrulada.

Las velas se hinchan y lo llevan por un mar atormentado, que finalmente lo dejará sobre arenas blancas de soledad y calma.

Junto a la cama solitaria, él encuentra las botas embarradas. Ella, en otra cama lejana, ve la flor de amancay que supo adornar su pelo con auténtico primor.

domingo, 18 de julio de 2021

Son veces. Son cuandos.

 

 

 

Cuando la soledad era sombras y misterio…

Cuando nada esperaba en una nada blanca de silencio…

Cuando descubrí mi paisaje interior con ojos nuevos…

Cuando la armonía del alma fue transparencia…

Cuando la libertad contagió al mundo con su lumbre…

Cuando la siembra fue fructífera…

Cuando oí la música del universo todo…

Cuando un planeta colorido me sorprendió…

Se hizo la luz y supe

que las personas hermosas

se distinguen por su alma luminosa

y el todo me encontró

en el líquido amniótico de la vida por vivir.

La pelota

 

 

Desde la playa se huele el viento que viene de tierra adentro, y desbarata las sombrillas de los bañistas, toallas y reposeras. La pelota grande de colores escapa de las manos del niño.

-Yo la busco. No te preocupes.

Una fuerza irresistible lo empuja mar adentro. Es una compañía el bisbiseo en cada estocada sobre las olas. En cada brazada la alcanzo, piensa, pero el viento silba y juega a las escondidas con el globo flotante. Avanza un metro y en un metro más se aleja, pero no la pierde de vista.  Él se detuvo un poco y vió, allá lejos, minúsculas siluetas que le pedían regresar, pero resiste.

En alta mar el viento se calmó y así logró abrazarse a la esfera colorida, para descansar los brazos extenuados; como una caricia la brisa, que no ha cambiado el rumbo, lo adormeció.

El Atlántico en su inmensidad es insondable y en esa soledad soñó con África, el desierto, el oasis, la selva. Dunas, reflejos, camellos en caravana. Aullidos agudos de los animales transcurriendo en la espesura, chillidos de pájaros, bramidos y rugidos continuos. El ronroneo del viento entre el follaje y el agua cantarina de una cascada.

-Algún día iremos, hijo, y veremos los camellos y la fauna salvaje en su hábitat.

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Unos pequeños picotazos en la cabeza reclinada, lo despertaron. Entreabrió los ojos castigados por la sal y las olas. El graznido de las aves y el verde de una costa cercana lo convencieron. No era un espejismo. Sin calzones, aterido y con heridas en las piernas agotadas y mordidas por algún pez cariñoso, vio pequeños contornos que lo llamaban. A su lado, un grupo de delfines saltaban dándole la bienvenida. Quiso sonreír, pero sus labios rajados de dolor, no se lo permitieron. Dolía su piel casi descarnada en su rojez por el sol meridional y de noches de fría desolación.

Los pingüinos de pecho amarillo se asoleaban en las rocas. Miles de aves entorpecían el silencio, aunque entre el rugido del viento, logró oír el mugido de una vaca. ¡Tenía tanta hambre, tanta sed! Entre las pestañas saladas, pudo ver a dos barcas precarias que se acercaban al rescate.

Un cartel en lo alto del acantilado anunciaba: Isla Tristán da Cunha.

Ya recuperado, el aventurero envió un mensaje en la botella: “Hijo, pronto te buscaré en un transatlántico.  Papá”.

lunes, 21 de junio de 2021

La piedra

 

 Es rotunda y áspera,

Al palparla es rugosa en los relieves.

Nervaduras claras y profundos canalones oscuros,

debajo.

No puede saberse qué hay dentro.

Quizás, sólo vemos abstracciones,

metáforas encriptadas,

confusas relaciones semánticas

que se esconden,

como se ocultan las culpas,

disfrazadas para engalararse

en el falso carnaval y

bailan una danza pérfida.

 En esa perversión,

en esa infidelidad,

algún día serán más traidoras y

se enquistarán, como las plantas parásitas,

 en alguna parte del cuerpo,

para seguir riendo esa risa procaz y

pecaminosa carcajada.

