domingo, 13 de marzo de 2011

Mayoría de edad (en dos entregas) Premio 2010 cuentos Municipalidad de S. Carlos de Bariloche

Unos ojos enrojecidos de mirada turbia y unos pies indecisos, van tanteando las irregularidades del terreno, tratando de hacer coincidir cada pisada con el foco de atención. Tarea difícil, a primera vista.
Rara vez esa coincidencia se produce, por el bamboleo excesivo del cuerpo, pendular y dispar. Un sombrero de paja, de mujer, que lleva encasquetado, aún permanece en su sitio. Algunas veces, Basilio sofrena la inercia y se detiene en una convulsión y dos temblinques para reiniciar la marcha, otra vez.

Desde una ventana de la vivienda del frente, José sigue los pasos torpes de su cuñado hacia la pieza, cocina y retrete en el fondo del terreno. Esa nochecita, un humo miserable y desilusionado se eleva, o eso intenta, entre las humedades grises que pronto serán una negra nublazón.
Al fin llega, y de una patada, abre la puerta de la piecita, como significando "Yo puedo, yo soy el dueño de la Mirta, y ella me va a obedecer".
Ella, arrinconada junto a la salamandra, se estremece y sus ojos negros se agrandan, como si el asombro pudiera convencerla de que lo que se viene será distinto a otras tantas situaciones ya vividas. Siempre se repiten, como un "dejà vu": borrachera, insultos, golpes, lanto y "a dormir la mona", entre vómitos agrios de vino tinto y orines, detrás de la puerta recién pateada.
Unos metros más allá está el retrete angosto que hoy no va a ser usado, se presiente.
De la casilla de al lado, ese domingo, se escucha un valsesito chileno "Y con una copa en la mano, la beban hasta el final"...

José también presiente y recuerda el anuncio que le había hecho a Basilio un tiempito antes. Se tensan los músculos del chico de 16 años, fuerte y decidido; son alambres de siete hilos, que acorralan animales furiosos.
Separarían para siempre los amores de uno y de otro; uno, fraternal y sano; el otro, lúbrico y desquiciado. Ambos, dirigiendo sus flemas y sus emociones hacia los indefensos 18 años de Mirta, con su gravidez y sus miedos crecientes. Ella está lista para contrarrestarlos con la esperanza de una nueva vida. "Por fin tendré algo propio, yo que nunca tuve nada, algo que será únicamente mío". Ese hijo desafiaría las leyes de la propiedad privada y la exclusión, aunque para ser propietaria, Mirta haya tenido que sufrir humillaciones y violencia.

"Y dale, y dale
andá borracho a dormir..." Esta vez se oye una cuequita.

-¿Qué hacés ahí, puta? -la lengua pastosa de Basilio le dificulta el hablar; entre babas y mocos, su aire pendenciero no cesa.
-¡No, basta ya! -su voz ronca y pausada no alcanza a convencer, ni para proteger su cuerpo acobardado.
-Mirá lo que te traje, lo robé en una compraventa -le arroja el sombrero de paja y en el envión, cae de rodillas junto a la salamandra que humea.
En ese intante, Mirta, de un salto, pasa por sobre el cuerpo laxo, repantingado, en el mismo momento en que un fortísimo empujón abre la puerta de par en par.
Ha llegado José blandiendo un cuchillo mediano con los dientes apretados. De una sola patada, da vuelta la blanduzca masa caída y, sin dudarlo, se avalanza

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