domingo, 27 de mayo de 2018

En el umbral

Nieva con la suavidad de un invierno en el silencio inmaculado. Hibernan. Hibernamos. Es un lapsus de la vida que duerme en la planicie blanca y quieta.
Por arriba, los copos sutiles van tapando todas las miserias, todas las vergüenzas, todas las angustias, mientras un sol tenue abrillanta la lisura.
Por abajo, los gusanos cavan vericuetos escondidos; las hormigas protegen su comida, que no es maná. Las cigarras y los grillos se han callado de grave afonía. No se oye el ruido interior de la tierra; las raíces crecen y se afirman con sigilo.
Y así, en el instante preciso, siento un temblor imperceptible en el umbral vivo de la revelación. Ahí veo al tulipán asomando su cabecita curiosa y muda. Es una flor sola con su sangre roja, que anuncia la vida y sorprende, como asombra la belleza de una obra de arte, como si fuera el despertar de un sueño prístino.

jueves, 17 de mayo de 2018

La cadencia de las violetas

Por momentos se desploma, atropella
y es violenta con todos y los cristales.
Sobre los techos tamborilea y
me anuncia que hoy no habrá visitas,
que vaya arrebujándome dulcemente entre las sábanas,
y que sueñe.
Él no vendrá.
Una niebla, salvadora, me adormece y
ya no retumba en mis oídos
el portazo que ha dado al irse.
Arrecia ahora y se encoleriza.
A borbotones forma charcos aquí y allá.
Me veo chapotenado rumbo a la escuela.
Risas y guardapolvo blanco salpicado de barro.
¿Y ahora, por qué el paraguas llora lágrimas oscuras desde el perchero?
Él no vendrá.
Más tarde, como si se arrepintiera,
comienza otra vez, mansamente.
Acaricia las hojas, las flores y los frutos.
Nítidos colores son más brillantes y sonrío.
Despierto, y veo desde mi ventana
que el arcoiris asoma.
Un colibrí viene a contarme
que él está en camino.
Enjuago mi cabellera en el extremo de la canaleta.
Desnuda, mi cuerpo brilla y se suaviza.
La tormenta calmó.
La lluvia fina ya ha mitigado mi dolor.
Por el sendero lo veo llegar.
Ahora, el aroma de las violetas es más intenso.

martes, 15 de mayo de 2018

Cortezas del alma

Era mi obsesión
sacar la cáscara seca de los plátanos
y descubrir la lisura verde claro en primavera,
para tallar un nombre y un te quiero.
Rascar la cascarita seca de la rodilla magullada,
chupar la sangre nueva que manaba
y poner fomentos de algodón y té de malva,
para cicatrizar.

Hoy, en otra geografía, ya no hay plátanos.
Tengo frente a mi ventana un arrayán.
Me sorprendí cuando fui a desprender
la piel fría, canela y naranja.

¿Se curan las heridas?
Había que explorar debajo de las cortezxas
y encontrar un tesoro,
llenar los huecos de la nostalgia.

Voy hacia el abedul del fondo
y le quito la cáscara blanduzca y deshilachada.
El polen amarillo se esparce volando y se deposita
blandamente, hasta hacerme estornudar y lagrimear.

Desprendo una cáscara,
una piel, una corteza.
Develar lo más recóndito.
Una cicatriz superpuesta
no deja salir la savia del corazón.
Se agarrota como un puño.
Ya no es terciopelo suave.
Es una tela ajada por tantos rasguños,
tantos engaños,
que no deja descubrir las entretelas del alma. 

lunes, 14 de mayo de 2018

Lozanía y despojos

Cuando su cuerpo comenzó a moldearse bellamente, todo, su piel, sus poros, sus senos y su boca supieron el sabor del deseo, degustaron las mieles de la lujuria y se elevaron en aras de la libertad.
Nada más lindo que salir de la quietud de los escaparates. Ascender por los aires del delirio. Respirar a bocanadas frescas el cielo límpido. Recrear el vuelo de las mariposas. Ser libélula de colores y competir con el arcoiris.
Un día deseó el reposo. El matrimonio y un esposo de mirada torva y manos insensibles, no fueron suficiente para acallar las ansias, para atrapar los sueños. Extrañaba el afuera y desechó la esclava cotidianeidad.
Entonces salió a las calles, recorrió las bocacalles, se detuvo en los semáforos, caminó por los albañales, tropezó muchas veces con las ratas del basural, cayó en los charcos pestilentes, resbaló ¡tantas veces! para no quedar aprisionada en las garras hirientes de apetitos vorces. Descubrió, en tanto, que era mercancía del pecado. Y partió.
Probó suerte en lujosos establecimientos y fue bailarina de varietée. Las luces, las lentejuelas y las baratillas la subyugaron a destiempo. Cuando sus carnes fueron tristes colgajos y su piel arrugada afeó su antigua hermosura, continuó en tugurios infectos, compartiendo el trajín de otras mujeres de su calaña y ex-hombres que la arrojaron al lodo nauseabundo.

Hoy leía un pequeño recorte del periódico: "Hallaron el cuerpo sin vida de una mujer en la callejuela oscura que divide "Barrio el humo" y "Villa Asma". Se desconocen sus datos de filiación.

Yo intuyo, sin embargo, que el cadáver pertenece a Ramona Montiel, que ha perdido todo, hasta su identidad.