lunes, 30 de diciembre de 2019

Chica 4 C


Tan frágil y, sin embargo, tan fuerte. Tiene la vulnerabilidad de una mariposa que sueña y se evapora como el rocío de la mañana. Es también una roca inquebrantable, a la hora de defender sus derechos y los de los suyos, una leona.
Tan suave en sus manos que acarician con la ternura del terciopelo, pero tan ruda para sobar los tientos y fabricar una cabezada para sus caballos, como hacía su papá, que galopa en sus recuerdos amorosos, como su abuelo Federico, que no conoció.
Tan dulce en su mirada azul, como una de sus abuelas, tan mielecita cuando quiere. Tan fiera, tan ácida como una naranja amarga, cuando un enojo abrupto la sobresalta, como la otra abuela.
Tan natural como el silencio y la paz que aspira muy profuso en la cima de las montañas, y la paciencia de sus pensamientos, que, aunque muy parca, los trasluce sin decir, con diáfana transparencia.
Tan seda y tan danza, sus pasos convocan y seducen, como la canción que canta su compañero y son rasguidos de guitarra que ya vuelan sobre la placidez del lago.
Y así estamos todos, danzando en su cumpleaños, porque nació un fin de año para inaugurar la vida. Continúa mariposeando con los colores de la luz de un arco iris, asomando después de la lluvia mansa.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Las musas


Hay momentos en que el mundo exterior se va desvaneciendo y los oídos perciben un eco lejano y rítmico, como un goteo incesante que provoca una vibración casi musical.
Una tenue iluminación, un aura volátil de belleza inconmensurable y una intensa sensación de serenidad va apagando con pereza,  el aturdimiento y la confusión.
Es así como una realidad paralela va perfilándose. El agua, el agua mansa del lago en la que se sumerge le resulta maravillosamente reconfortante. Su cuerpo flota ahora, también su mente, que en pocos segundos, en un instante arrebatador y fugaz, empieza a liberarse. La llaman inspiración.
Saca su libreta de la mochila en cuanto se extiende sobre la arena tibia. Escribe como si alguien estuviera dictándole en sus oídos. No son palabras formales, como las que una secretaria copia al dictado de su jefe. Son términos nacidos de las fibras más íntimas, que a veces suelen esconderse.
Ella, la musa, es escurridiza, juega a las escondidas, es traviesa y se viste de deidad seductora, como una anémona de lacia cabellera. Otras veces, es una recalcitrante y porfiada solterona de ceñido rodete que todo lo critica en un gesto huraño de rictus despectivo.
En un caso, las verdes luminiscencias sobre el río y los reflejos dorados son aguas danzantes en la corriente clara, pero luego se zambullen en torbellinos turbios que cubren la incipiente desnudez y provocan temblor y miedo.
Se turba la poetisa. Vuelve la obsesión de sacar la cáscara seca de los plátanos y descubrir la lisura verde para tallar un nombre y un te quiero en primavera. O sacar la cascarita ya cicatrizada de una rodilla magullada, para chupar la sangre nueva.
Ya en otra geografía y en otros tiempos, prefiere desprender la piel fría, canela y naranja del arrayán o quitar la corteza blanduzca y deshilachada del abedul, mientras el polen amarillo se esparce volando y se deposita levemente para hacerla estornudar.
¿Se curan las heridas?
Desprende una piel para develar lo más recóndito. Una cicatriz superpuesta se agarrota como un puño. Ya no es terciopelo suave, es una tela ajada por tantos rasguños y tantos engaños. Y la savia no aparece.

sábado, 23 de noviembre de 2019

El ojo en la tela



Cuando el tedio cambió de nombre…
Cuando culminó la hazaña de dejar pasar un día más…
Cuando la ansiedad se disipó...
Cuando un ojo también tenía una historia que contar…
Cuando un aire límpido era una sosegada brisa benévola…
Cuando su ojo se habituó a la serenidad del ritual de las jornadas sin matices…
Cuando asimiló la quietud y se reconcilió con la pereza de los relojes…
Cuando su pupila dejó entrar, al fin, toda la luz…
Una ficción que acababa de reventar en el aire, igual que una burbuja de jabón, una transparencia ilusa, una mágica idea , una percepción tridimensional más enorme que la acostumbrada, de pronto rompió  el cascarón tenue del iris y entonces se vio. Todos vieron cómo irrumpía un hombre fuerte y poderoso, un superhombre potente robustecido por las vicisitudes de la vida, abriéndose paso entre la maleza de las pestañas, emergía para terminar de salir.
No quería más ser prisionero del ojo vigía, el de la escuela controladora, el de los miembros de algo que decía llamarse familia, el del cura pervertido, el del correccional, el del altar de cualquier iglesia, el del policía que transita las calles en la noche, el de la compañera infiel, el del calabozo. Todos esos ojos tenían la catadura de la hipocresía y la malignidad y en cada momento le estaban rapiñando su porción de libertad, porque intentaban engañarlo.
Era la niebla blanca y sucia, húmeda, viscosa y suya, la que sus ojos veían tiempo atrás. La rutina lo estaba matando de aburrimiento.