Paroxismo II

 

 

Siente a lo largo de la espalda cómo los dedos de él le recorren vértebra por vértebra, cómo unas yemas suaves le redondean caricias circulares, cómo unos pellizcos pequeñitos le sacuden la cintura, cómo, al darse vuelta, somnolienta, un beso tibio le templa el ombligo, cómo unas manos despejan su cabellera abundante para ver su cuerpo de luna, cómo esas manos fuertes presionan sus caderas, cómo una marea de aguas cálidas le recorre toda la piel, cómo una corriente eléctrica le sacude las extremidades , hasta las uñas, cómo sus piernas primero aprietan y después se aflojan, cómo su centro se precipita en lentas gotas de placer y se adormece, cómo se detiene todo su cuerpo de melocotón, hasta brillar, como relucen en primavera las flores del duraznero.

Paroxismo I

 

 

Como una carcajada sarcástica, el mar sacude las barcas para humillarlas en su pequeñez, entre  flujo y reflujo de ansiedad, en el vértigo de las marejadas sin tiempo y el alboroto de las aves que huyen en escándalo de alas y chillidos.

Movimiento violento de la entraña hirviente y desenfrenada. Remolino de despojos fugitivos de tablas, de peces ahogados, de matas y de algas, brincando y sumergiéndose en el tumulto oscuro, sin retroceso. Es como si el mar hubiera vomitado en su paroxismo final.

En la playa, entre los restos flotantes, las barcas embican, unas tras otras. También yo.

Dinosaurios

  

El tiempo pasa,

simple manera de decir.

Llevo un dinosaurio en mis entrañas

que devora milenios, siglos, años,

toda la selva

y hasta un árbol repleto de frutos maduros.

Tu hijo lleva dentro un triceratop

que engulle años, uñas y una brizna de pasto.

Tus nietos llevarán un saurio gigante

que roe con fruición las raíces escasas

que se niegan a morir en el erial,

saciándose después con sus cartílagos y sus huesos

para inmovilizarlos.

Las aves carroñeras harán su parte:

lo deglutirán sin culpa.

Aquí estoy, sacudiendo mi cola portentosa

para espantar a los que me perturben cada día. 

martes, 13 de abril de 2021

Esto no es ficción

 

Esto no es ficción

He arribado al sur, justo en una fecha clave de nuestra historia argentina. Porque, sabrán ustedes (como muchos) que transitamos acabalgados en dos siglos. ¡Y fuimos haciendo historia!

24/3/1976

La estación de tren se veía verde, todo verde militar, y las armas esgrimidas no me dejaban ver al hombre que me esperaba entre los escasos civiles que nos daban la bienvenida.

-¡Abra su maleta! –y yo, que había salvado de la quemazón ese libro, para leerlo durante el viaje, me lo quitaron.

-“Para leer al Pato Donald”

- Y ése, quién es, el que escribe?

-Un escritor chileno- dije muy amedrentada y pensaba que todavía tenían frescas las imágenes de La Casa de la Moneda en Santiago.

Cerré la valija y aprisioné debajo del poncho mis documentos y mi título flamante, con el que pensaba desenvolverme en ese pueblo petrolero.

Allí estaba él, que me abrazó como para retener junto a su pecho ese amor largamente esperado. Cinco años habían pasado desde que nos conocimos en mi viaje de egresados. Yo, una jovencita con la cabeza llena de sueños, y él, un hombre mayor que me enamoró. Un flechazo que no logró apagar el incendio de mis emociones, ni la distancia pudo hacer su parte.

Cartas breves y larguísimas, poemas, mensajes, encomiendas, primero y más tarde, encuentros más asiduos cuando él retornó a la gran ciudad. Las distancias se acortaron y mantuvieron viva la chispa de aquel primer encuentro.

En el ámbito universitario habían comenzado con vigor las persecuciones a los estudiantes, para no terminar más.

-Agarraron a Elda, en la isla. –Era nuestra compañera de estudios. Marina estaba avisándome.

-¿Y tienen nuestros teléfonos? –al instante se escuchó “¡Cállense hdp!”.

Una corriente eléctrica sacudió mis vértebras y un sudor frío empapaba mi frente. Temblando, cortamos y en la terraza de la pensión hubo una gran fogata que terminó con todos los libros y revistas prohibidos, más los panfletos que ayudaban a aplanar el colchón en la cama hundida. Todo lo apagó el fuego. Al cielo iban todas las ideas camufladas en un hongo de humo que ascendía, ascendía.

Hoy, a cuarenta y cinco años de aquella fecha, no me arrepiento de nada. Vivo en la ciudad donde encontré el amor. Hoy veo a mis hijas a las que todavía les duele la muerte del papá, y a mis nietos, que no conocieron al abuelo.

Dos historias que hicieron historia. Amor y huída.

Romance de la prisionera 2020

 

Romance de la prisionera 2020

 

Cuando hace la calor

un virus apareció.

