viernes, 13 de agosto de 2021

Electrocardiograma

  

Corcovea su corazón.

Trote enloquecido de la caballada.

La vaca blanquinegra ve pasar el tren.

Charcas de turbias inmundicias.

Silencio en el bosque y gorjeo de los pájaros.

Carcajadas hirientes desde el monte.

Calma chicha antes de la tormenta.

Espectros como enigmas en un túnel oscuro.

Estanque quieto apenas se mece con la brisa.

Risas sarcásticas se alejan.

Hay madréporas de calcio y miradas opacas.

La garganta traga la saliva espesa.

La nuez de Adán sube y baja.

Hay esquirlas de cristal trizado.

Una turmalina pende de su cuello.

Bálsamo de paz en un beeep.

Un descomunal misterio dejó de ser mito.

Pavor

 Entre el fango y la hediondez, ella se estanca. El humo negro es tan negro como sus lágrimas. Huye y tirita en la impaciencia fría de la oscuridad.

El encierro oculta todas sus vergüenzas. 

Pampero

 El viento arrecia. Timoneo en el medio del río con una mano, y con la otra, "achico" el agua que entra en la sentina. ¡Y Lilí que no quiso acompañarme!

Músculos y fuerza. El corazón galopa. Prendo el calentador y la sopa se bambolea. Se infla "la cangreja". Se quiebra el palo mayor y la furia arroja mi barca y mis huesos en la costa de Carmelo. 

Domingo

 Llueve. Escribo luengas cartas a lejanos amores imposibles, mientras afuera un gélido viento se lleva las últimas hojas, algún paraguas y un diario viejo.

Los lores comen como desaforados las últimas manzanas del País de las Manzanas. Señal que pronto nevará. 

Amanece, microcuento.

 Hay que caldear el motor de la máquina en las madrugadas cordilleranas. Hay que prender un fuego con jarillas y ramas secas para derretir el hielo y calentarse las manos.

Ya las montañas violetas y azules van tiñéndose de rosa. Por el este, el sol va despuntando. 

Montaña y tren - micro cuento

 Pinta paisajes de montaña nevada y tren en su niñez. Se desvela y ya está cruzando los Alpes. El chuf-chuf del tren se fatiga en la trepada, la despierta y oye el aleteo de un colibrí en su ventana que pica y pica los malvones rojos. 

El triciclo

 

 

Cuando leyó a Borges, se inspiró en el tiempo cíclico. Escribió un poema.

Sus hijos, en el vértigo circular, con la intrepidez de la pasión, retornaron indefinidamente en poemas.

Su nieto gira en torno al árbol con su triciclo. Pedalea hacia atrás. Inútil faena.

Él sabe que el niño circulará, enlazado como los aros olímpicos. Creará un poema.

Botas y flor

 

 

Como la semilla que se deja arrullar por el viento y cae lejos del capullo, así las imágenes se agolpan en las entretelas de la memoria.

Como el vaho que se levanta en una mañana de rocío, tras la neblina, no sé si son recuerdos o figuras desdibujadas de un sueño difuso.

Un niño juega con caracolas en una playa solitaria y cuando quiere incorporarse no lo logra; se ve durmiendo en una cama de yeso, boca arriba, como en un sarcófago, en las migajas de un tiempo pretérito. Tras incontables caídas, su cuerpo, estimulado con trapos y vapores calientes y las ganas de caminar, revive hasta conmover los escépticos miembros tiesos y su columna indiferente. Camina por senderos confusos; perplejo, ya hombre, entierra sus botas en terrenos fangosos de hastío y vergüenza. “Moriré con las botas puestas”, dice.

Una nena trepada a un paraíso enhebra pistilos violetas de las flores perfumadas. De sus manos mágicas salen aros, pulseras y collares, para enamorar a los chicos que juegan a la pelota en el potrero de enfrente. Mona, le decían, siempre desde un árbol, ve pasar el mundo de gentes, coches, bicicletas, caballos, mientras despega la cáscara seca del plátano y en invierno, arroja las bolitas amarillas sobre las mantillas negras de las beatas, rumbo a la iglesia. Llaman las campanas a la misa de domingo y las semillas caen en el confesionario, donde los secretos esconden todo lo indigno y lo profano.

Rostros anónimos se dejan llevar por las calles atiborradas de carteles luminosos, de maniquíes y humanoides. El gentío va con bluetoth y sordos auriculares. El humo negro y el alquitrán se entremezcla con aromas seductores que quieren dar la apariencia de seres con alma. Terminan colgándose al tren que ya parte. Otros se internan en las pasarelas subterráneas, donde todo es humedad. Un blues del desamor llora su interminable canción. La gran boca expulsa a la multitud de zombies narcotizados, con espujitajos y estornudos. Después bosteza y se traga los últimos retazos de libertad.

En la orilla de un lago sereno le llega una flor de la montaña que ya adorna su cabellera enrulada.

Las velas se hinchan y lo llevan por un mar atormentado, que finalmente lo dejará sobre arenas blancas de soledad y calma.

Junto a la cama solitaria, él encuentra las botas embarradas. Ella, en otra cama lejana, ve la flor de amancay que supo adornar su pelo con auténtico primor.