Hoy, al concluir la pintura, esa mañana encontró el cielo límpido, apacible y en paz. Lo noté en su mirada cuando conversamos sobre la obra.
-Has interpretado bien. –Me dijo con un dejo de satisfacción.
-¿Y ese hombre que está saliendo del ojo, quién es?
-Ése soy yo, que pronto estaré libre.
-Pero si sos un flaquito gurrumín, casi un adolescente en desarrollo.
-¡Ah! Pero estoy preparando mis músculos, ya verás.
Fue en ese momento que me regaló su pintura.
-Porque sos la única que me comprende- afirmó.

Ahora ha cumplido ese deseo largamente incubado en el nido de los sueños y ya es libre. Un cielo brillante está auspiciando más días sin niebla

domingo, 27 de octubre de 2019

Prosa gourmet

Un zapato incrustado en el pecho. Hubiera preferido una patada en mi trastienda. Menos doloroso hubiera sido. La cuestión es que procedí a sacar cuidadosamente con una pinceta, cada fragmento del corazón roto.
Una hilera de Favaloros ofrecían sus servicios para su reconstrucción o para trasplantarlo. Desistí.
Esa solución sería rescatar amores furtivos que, como caracolas quedan en la playa y luego se los lleva la marea, o bien son rescatados para atesorar en el cofre de cristal de los recuerdos.
Aprendí a hacer sopa crema con todos los trocitos, y caníbal, me la zampé sin nata montada, así, a secas. Luego, un arroz con leche y canela, de esos postres que me negaba a comer. "No me gusta" decía de niña, sin antes haberlo probado. Pero hoy me descapriché; finalmente, sabía bien. Se quitó la acidez (sin cascaritas de limón) de los tragos amargos de la soledad y el vino.
Una tarta de frutos rojos y nata no descremada, para concluir la sesión sibarita, que siempre sienta bien. Después, un té de valeriana para calmar la ansiedad.
Ya no deshojo margaritas, fumo el acre tabaco, y escribo, para sanar. 

domingo, 21 de julio de 2019

Diario en blanco


Diario en blanco
A hibernar! Ésa es la consigna. Como la primera vez que vi nevar, me quedé azorada. Nieve. Virgen de las nieves. Prístina y virginal cubre cada concavidad, cada lisura, cada fragmento irregular, y todo se empareja.
Un silencio mudo y sólo el ladrido de un perro sorprendido. Las pisadas de un can vagabundo y noctámbulo ya se han cubierto con un manto de calma.
Mi madre solía decir: “Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” Y sí, ayer envié las salutaciones por el día del amigo. Hoy no habrá encuentros. ¡Y ayer no puse la lavadora!.
El tic tac del reloj a cuerda me avisa la hora. No hay luz y la mañana transcurre parsimoniosamente, aunque un solo vehículo pasa por mi calle. Son los del servicio de reparación de la energía eléctrica. Más allá, se escucha una motosierra que está cortando los árboles caídos y que obstruyen el paso. También se oye la máquina barrenieve que pasa por la ruta.
Así, la algazara y el bullicio de un día normal se apaga. Sin radio, sin televisión, sin internet. A disfrutar la quietud, entonces, sin música, sin voces, sin visitas, sin ruidos de coches. Día ideal para el recogimiento y para moverse al ritmo lento de la nieve.

Amaneció nevando y ya son por lo menos 30 c. acumulados en mi casa. El amable silencio ya es hastío..
El gato del vecino vino a visitarme y maúlla como para iniciar conversación, ronronea y pide caricias.