Las guerras ya no mataban

Cuando el corona invadió

De amores la han separado

y no la dejan reposar.

Las puertas están cerradas,

ventanas y postigones,

mas los balcones se abrieron

y allí al vecino se oyó.

-¿Qué haces allí tan sola?

que te puedo acompañar.

-No te acongojéis, vecino,

que desde allí podrás mirar.

Mi cuerpo tengo tan blanco,

como de un fino cristal.

Mi boca tan colorada,

como de dulce coral.

¡No maldigáis a esta peste,

sólo mirad, buen mozuelo.

Pláceme a voluntad.

Cuando la cuarentena acabe

¡Bien podremos retozar!

-Con sedal rojo punzó

por tu ventana entraré.

No puedo más esperar.

-Trae tu antorcha encendida

que en mi lecho flama habrá.

Si no hay vacuna que cure

el amor nos sanará.

Y volaremos por el cielo

Junticos de par a par.

miércoles, 17 de marzo de 2021

Malitas.com

 

 

Tarareo “En mi cabeza, en mi cabeza, va dando vueltas…”

-Miren la foto que me recuerda el “face”, de cuando estuvimos becadas en Washington. ¡Qué jóvenes éramos!

-Atención, salida de camiones y camionas (dice el cartel en Resistencia)

-Ya no me miro en el espejo… antes sabía exactamente las razones de esas arrugas en el entrecejo, en el rictus, alrededor de los ojos… además, ni me veo ya!

-A¡ reírse, a sumar más patas de gallo!

-Uso una base con células madre, ¡pero es muy cara!

-Yo soy muy económica: mezclo una cucharadita de polenta en una crema berreta. Y me queda bárbaro.

-O hacete una máscara de pepinos para limpieza de cutis.

-El aceite de rosa mosqueta es ideal…

-Extraño los viajes… en Youtube veo los viajes en tren por Europa. Es muy relajante. Después duermo como un tronco.

-Tuve una pesadilla con la vice-presidenta y ahora estoy angustiada.

-¿Cómo se llama esa mina, tan graciosa que vemos por Youtube? No me acuerdo.

-Chicas, firmen y difundan.

-Yo no me meto más con eso. Son todos hackers.

-Las noticias en la tele me envenenan. Vacuna gate. ¡Y las vacunas no llegan!

-En la veterinaria atiendo burros. Les enseño a los chicos cómo se maneja un libro.

-Ahí les mandé unos acertijos para ejercitar la mente. A ver, ¿cuántos animales encuentran?

-Mi hijo, que es un profesional, no consigue trabajo y está pensando irse!

-Me tienen harta con los mensajes por el día de la mujer…

-Te traigo a los chicos, así te entretenés un poco. Eso me dice mi yerno.

-Les paso la receta de pancitos con leche en polvo, sin harina.

-¿No engordan?

-Hoy no salgo en la video llamada, porque se me rompió la prótesis. ¿Me recomiendan un técnico dental, que sea bueno?

-Chicas, pensemos en nosotras ahora, y nada más. Bastante ya nos hemos dedicado a los otros en las escuelas y en la familia.

-No significa ser egoístas. No sé si les pasa, pero tengo una fiaca… Hace tres horas que estoy tirada en el sillón y no me decido a salir a caminar. Hace “un lorca…” No salgas, vieja, que te vas a asolear”, me dice mi marido.

-Acá, en Tierra del Fuego hace un calor increíble para la época.

-Pensemos en hoy, el pasado ya lo vivimos, y del futuro, no se sabe…

-Namasté. Lo aprendí cuando caminé los senderos de Katmandú. Hay que abrir las puertas al espíritu.

-¡Tengo tantos proyectos! Patchwork, examen de francés¡Malitas.com me divierte tanto!

-Yo estudio italiano por zoom.

-¡Ay, chicas, las dejo un rato solas y ya arman el geriátrico sex vip!

-Pur Dior, aunque puede ser Lancome…

-Estoy campamenteando con todo el mujeraje de la familia. Fuimos remando en tres kayacs hasta la isla de enfrente. Esta noche veremos la luna llena.

-Tan romántica, ella… yo prefiero verla con mi amigovio, pero no está…

-Te recomiendo ver el video “Cómo liberar relaciones tóxicas”.

-En mi caso, desde que quedé viuda, tuve varios “festejantes”, pero están todos “chacabucos”, o se fueron muriendo ya.

