Cuando era joven paseaba por el barrio con una banda de
chiquilines hacia el arroyo que baja al lago. ¡Una fiesta! Cosechar frutillas
silvestres, buscar hongos, rastrear a las liebres al ver cagaditas frescas, oír
el rumor de las aguas, disfrutar de los aromas del bosque.
Al anochecer se oían las voces de las madres llamando a sus
hijos. “¡A comer, Guido!”, “¡Anita, vení a bañarte!” y regresaban con los
cachetes colorados. La ropa de fajina, pringosa de sabia de los pinos, se
reservaba para la siguiente jornada feliz.
-Hoy no me casé con “Guilito”, mami, porque me llena de babas
con sus besos- Él era el nene besuqueador que perseguía a las niñas por el
claro del bosque.
Al poblarse la zona, desmontaron los pinos de más de 40 mts.
Lo que fue Pinar de Festa, ahora es ex pinar, repoblado con árboles de hojas
caducas que en primavera y en otoño colorean todo el entorno.
Si antes era un placer escuchar el silencio o las risas infantiles…
Si antes acariciaba nuestras narinas el olor a humedad y la
sombra de los pinos…
Si antes el color predominante era el verde perenne, el musgo
y los líquenes del aire puro…
Si antes endulzábamos la boca y los besos con frutos
silvestres…
Si antes descansábamos sobre el colchón de pinochas para
admirar el cielo allá arriba…
Si antes palpábamos la rugosidad de los árboles y los
abrazábamos…
Si antes armábamos el pesebre esperando al Niño Jesús…
Cuando camina hoy ya no es posible acceder al arroyo. Cercos
de propiedad privada lo impiden; ve cabañas de madera al estilo montañés y
otras modernísimas que ascienden para poder observar el lago. Hay cables aéreos
que cruzan por entre la arboleda. Hay carteles que indican la velocidad máxima
para circular por las calles internas.
Ya no conoce a los vecinos; los viejos ya no están. Recuerda
al viejo Cirilo que, desde la esquina, barría las hojas de otoño para espiar: A
qué hora llegaba el novio de la vecina, ese atorrante casi atropella a Matías,
parece que festejan el cumple de Don Teodoro… Los barbijos y el distanciamiento
hacen difícil la comunicación. Todos somos autómatas que, melindrosos, nos
alejamos de los otros por miedo a contagiarnos.
Voces desencontradas se oyen, y los ladridos de los perros
asustados.- Me hisoparon y me dio negativo. –Mi primo Carlos se contagió.
–¡Quiero tomar una birra en el bar! –Cuando esto pase, te visito. Prometido.
–Soy de riesgo. No me vacuno.
Por whatsapp Mónica vocea: En 5’ te llevo una bolsa de
ciruelas. Entonces, a través del portón, y en una bolsa atada a un palo, le
alcanza un frasco de mermelada de membrillo, para retribuirle.
El cielo está azul, ignorando a los “embarbijados”. Los entes
caminan abstraídos, sólo mirando la
pantalla del celular. Son escuálidos de piernas flacas, jibas prominentes,
cabezas gachas, estiramiento forzado de cervicales, papadas arrugadas, ojos
miopes y pulgares desarrollados, más que las otras falanges.
Hoy ella ve el cielo
azul, las flores de belleza increíble, y el verde luminoso, mientras mira por
la ventana. No hay niños en la calle. Al atardecer, el arbolito de luces
artificiales engalana la placita, porque llega Papá Noel.
Ella me dijo que nos deja porque comienza la clase virtual de
zumba.