miércoles, 12 de agosto de 2020

Perfume de Alelí

 

 

Es un cascabelito que nos despierta del letargo con sus sonidos mágicos. Pura energía para liderar y vivir con intensidad. Pura alegría de carrillón, de carcajadas al viento. Pura certeza para espantar los miedos y los fantasmas.

Brinda seguridad desde sus patas flacas y de las convicciones que aprendió de sus vivencias escasas, pero que absorbió como una esponja, de todo aquello que sus padres le ofrecen. Está presente siempre en cada voz, a cada paso, en cada canción, en sus manitas hacendosas que crean un mundo de fantasías y un mar de ilusiones.

Aunque pequeña, es sabia en el jardín de la vida; es flor,  como su nombre, que en cada primavera nos sorprende con su belleza, con ese estar ahí, con la placidez de cada encuentro.

Con un andar presuroso y decidido, transmite fuerza, y sabe que da trabajo todo lo que emprenda, pero no se escabulle. Ya su padre creó una canción por ello, y su amor por la naturaleza. Siempre está mariposeando en mi ventana.

Lleva las riendas de su caballo como nadie, con mirada atenta. Es capaz de hacerse respetar, a veces con caprichos, a veces con certezas. Aún con la fragilidad de niña, es precoz y tiene la inteligencia de los elegidos. En su cabecita bullen pensamientos azules, como si volara con su unicornio por encima de la copa de los árboles o entre las nubes.

Es un solcito que entibia con su luz y su aroma perdura siempre.

Un niño con vuelo

 

 

Veo en su mirada serena de lago quieto, toda la energía puesta en sus sueños emboscados del horizonte lejano.

Mi principito sabe “que lo esencial es invisible a los ojos”, y ya está planeando su futuro.

-¿Qué vas a hacer cuando seas grande?

-Voy a manejar un Titanic. –los pelos rubios al viento lo acreditan, y quedan salados cuando recoge caracolas y bichitos de mar, con los que conversa en silencio, como en un mar de ausencias.

Zamba tiene la frescura del bosque y de los líquenes, y la ternura en los abrazos. Me mira, unas veces, con la carcajada de picardía; otras, con furia de labios obstinados, cuando se enoja, o con la firmeza cuando construye sus inventos de fantasía. Martillo, clavos y madera. –Mi hermano sabe hacer de todo, dice Alelí.  De buena madera es, la que heredó tan sabiamente, de la música y el compartir, que aprendió y necesita. Pero en todos los casos, es la inocencia de ese niño flaco pero fuerte, moldeado a puro remo, en brazadas consistentes, en el deslizar por la montaña, en las correrías en bicicleta,  en la caricia de melancolía de hongos y el olor a humedad de la hojarasca.

Es una luz tibia en el follaje otoñal. Una claridad mansa sobre la nieve. Una caricia de sol en los brotes de primavera. Un fuego candente en las tardes de verano. Así va formándose, con los cachitos de ternura de cada lectura, en cada aprendizaje y su estupor. Y ahí va entre las piedras ancestrales y los paisajes y planetas que habrá que descubrir.

Dialogus interruptus

 

 

-¡No puedo alcanzarte! –Una dendrita que lleva los brazos caídos grita.

-Elonga, estira, ya verás. –Responde la más optimista.

No llegan a tocarse, sin embargo, en la arborescencia de mi cerebro atormentado.

¿Cordura? ¿Eso me piden?

¿Locura? Y sí, es necesaria para crear ideas que nos sobrepongan de esta enajenación de enredos alienados, como rastas envejecidas  en el tejado de las incongruencias.

Una de un lado; la otra, en el extremo opuesto de la hendidura; el endurecido cerebro, como una roca, en dialéctica conclusión de las neuronas, hará crecer ese cristal metálico, la mineral estructura de algas, de líquenes, o de moho,que pugnan por salir. Son los que finalmente nos rescatarán.

¿Me tachas de ignara?

 

Yacen inertes, como las semillas en el surco que espera las 12 lunas.

Se me escapan, como las escamas resbalosas del pez en el río.

Asusto a la gaviota, ¡Oh! Y aplaudo. Llena de estupor te sueltan y caen a mis pies.

Y se fugan otra vez, las malditas.  Las persigo como el Correcaminos.

¡Las atraparé, chicas! Y me quedo solo con las hilachas de su gabán.

Son eufemismos, oblicuas ambigüedades de los que hablan mucho para no decir nada.

Son silogismos como que todo lo verde es árbol. Tengo un bosque, entonces.

Son paradojas de lógica incongruencia, como caprichos de la fantasía.

En la dialéctica de las elucubraciones, les digo:

¿Me tachas de ignara? Te tacho.

miércoles, 5 de agosto de 2020

¡Ahí voy, pibe!

 

Su viejo Citroën nunca lo deja a pie una vez que lo pone en marcha, aunque, como ahora, debe empujarlo. Su experiencia, como abogado defensor del Ministerio Público, le dice que existen dos mundos. Uno, que vive en la permanente culpabilización a terceros y en la propia victimización; el otro, es el mundo del que está despierto y no se rinde.