-Yo encontré una estrategia: me voy a tomar un cafecito a la peatonal, y cuando veo que va llegando un señor mayor, que esté “potable”, abro mi cartera de cuero negro (que me había regalado mi marido hace como veinte años), saco el espejito y hago como que me pinto los labios, con ese labial que ya no pinta… y ¡Zas!, ¿Puedo sentarme aquí? Ja, ja!!!

-No. Ud. señora, no. Eso me había dicho el placero cuando me hamacaba con los niños. Desde la pandemia ya no está más, así que las dejo por ahora. ¡Pelos al viento, y a soñar!

Estas amigas mías están tan loquitas…

¿Histeriqueando?

 

 

Me gustaban todos, rubios o morenos, flacos o gorditos, simpáticos o aburridos, los “gronchos” o los “nerds”…desde chiquita. Si escribiera todas las iniciales que transcurrieron a lo largo de mi búsqueda, sería de la A a la Z. Nunca me decidía. Había aprendido tempranamente a “histeriquear”.

El que hacía todos los goles en el potrero de enfrente y yo, para verlo, barría frenéticamente la vereda de casa, hasta cuando no había hojas caídas, ni tierra.

El gordito nadador, que me provocaba escribir en el fondo de la pileta con verdín, un “te amo”, mientras entrenábamos para la competencia.

El que me dio el primer beso en el pic-nic de la primavera en el bosque de eucaliptus… el olor era tan penetrante que me subyugaba.

El rubio suizo que me aturdía con la batería a la vuelta de mi casa, y luego me seducía con un blues y su saxo melancólico. Alguna vez lo elegí, pero sólo porque me tiraba avioncitos en el aula con los resultados de la prueba de Matemática.

El vecino que me invitó a bailar cuando volvió al pueblo enfundado en su traje de militar. Por cuestiones ideológicas, me alejé.

El otro, de cuerpo atlético, que me hacía perder la cabeza y revolear los ojos cuando me miraba como desnudándome y que luego disimulaba cuando mi hermano, el “guardabosque”, lo observaba con el ceño fruncido.

Ese flaco tornero con su mameluco engrasado, que de azul pasaba a ser gris arratonado, me piropeaba cuando pasaba frente al taller. Y yo volvía a pasar.

El motoquero que arrasaba todos los caminos y que también arrasaba a todas las chicas, sus fans.

Otro, yo sé que me quería, pero su timidez no lo dejaba arrimarse, y yo tampoco ¿o tendría que haberme lanzado yo?

El fotógrafo que sabía captar tantas imágenes sorprendentes, eran una obra de arte. No accedí a posar como modelo, porque estaba gordita.

Ese negrito esmirriado tan simpático que me divertía tanto con sus salidas improvisadas y sus caricaturas con tanta ternura… O las notas periodísticas que publicaba en el diario local. Pero era ¡tan pobre!!

El sociólogo que admiraba en silencio mientras daba sus exposiciones académicas y que con los ojos me decía tantas cosas…

El escritor que me quería como ángel de la guarda solamente, porque sufría una grave enfermedad. Y yo no soy doctora. No quería ser sólo eso.

El cinéfilo que me llevaba al cine club, y que nos colábamos por una puerta lateral para participar luego de los debates.

El estudiante de Ingeniería que me escribía poemas en la servilleta del café… ¿Qué habrá sido de él?

¡Ay mamita, tenías razón. “Parece un hombre bueno, pero es muy mayor”. Me escribía cartas jocosas pero con gran ternura para salvar la distancia y el tiempo. Pintaba cuadros abstractos que analizábamos, cuando nos encontrábamos, y no siempre coincidíamos en la interpretación. Yo quería a alguien que me proteja, una especie de papá, porque estaba muy vulnerable.

Siempre estuve meditando en el muelle de San Blas. Siempre estuve esperando al soldado que vuelva de la guerra (me acuerdo de la canción que mi abuela me cantaba “Estaba la Catalina sentada bajo un laurel…”) Siempre miraba pasar el tren que nunca se detenía para que descienda el amor que esperaba.

Para que en el pueblo no digan que estaba quedando solterona, acepté al señor mayor, aunque no me casé.

Ustedes chicas podrán sentirse identificadas y seguramente pensarán en el verbo “histeriquear”¿ No es cierto?

martes, 16 de febrero de 2021

Me robé un terrón de azúcar

 

 

Eso le dije al cura, cuando me confesé.

-¿Nada más, hija?

-Nadita.- yo sabía que mentir era pecado, pero no confesé lo demás.