Cosas de árboles


Cosas de árboles
Crecí recta como un junco, pero quise cambiar.
En mi juventud, he querido ser una buganvilla violácea o una Santa Rita morada, que esparciera su perfume por los aires, que mostrara su belleza por doquier. He sido eso hasta que me plantaron junto a un muro que no me dejaba ver hacia afuera. Tan insistente fui que, por una hendidura en la pared, logré salir, aunque mi cuerpo se hubiera retorcido con dolor.
Mientras fue posible, alegré con mi colorido el pasear de los transeúntes que me admiraron. En mi copa cuneiforme hubo elípticas aves que llenaron mi cabeza de quimeras. Eso no bastó, sin embargo, hasta que una fuerza poderosa me soltó para viajar donde mis sueños me llevaran, en completa libertad.
Hoy no soy más una Santa Rita. Hoy soy el tronco enorme, rugoso y oscuro de un fuerte roble que escarba buscando las raíces más profundas, y la humedad. Ya encontró las cepas que alimentaron sus nervaduras, ya dispuso sus semillas primorosamente y ahora, bien aferrado, ve pasar la vida sin flores, sin pájaros y sin sabia. Y lloro… ¿o es el rocío de la madrugada?

Verano en la llanura


Verano en la llanura
He llegado al galope. Dejo mi zaino junto a la laguna para saciar su sed, y la mía.
Me recuesto sobre los pastos y veo la lenta caravana de ovejas blancas contra el cielo azul. Yo soy la oveja negra que escapó de la majada. Aquí estoy, mordisqueando distraída una hoja de trébol. ¿Será de cuatro hojas? No lo sé, porque ya se tritura en el cielo de mi boca, aunque adivino que me traerá suerte.
Corro ahora a adornar mi trenza con la roja flor de ceibo y su sombra me refresca. Soy toda pasión. Me arrebujo en los pastizales; esquivo la paja brava y el coirón; me revuelco sobre el único prado verde de mallín, hasta que un enhiesto cardo me pide cordura y espera.
Tengo calor. Otra vez voy hacia la laguna. Arranco mis pilchas y las voy dejando para marcar el camino.
El Rosendo ya debería estar llegando; lo presiento y lo imagino en su alazán atento. Un chiflido paraliza la brisa que alisa las aguas. Mi zaino detiene su acompasado masticar, alza las orejas y los ve.
Saco de mi boca el trébol; respondo al chiflido. Él ya me reconoce y su alazán también.

martes, 9 de julio de 2019

Tíovivo cordobés



Anoche había subido hasta el Cristo de los faroles para pedir tres deseos. Tres velas encendidas dejé. Mientras paseo, espero que se cumplan.
Debajo del puente romano los patos danzan “el lago del estanque”, sin preocuparse por el estruendoso ruido de las motos que llegan para aparcar detrás del Museo de la Calahorra. Un espectáculo de hard rock se prepara. Pacoteclas y Elizabeth me invitan a quedarme, pero no. Enfilo hacia la Plaza del Potro.
Hacia la derecha, en la Posada del Potro, veo a Cervantes escribiendo a la luz de una vela, en el primer piso. Me guiña un ojo como diciendo: “espera que estoy enredado en historias de truhanes, de golfos, la flor y nata del hampa”. Para mi asombro, allá está también Góngora escribiendo febrilmente esos versos engolados, “que yo soy nacido en el Potro”, dice.
¿Saben quién asoma? Es Quevedo “a una nariz pegada”
Me alejo ya, porque tanta teoría literaria me agobia, me perturba y dejo a Góngora y a Quevedo para que se peleen a solas con sus versos. En el patio se comercia el ganado, herramientas de labranza y pienso. Trueques y hay olor a estiércol, que invade el ambiente. En el comedor,  la tabernera ofrece vino y vituallas. Y creo ver a Quevedo, de calzas y jubón con valonas, que se arremanga frente a su chirriante plato oloroso.
Parece que “ Y riquititi, Y riquititá, vale más una morcilla que en el asador reviente…” Paco Ibáñez canta a su lado.
Los estudiosos hablan de culteranismo y conceptismo en Góngora y en Quevedo, respectivamente. Y me siento mareada entre esas tribulaciones literarias, tanto que pretendo ver, a la noche la peña “El fosforito” que ahora funciona en la posada. ¡Ver flamenco genuino, penetrar en el alma andaluza a través del cante y las guitarras!  Presiento que uno de los deseos estará por cumplirse.
Cruzo la plaza y me introduzco en el Museo Julio Romero de Torres. En el ascensor nos encontramos con “Naranjas y limones”, su obra magistral del pintor. El pintor muestra a la mujer andaluza con todos sus semblantes. Mujeres sensuales, beatas, inocentes, seductoras, angustiadas, pícaras, transmiten toda la pasión, los celos, la fatalidad, el morir de amor… Intuyo que esta chiquilla sale a ofrecer los cítricos para la sangría en la  posada de enfrente.
En todos los cuadros hay miradas ingenuas, provocativas, burlonas en esos ojos negros y rostros de piel cetrina. Luego veo a la “Chiquita piconera” que mira con desdén y aburrimiento, liguero y tacones. Sé que me invita a recorrer la ciudad a la vera del Guadalquivir. Nos detenemos a beber un carajillo, “pa’ entonar” y seguimos.
Presiento que otro de los deseos estará por cumplirse.

