En realidad, empieza con los ojos
ensimismados en aparentar un conocimiento inédito y erudito, porque ella es
experta en todos los temas con es presunción de grandeza, tanto que no importa
el público, sólo escuchar, escucharse esa voz pausada y condescendiente
(¿entendés?) Yo trato de extrapolar esos sonidos, como si me pusiera tapones en
los oídos, hasta que debo salir de mis pensamientos, cuando con exaltación
aguda pregunta ¿Me estás escuchando, Roberto? Es la voz de pito de las maestras.
Aunque, ahora que pienso, ella es docente jubilada, un poco histriónica, que
debe cautivar la atención de sus alumnos. Es un vicio que todas tienen. ¡Ella
sabe de todos los temas!
Arqueo las cejas sin más, y sin
poder emitir sonido alguno, porque es una obligación escuchar sus ideas
geniales, que harán de mí, una montaña rusa de incertidumbres, en las mentes de
la última casta, de los más ignorantes, aún cuando en un asalto de austeridad
me mira desde su tarima discursiva, como si fuera una mosca zumbona y molesta,
posa su mirada con cierta sensación de pena o de reproche.
-¡Ah! Empieza con “en realidad…”,
como para diferenciarse de la “chusma”! que arranca con “la verdad que…”
-Cierto, como si el mensaje
testimonial y versátil que va a dar a su platea, fuera una verdad irrefutable.
Habla como entre paréntesis, porque necesita mantener la atención y el estupor
de la audiencia. Antes de llegar al meollo de la cuestión, inserta sin
relación, una anécdota de su viaje por Europa (que nadie le preguntó), o los
problemas que tiene su prima que vive en Nueva Zelanda, que no puede recibir a
su madre. Ella está inoculada con la vacuna equivocada… “En realidad…” y sigue
el soliloquio hasta que decide, abruptamente, que la lleve a la clase de
Cerámica que empieza a las 16 p.m. “La
grúa me llevó el auto porque estacioné en lugar prohibido”. Yo me veo a pura
tracción a sangre, cargando mi palanquín chino para transportar a la reina.
Mi amigo revuelve el segundo
café, reflexionando, o tal vez, haciendo un parangón con su propia mujer. Se
interrumpe para escucharme.
-¡Me voy, viejo, no aguanto más
esta Monologamia! -él asiente y me augura paz y felicidad.