No le dije que me aterraban los mensajes de la clase de catequesis. “Cada pecado es una raya negra en el corazón, hasta que de tanto pecar se muta lo rojo en negro”. Entonces, me escondía detrás del busto de Sarmiento para no entrar a la clase de religión, y cuando había pasado el peligro, salía por el agujero del patio de la escuela, donde me esperaba el vecinito que vivía en los fondos. “Si sostienes los cubiertos hacia arriba, le pinchas la panza a los angelitos” “Si caminas para atrás, le pisas el manto a la Virgen” Y cosas así decían, que me asustaban, pero igual, Juancito me recibía con unos besos tan tiernos…

Más tarde, cuando ya había pasado la Comunión, me mandaron al Colegio San José, de las monjas. Las pupilas del norte me contaban sobre sus pueblos, sobre la leyenda del Pombero, que robaba a las niñas que no dormían la siesta, y ¡les hacía cosas horribles! Otra narró que se escapaba hasta la orilla del río, y en la barranca se encontraba con su novio. Dice que hacía magia él, cuando le acariciaba el botoncito rosado, hasta que se le paraban los pelitos que lo rodeaban… Entonces, todas nosotras probábamos de hacer esa magia en la habitación oscura del internado. Y al fin, le veíamos la cara a Dios.

Como en todos los sitios, hay pecadores y pecadoras; la rebelde Sor Ethel nos leía fragmentos de un libro, “Decamerón”. O nos contaba la historia de los expulsados del Paraíso, como la de “el eunuco apenado”, a quien Dios lo castigó conservándole el pene y le permitió llevarse la manzana prohibida, para que viviera la penitencia de una tentación permanente.

Anoche, recordé lo que el monaguillo vio en un cajón de la sacristía: un montón de bombachas, tangas, calzones y culottes de las monjas que iban a visitar al curita joven, recién llegado al pueblo. Así, se me representaban escenas de ésas, que no se cuentan habitualmente.

-¿Has pecado con los pensamientos?

 -A la hora del Angelus, entrando por la Sacristía deberás rezar un Padre Nuestro y dos Avemarías… -Ya tenía el alma negra, lo había pinchado al querubín culón y le había pisado el manto a la Virgen.

Más adelante, cuando las tetitas crecieron, empecé a usar corpiños y cuando me lo permitieron, me maquillaba “como una puerta”, me vestía como señorita mayor, con tacones altos y todo. Iba al “Puticlub”a hacer el baile del caño y me salía re-bien. Sigo allí, porque se gana mucho dinero en ese oficio.

De regreso, en la madrugada, con los zapatos en la mano y los labios mamarracheados de rojo, me tiro en la cama a pensar en el concurso de los besos del Club de Escritura.

Veré qué puedo hacer.

Nos vemos en Ezeiza

 

 

La pantalla del celular titiló y envió un mensaje de voz, cargado de confidencias. “Tenés que acordarte de Alejandro, el de rulos rubios que conocí a los quince, cuando iba a visitarte en los veranos. Nos habíamos visto en el colectivo que iba al centro chiquito de la ciudad. Nos encontrábamos en cada esquina, en la vereda de enfrente, en “la vuelta al perro”, tanto que me dijo un piropo torpe: “Te veo hasta en la sopa”. Yo esperaba algo más romántico, pero le salió así y me hizo sonreír. Pensé que era una mosca cargosa que finalmente, luego de tantos giros, se caía en la sopa. Nunca imaginé que ese chico escuálido y de rulos se convertiría en mi gran amor.

Nos hicimos novios desde que no le di ese beso en las escaleritas frente al gran lago y así, caminábamos de la mano todas las tardes, hasta gastar las veredas y terminaron las vacaciones. Vamos a visitarte, como en luna de miel”. Fin del mensaje.

Transitaron muchos caminos siempre paralelos, sin volver a encontrarse. Mucha agua corrió debajo de los puentes, como dice el dicho popular. Y un océano los separó. María la llamábamos, “simplemente María”, como el tango. En diferentes sitios los dos armaron sus vidas que, aunque, dichosas, no terminaban de conformarlos. Un esposo y seis hijos (uno,  más quintillizos). Dos esposas y cuatro hijos (dos con cada una). No se dieron cuenta que en la responsabilidad de ser padres, se olvidaron de vivir, mientras la rutina socavaba las fuerzas de la juventud.

-Te busco en Ezeiza – había prometido Alejandro.