Almajaia


Una lluvia tenue se empecina en mis adentros y no cesa en esta tarde melancólica que solloza. Vahos tibios se alzan desde los charcos y no me quiero embarrar. Al contrario, debo limpiar de una manotazo la tristeza, sacudir las migajas que quedaron luego de un plato de ternura; me peino con los dedos para adecentar los pelos revueltos de mujer salvaje; acaricio mis párpados silentes para derretir la llamarada roja del mirar; me saco los mocos, me seco las lágrimas de rabia, me aliso la falda arrugada de tanta espera… -Te llamaré para tomarnos un largo café… -cuando pasen las lluvias –dijo. Y pasaron las lluvias, salió el sol, llegó la nieve después, y otra vez ha vuelto a llover.
-Basta de cháchara, me dije, que todo esto son baratijas, cachivaches engolados para seducir.
Antes de salir a chapotear por los charcos, que es eso lo que finalmente decidí, recordé que había estado “entre las nubes de Ubeda”, fascinada de crocantes ilusiones. “Se me había ido el santo al cielo” (como dicen en España) y así, sucesivamente.
Entonces, busqué una expresión que no sea procaz para dar por terminado el asunto. Recordé cómo le dicen en Granada a un barrio marginal de los suburbios. “Almajaia” (¿dónde vivís? En Almajaia que es el “más allá”. Pienso que debe ser por la influencia de los almohades. Todas las palabras que empiezan con “al” provienen del árabe o el mozárabe. Luego decidí.
Miré hacia atrás, cuando salpiqué mi espalda de barro y grité “Almajaia”, para dar vuelta la página de esa incipiente historia que no fue.

lunes, 24 de junio de 2019

Armonteña y rociera



Así  se presenta, con orgullo esa andaluza, que, aunque blanca y rubia, es mora gitana. Con su mirar azul nos envuelve y nos abraza cuando recita esos versos preñados de amor por su tierra. Transmite el puro sentimiento de ser sevillana . Es una cajita de sorpresas que se abre a cada paso, un capullo de flor silvestre  que nace en el arenal de su tierra nazarena.
Ella es un cascabelito, un sonsonete que deja aroma de azahar y menta a su paso. Pizpireta y colorida mariposa que merodea por los más bellos versos y por las romerías. Y si de fervor se trata, nadie como ella para a su virgen adorar y “saltar la reja”. Virgen del Rocío que ofrece sus dones a los feligreses y da alegría en las romerías. Y allí está ella, la rociera, para pedir por sus deseos.
De cintura cimbreante, resiste, como el junco, que se dobla pero siempre sigue en pie. Contagia algarabía sin mirar a quién.  Hasta mí  llegó el perfume de nardo y claveles en el faralá de sus faldas cuando baila una soleá.
 Prestancia y fuerza en un solo compás que penetra en lo más profundo de mi “arma”.

