martes, 29 de marzo de 2011

Estefanía y la cigüeña. (en tres entregas)

Cuando nació, premtura, y sin padre para que la reconozca, su madre no había decidido aún el nombre que le pondría a su niñita.
-Dicen que los niños traen un pan debajo del brazo, esta beba es pura plata -decía la enfermera.
Su piel no estaba arrugada como la de los recién nacidos; era tersa, pálida y brillante como una estela de plata.
-Y, necesitaremos plata, nosotras dos- reía, feliz, Doña Esther, sin acordarse ya de los dolores del parto, pensando únicamente en las penurias que vendrían.
-En Chile, en Chañarcillo, hay una mina de plata regia. Le llaman estefanita a ese mineral - es la partera, quien apuntaba un dato más.
-Pero a mí me gusta el nombre de la primera actriz de la novela: se llama Estephanie -replicaba Esther.
-¡Ah, sí!, yo también la sigo. Esa chica tiene una gran personalidad y atrae a todos los que la tratan: hombres, mujeres, niños, ancianos.
-Le pondré Estefanía, sin segundo nombre. Ya me decidí. Estefanía Márquez -categórica, la madre confirmaba, mientras acercaba la beba, hambrienta, a su cálido pecho.

Cuando empezó la escuela secundaria la Estefanía que caminaba desgarbada con la mirada baja, en nada se parecía a los presagios de su nacimiento. Cabello oscuro, largo, despeinado y opaco, parecía querer esconder un rostro sin brillo y unos ojos café con leche, desleídos y sin gracia.
A los catorce años, su aspecto no era atractivo; tampoco transmitía, como las otras chicas del curso, esa corriente de simpatía y de seducción de todas las adolescentes.
Un semblante alicaído, pálido, y muchas veces amarillento, sugería algún grado de cansancio, cierta congoja, o tal vez, un signo de enfermedad.
Casi nunca caminaba erguida, mostrando con orgullo sus pechos jóvenes; por el contrario, jorobada, trataba de ocultarlos. También tapaba sus brazos, su cola y sus piernas con burdas ropas pesadas, aún en los días calurosos de noviembre. Y además, estaban raídas, descoloridas, como ella, y pasadas de moda.

Pocas veces sonreía. La sonrisa era la expresión máxima de alegría que era capaz de transmitir; casi nunca se acompañaba con la mirada; era apenas una mueca de puro compromiso.
En el curso ella se sentaba hacia la izquierda, al final de la fila, casi detrás de la puerta, la que cada vez que se abría, la atemorizaba.
-Márquez -la preceptora tomaba lista.
-Presente- Estefanía contestaba en un hilo de voz, mientras pensaba que la escuela era el mejor lugar para estar, aunque no lo pasaba tan bien, como hubiera deseado.

-Estoy dándoles a las chicas de 2º un poco de gimnasia rítmica, para ver si logro hacerles aflorar la femeneidad -la profesora de Educación Física afirmaba -porque o son asexuadas, como la alumna Márquez, ¿Se dieron cuenta?, o son estilo "unisex", como la mayoría de sus compañeras.
Ese año se había implementado un sistema de tutorías a cargo de algunos profesores y la preceptora, para seguimiento pedagógico y disciplinar y para ofrecer un ámbito de confidencias a aquellos alumnos que lo aceptasen.
A ella le había tocado su preceptora María Laura; luego de las primeras entrevistas, si el caso ameritaba, eran derivadas al ETAP (equipo de apoyo técnico).
-Vimos tus notas, Estefi, estás con varias materias bajas, pero lo que más me preocupa son tus faltas. ¿Por qué faltás tanto?
-Le ayudo a mi mamá - mustia y parca, respondía.
-Lo llamativo es que casi siempre faltás los lunes y a veces, también los martes.
-...
El silencio fue toda la respuesta. María Laura presentía que eso era el preludio de una confidencia.
Pero eso no ocurrió.

Esa noche de jueves, Estefanía se despertó sudorosa y gritando. Como otras veces, nadie acudió para ver qué le estaba pasando.
Otra vez había tenido esa pesadilla que cada tanto aparecía.
Siempres trataba de recordar qué había sucedido antes de que la cigüeña grande y de pico largo, la lleve volando hacia un horizonte rosado... hacia donde el sol está naciendo.
Se esfuerza, se aprieta las sienes, pero no se develan las imágenes. Sólo hay tinieblas y oscuros pasadizos. Pero siempre, siempre, la cigüeña blanca y salvadora, la rescata. Salen de la negrura, pasan los opacos nubarrones oscuros y van acercándose siempre, a un límpido cielo azul.

Con la firma de María Kominski, Psicopedagoga, puede leerse el informe:
"La alumna Estefanía Márquez, ingresa a 1º año proveniente de la Escuela Nº223 del Bo. Orión Este.
Habiendo observado el legajo completo de su trayecto escolar primario, se considera que la alumna no había adquirido el pensamiento abstracto necesario, al momento de iniciar su trayecto escolar en nivel medio.
Se solicita informe pedagógico de la asignatura Lengua, materia instrumental y que favorece la comunicación. Del mismo se concluye que:
-Tiene dificultades en la aplicación del lenguaje simbólico y en la expresión de sentimientos propios.
-Posee una ortografía bastante deficiente: confunde letras y deja palabras inconclusas, también oraciones incompletas.
-Nivel de rendimiento inferior al 60 ol 70% respecto del resto de la clase.
-Demuestra interés evidente por la lectura de textos periodísticos, especialmente, policiales.
Sugiero intervención de la técnica psicóloga para su evaluación".

Una mañana, muy temprano, dos compañeras, Jennifer y Jacqueline, encontraron a Estefanía llorando incontenible en el baño. Dieron aviso a María Laura.
-¿Qué te pasa, Estefi?
-Tengo muchos problemas, pero no quiero hablar -entre sollozos y con los ojos hinchados, se explicó.
-¡Quiero estar sola, por favor!
Pero María Laura sabía que ese pedido, era justamente lo contrario. Ella tenía necesidad de hablar, de confiar a alguien, esa congoja tan profunda.

Un psicólogo social muy reconocida en el ámbito de atención de adolescentes en riesgo, afirmaba: "Hoy los jóvenes ya no se enfrentan con los adultos. Huyen".

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