“Me queda la palabra” Blas de Otero
Le tengo envidia a la aspiradora, porque aspira todo, hasta
las palabras que andan merodeando por la casa, y en mi cabeza. También yo tengo
aspiraciones, pero no logro aspirarlas, así que cuando la máquina se pone en
marcha las absorbe. Se llena el cubículo de la basura y lo vacío afuera, sobre la nieve virgen. ¡Oh!, la ensucio y es ahí cuando las veo que
salen al aire libre, desharrapadas con su traje de pelusas, despeinadas con
mechones enredados, deshilachadas con sus atuendos color ratón.
Luego se refocilan hasta quedar limpitas; saltan, se ríen, se
toman de la mano, hacen una ronda y cantan “Que llueva, que llueva, la vieja
está en la cueva”. Salgo, porque no llueve aún, las corro, las atrapo a todas y
las llevo adentro, conmigo, las acaricio, las seco y las pongo a levar junto al
hogar. Ellas me lo agradecen.
Así, mis amigas, las palabras lavadas y alegres, se dejan
amasar en mi mente y vienen a llenar la hoja blanca, impoluta, desde hace algún
tiempo. Entonces salen mis emociones escondidas.
Recapacitan, sienten, sonríen e irradian luz, cantan como la
calandria, se retuercen sobre el lomo de mi gata y retoman el canto de una
canción de cuna. Unas reinician un debate ideológico; otras son irónicas y con
humor; se desperezan la modorra de la hibernación; zapatean para quitarse la
rabia que se aferra indefinidamente; elongan para recuperar energía y las estiro en
sinónimos; otras, se esconden tras la cortina de la ficción.
Al final me enojo porque surgen versos nerudianos, como si
fuera plagio. Decido juntarlas a todas y las guardo en el cajón de los
juguetes, al lado de los soldaditos de plomo, alineados para la guerra. Paco
Ibáñez me guiña una canción.
Tal vez, la próxima salga una prosa combativa. Dejo también
mi pluma, recalculando.