Mientras conduce, imagina al Rulo como un pájaro que le ataron las alas y lo están empujando al borde del trampolín. La luz verde le permite el paso ahora; los bocinazos le interrumpen las reflexiones.

Marito, el Rulo, que había vivido en “Villa Asma”, al lado del basurero clandestino, se había iniciado como ratero, perjudicando a los pares. Luego fue animándose más, robando a los adinerados. Como otros adolescentes se agrupaba siempre esquivando el peligro;  tuvo varias entradas a las comisarías y salía por ser menor, hasta llegar a un lugar seguro y recibir un café con leche gratis.

Más tarde fue amigo de los policías que recorrían la zona con el móvil policial. Se comenta que ellos lo contactaron con “Los guaraníes”, una banda que, en la jungla de la ciudad, opera con la venta de marihuana y otras yerbas, pasta base y paco. Así comenzaron sus desgracias, como profeta de la calle. Cumplidos los 22 años fue el momento de entrar en el Penal.

Ya está cerca. Recuerda que le pidió que le hablara con franqueza para poder defenderlo. Un “perejil”, como se dice, porque a los “peces gordos”, no se los puede agarrar.

-Andaba vendiendo merca a la vuelta de “Ladies” en Nueva Jamaica. Hay una gomería al lado del firulo, en un pasillo angosto pegado a la medianera. Siempre mi lugar era quedarme entre las gomas apiladas, y el olor a meo y las vomitadas. –el Dr. Pardo pudo hacerse una composición de lugar y planear su estrategia de defensa.

-Yo sabía que podía ser una trampa, porque no podés salir, si te baten. Mis clientes son unos viejos putañeros, los cornudos que van ahí para vengarse, los enfermos, los desesperados… ya sabe Dr.

-¿Y la otra noche?

-Alguno batió … no sé, algún resentido que no se le paró y quedó caliente, ¿o qué? –una sonrisa amarga le distiende la cara.

-Tenés que acordarte.

-Sí, me acuerdo de uno que no conocía. Un inexperto, hasta tuve que ayudarlo con la jeringa.

-¡Ahí voy, pibe!

Por los pasillos camina siguiendo al guardia hasta la celda del Rulo y escucha: “¡Tordo, sacame de este pozo! ¡Puto, maricón de mierda!

En el calabozo de 2 x 2 está solamente el Rulo. Tiene la cabeza rapada y algunos raspones en la cara, en una oreja se ve sangre seca. –él sabe que cuando los canas torturan, evitan dejar marcas visibles. El chico quiere incorporarse del camastro, pero gime de dolor, y pide ayuda extendiendo una mano.

-Me dieron pa´que tenga. –Y se levanta la camiseta para mostrar las marcas de los azotes.

-Con esto más lo que me contaste, es suficiente. Haré la denuncia por malos tratos y pediré tu excarcelación, en 1º instancia, considerando presunción de inocencia. – para el abogado es prioridad la defensa de los excluidos, los marginados del sistema social, y antes, abandonados por su propia familia. -¡Ah!, una última recomendación: en la indagatoria no cuentes quiénes son tus jefes. Sí o No. Podés negarte a declarar, si querés. Hay un fuerte atenuante. Te torturaron.

-Eso sí –continúa- te darán la libertad, mientras dure el proceso, que recién empieza. Paciencia.

Se retira siguiendo al guardia por los larguísimos pasillos. “Ave negra, reculiao!, le gritan.

-La línea del tiempo, como una recta histórica no alcanza para comprender al reo; hay un tiempo circular, que es cíclico, ése que siempre vuelve atrás realimentándose, para nutrir el presente. –Piensa, ignorando los insultos.


Versos irreverentes

 

 

Con la osadía de los atrevidos,

con el gesto de los desvergonzados,

con la calma zalamera de los lagos,

con la elegancia de una ilusión,

con la indolencia de los relojes,

con el hartazgo de las rutinas,

con la paciencia de las arañas,

declaro la intolerancia de la impunidad

que me enoja

confieso que soy culpable por complicidad

porque naturalicé sin pelear

acaricio el terciopelo de tu piel

que me enamora

espero la sorpresa de las cajas chinas

que atraen mi estupor

aspiro a detener los ciclos

que me ahogan

tejo tramas singulares

que me renacen para vos.

Todo, respectivamente.


¿Me tachas de ignara?

¿Me tachas de ignara?

Yacen inertes, como las semillas en el surco que espera las 12 lunas.

Se me escapan, como las escamas resbalosas del pez en el río.

Asusto a la gaviota, ¡Oh! Y aplaudo. Llena de estupor te sueltan y caen a mis pies.

Y se fugan otra vez, las malditas.  Las persigo como el Correcaminos.

¡Las atraparé, chicas! Y me quedo solo con las hilachas de su gabán.

Son eufemismos, oblicuas ambigüedades de los que hablan mucho para no decir nada.

Son silogismos como que todo lo verde es árbol. Tengo un bosque, entonces.

Son paradojas de lógica incongruencia, como caprichos de la fantasía.

En la dialéctica de las elucubraciones, les digo:

¿Me tachas de ignara? Te tacho.