Una argentina en Triana


“Si visita Sevilla, volverá” –reza la postal que había comprado por el 2013, cuando conocí Sevilla. Tanto me enamoró, y tanto que dó sin ver, que regresé.
Y aquí estoy. Un gitanillo me lleva del brazo cruzando el puente de Isabel II y “vamos pa’ Triana”, me dice. El puente es la frontera e ingresamos a “la república de Triana”.
Reverbera el Guadalquivir, copia el cielo azul y se ensancha el corazón al caminar. Trajinar por Triana tiene el embrujo que nos hace curiosear por los patios andaluces. ¿Qué secretos guardarán? ¿Qué historias se ocultan tras los macetones de geranio de sus balcones? ¿Qué misterios habrá que develar? Y caminamos y nos detenemos a conversar y a escuchar la vehemencia de sus gentes.
Debajo del gran gomero nos espera Don Federico, trianero de pura cepa, escritor, pintor y gran conversador. Sobreviviente de historias cruentas de 1936, sin embargo, mantiene la hidalguía y el humor de su pueblo. Nos deleitó con sus anécdotas de la calle Betis, hasta que nos dejó “para no despreciar el gazpacho de la Pepi, que me aguarda”
Trajinamos por sus calles, la de Rodrigo de Triana, y recordamos al vigía que desde el carajo de la Pinta, la más pequeña carabela de Colón, avistó Tierra y supimos cómo el navegante se salió por “peteneras” y no le dio el suculento premio (10.000 maravedíes), recompensa de los Reyes Católicos. También conocimos cómo “del cabreo que pilló”, Rodrigo de Triana, renegó de sus ancestros y se volvió musulmán. Allí vamos, no obstante, hacia la Iglesia de Santa Ana.
Están los preparativos para el Corpus que se avecina y la azulejería de los retablos, del Nazareno, de las cofradías y de la hermandad de la O, me sorprenden. El fervor religioso de sus pobladores no tiene límites, ni de clases sociales, ni de nivel económico y cultural.
Triana tiene todo ese sabor, ese colorido y ese aroma, imposible de olvidar. Lo dicen las cerámicas… “el humo de los fogones se ha mezclado con el de los alfareros y los ceramistas”.  Otra cerámica dice: “Oficio noble y bizarro, entre todos, el primero, pues que en la industria Dios fue el primer alfarero, y el hombre el primer cacharro”.
Triana nos ha hechizado. Se oye “Tango de Triana” (¿un quejío?) interpretado por Antoñita y su hijo Jesús. Hacia ellos vamos. Ya saboreamos el alimento del alma. Ahora, hay que alimentar el cuerpo. A tomar una cerveza “con to’s sus avíos”, salmorejo, tortilla y alioli. ¡Olé!

sábado, 19 de enero de 2019

Reminiscencias

Un estremecimiento leve le dio el aviso. Su mano derecha comenzaba a entumecerse; quiso mirarla, pero la penumbra de la habitación silenciosa o la bruma de sus ojos secos no la dejaron. La otra mano mantenía su ritmo vital, entonces palpó el dorso y comprobó el grosor de las venas; supo que eran azules y que el fluir se hacía cada vez más tortuoso. 
No fue capaz de adivinar qué hora era, aunque el runrun exterior le indicaba que era de mañana; en el hogar comenzaba la rutina de cada día.
Visión nublada y sonidos perturbadores. Una mano cálida, y la otra, gélida. Su boca era un páramo de areniscas que no recibían el alivio de tan solo una gota y su lengua, un artefacto inútil que colgaba y  no lograba distinguir otro sabor que el de la saliva espesa. Un perfume añejo de alcanfor impregnaba todo el ambiente, camuflando otros posibles aromas.
Entonces, quieta en su recinto, sólo su mente estuvo vivaz y las reminiscencias comenzaron a aflorar.
Las yemas de sus dedos curiosos ya estaban recorriendo la pelambre de un pecho fuerte y una espalda vigorosa. Un sabor acre le despertó las papilas y mientras palpaba las cejas tupidas, adivinaba esos ojos negros sonrientes, que tanto la enamoraban.
Después, toda su piel se arrebujaba sobre un vientre abultado y lampiño y se dejaba mecer en los muelles brazos protectores, mientras un aroma de almizcle penetraba en sus narinas.
Más tarde, o antes, quizás, fue la música de un corazón jovial la que despertó todos sus sentidos y el silencio se hizo melodía en sus carnes agrietadas. un arpa gimió arpegios de un solo acorde; un violín destiló dulces gotas de emoción; un vibrante teclado le dio la cadencia exacta y el ritmo sincopado a su remozado latir. Un trombo-trombón anunció la tormenta y el final.

-Es hora de su medicación. -escuchó de improviso cuando la puerta se abrió.

La calma siguiente auguró el postrer vuelo de una mariposa saliendo por la ventana, sin temor de que sus alas se impregnen del rocío de un amanecer tornasol.