jueves, 14 de octubre de 2021

En realidad...

 

 

En realidad, empieza con los ojos ensimismados en aparentar un conocimiento inédito y erudito, porque ella es experta en todos los temas con es presunción de grandeza, tanto que no importa el público, sólo escuchar, escucharse esa voz pausada y condescendiente (¿entendés?) Yo trato de extrapolar esos sonidos, como si me pusiera tapones en los oídos, hasta que debo salir de mis pensamientos, cuando con exaltación aguda pregunta ¿Me estás escuchando, Roberto? Es la voz de pito de las maestras. Aunque, ahora que pienso, ella es docente jubilada, un poco histriónica, que debe cautivar la atención de sus alumnos. Es un vicio que todas tienen. ¡Ella sabe de todos los temas!

Arqueo las cejas sin más, y sin poder emitir sonido alguno, porque es una obligación escuchar sus ideas geniales, que harán de mí, una montaña rusa de incertidumbres, en las mentes de la última casta, de los más ignorantes, aún cuando en un asalto de austeridad me mira desde su tarima discursiva, como si fuera una mosca zumbona y molesta, posa su mirada con cierta sensación de pena o de reproche.

-¡Ah! Empieza con “en realidad…”, como para diferenciarse de la “chusma”! que arranca con “la verdad que…”

-Cierto, como si el mensaje testimonial y versátil que va a dar a su platea, fuera una verdad irrefutable. Habla como entre paréntesis, porque necesita mantener la atención y el estupor de la audiencia. Antes de llegar al meollo de la cuestión, inserta sin relación, una anécdota de su viaje por Europa (que nadie le preguntó), o los problemas que tiene su prima que vive en Nueva Zelanda, que no puede recibir a su madre. Ella está inoculada con la vacuna equivocada… “En realidad…” y sigue el soliloquio hasta que decide, abruptamente, que la lleve a la clase de Cerámica que empieza a las 16 p.m.  “La grúa me llevó el auto porque estacioné en lugar prohibido”. Yo me veo a pura tracción a sangre, cargando mi palanquín chino para transportar a la reina.

Mi amigo revuelve el segundo café, reflexionando, o tal vez, haciendo un parangón con su propia mujer. Se interrumpe para escucharme.

-¡Me voy, viejo, no aguanto más esta Monologamia! -él asiente y me augura paz y felicidad.