Esta tarde los vi y descubrí en el brillo de sus miradas, que el verdadero amor finalmente había llegado. Treinta años después en un aeropuerto, cuando ella decidió volar sobre el gran océano, se dieron ese beso que ella le había negado. Ahora la nombramos Victoria, su segundo nombre. Un amor adolescente que floreció en una primavera precoz; un amor que se renovó en el otoño de sus vidas.

sábado, 9 de enero de 2021

EL CONTORSIONISTA II

 

 

Su narcisimo era tal, que no se miró más en el espejo, así que, patas para arriba, en vertical vio el mundo al revés. Los espectadores aplaudían. Una falla de coordinación. Un ruido de huesos y lágrimas de dolor, lo derrumbaron. El público calló de estupor. Un charquito de lágrimas ya se estaba tiñendo de rojo.

 

Cuando se aburrió de mirarse el ombligo, hizo una torsión en puente, para ver la realidad desde otra perspectiva. Caminó hacia un lado y otro de la grieta, hasta que se cansó y cayó al abismo. No lo vimos más.

ELLA ME DIJO QUE...

 

 

Cuando era joven paseaba por el barrio con una banda de chiquilines hacia el arroyo que baja al lago. ¡Una fiesta! Cosechar frutillas silvestres, buscar hongos, rastrear a las liebres al ver cagaditas frescas, oír el rumor de las aguas, disfrutar de los aromas del bosque.

Al anochecer se oían las voces de las madres llamando a sus hijos. “¡A comer, Guido!”, “¡Anita, vení a bañarte!” y regresaban con los cachetes colorados. La ropa de fajina, pringosa de sabia de los pinos, se reservaba para la siguiente jornada feliz.

-Hoy no me casé con “Guilito”, mami, porque me llena de babas con sus besos- Él era el nene besuqueador que perseguía a las niñas por el claro del bosque.

Al poblarse la zona, desmontaron los pinos de más de 40 mts. Lo que fue Pinar de Festa, ahora es ex pinar, repoblado con árboles de hojas caducas que en primavera y en otoño colorean todo el entorno.

Si antes era un placer escuchar el silencio o las risas infantiles…

Si antes acariciaba nuestras narinas el olor a humedad y la sombra de los pinos…

Si antes el color predominante era el verde perenne, el musgo y los líquenes del aire puro…

Si antes endulzábamos la boca y los besos con frutos silvestres…

Si antes descansábamos sobre el colchón de pinochas para admirar el cielo allá arriba…

Si antes palpábamos la rugosidad de los árboles y los abrazábamos…

Si antes armábamos el pesebre esperando al Niño Jesús…

Cuando camina hoy ya no es posible acceder al arroyo. Cercos de propiedad privada lo impiden; ve cabañas de madera al estilo montañés y otras modernísimas que ascienden para poder observar el lago. Hay cables aéreos que cruzan por entre la arboleda. Hay carteles que indican la velocidad máxima para circular por las calles internas.

Ya no conoce a los vecinos; los viejos ya no están. Recuerda al viejo Cirilo que, desde la esquina, barría las hojas de otoño para espiar: A qué hora llegaba el novio de la vecina, ese atorrante casi atropella a Matías, parece que festejan el cumple de Don Teodoro… Los barbijos y el distanciamiento hacen difícil la comunicación. Todos somos autómatas que, melindrosos, nos alejamos de los otros por miedo a contagiarnos.

Voces desencontradas se oyen, y los ladridos de los perros asustados.- Me hisoparon y me dio negativo. –Mi primo Carlos se contagió. –¡Quiero tomar una birra en el bar! –Cuando esto pase, te visito. Prometido. –Soy de riesgo. No me vacuno.

Por whatsapp Mónica vocea: En 5’ te llevo una bolsa de ciruelas. Entonces, a través del portón, y en una bolsa atada a un palo, le alcanza un frasco de mermelada de membrillo, para retribuirle.

El cielo está azul, ignorando a los “embarbijados”. Los entes  caminan abstraídos, sólo mirando la pantalla del celular. Son escuálidos de piernas flacas, jibas prominentes, cabezas gachas, estiramiento forzado de cervicales, papadas arrugadas, ojos miopes y pulgares desarrollados, más que las otras falanges.

 Hoy ella ve el cielo azul, las flores de belleza increíble, y el verde luminoso, mientras mira por la ventana. No hay niños en la calle. Al atardecer, el arbolito de luces artificiales engalana la placita, porque llega Papá Noel.

Ella me dijo que nos deja porque comienza la clase virtual de zumba.