Las chicas cuatro E recibimos la invitación. Nos asombró
recibir la comunicación de la amiga que hacía tiempo se había alejado. Fue
cuando nos contó que había conocido a un hombre excepcional, que la sedujo
tanto, como para prescindir de nuestra amistad.
Por las redes sociales se anunciaba la muestra pictórica
de una ignota artista; grupos feministas apoyaban. La galería donde se
expondrían las obras es reconocida por su alta categoría y distinción. Así que
fuimos, más que nada para volver a ver a la amiga que se había esfumado de
todos los ambientes a los que solíamos acudir para las habituales confidencias,
que fortalecían la amistad.
Escaso público aún. En la sala predominaba el rojo
carmesí por los colores elegidos, y por la luz que en algunos casos iluminaba
los cuadros allí colgados. En un silencio casi sepulcral, observaban
escandalizados por los prejuicios y la vergüenza, algunos.
Pude distinguir a la madre de Milena, siempre exótica en
su aspecto, acompañada por su novio nuevo, al parecer. Un hombre que parecía no
poder sostenerse, se apoyaba en la pared junto a la puerta de ingreso. Atraían
las miradas esos ojos rojos lacrimosos, que por momentos nos alejaron de la
interpretación de esas obras.
No veíamos a la artista, Milena Pizzi. El único motivo
era por la curiosidad de volverla a ver y conocer la obra de nuestra amiga,
estudiante de Bellas Artes, por aquellos tiempos.
Sobre una pared lateral se exponía un video de sexo
explícito que atraía las miradas de los libidinosos. Debajo colgaban cinco
cuadros. Manos femeninas atadas al respaldo de una cama de hierros torneados.
Grotescos juguetitos sexuales en tonos flúor, pero no de madera. Un brazo
inyectándose cocaína y varios sobrecitos blancos, una cuchara quemada y un
encendedor. Un rostro de mujer que juega al gallito ciego, pero sin barbijo.
Una mano masculina aferra fuertemente una correa de cuero negro con un látigo
de sadomasoquismo.
Sobre la otra pared, otro video de estilo similar sacudía
en estupor a los conservadores y también a las neuronas de las feministas.
Sobre una cama con sábanas negras, se expone lencería
erótica de última moda. Unas nalgas enrojecidas, cruzadas de latigazos. Hay
publicidad encubierta de un hotel de paso y más novedades de un sex shop. Como
una naturaleza muerta, iluminado pobremente, una botella de whisky, una caja de
preservativos y unas pastillitas azules. Un bolso de cuero repleto de billetes,
junto una caja fuerte ya vacía.
En la pared del frente se ve algo que parece ser una cama
cubierta con un paño negro. ¡Y Milena no aparece! Arriba, la imagen de Liza
Minelli en “Cabaret” y a su lado una Edith Piaff en los peores momentos de su
decadencia.
Los asistentes comentan.
-¡Fiesta, fiesta, fiesta!
-Es una apología, una incitación al consumo de drogas…
-¡Pobres chicas que cayeron en esa vida miserable!
Los rumores se acallan cuando se oscurece la sala y sólo
se ilumina el objeto tapado. Por un costado se ilumina a giorno la
figura de Milena que se acerca. Descalza, una túnica blanca no logra disimular
su piel, tan pálida que parece transparente. Sus cabellos caen lánguidos. Se
destaca su boca roja, delineada con premeditación, como para compaginar otro de
sus cuadros.
-¿Estará enferma? -se preguntan.
-Agradezco su presencia. Voy a proceder a descubrir la
sorpresa que se anunciaba en la invitación. Por favor, no necesito ayuda. -se
dirige a los asistentes que la rodean.
El silencio es enigmático cuando retira el paño negro.
Efectivamente es una cama cubierta con sábanas blancas, que se introduce en un
amplio tubo, como un túnel que se usa para estudios de imagen en Medicina. Ella
misma se ata los pies con una correa negra y a continuación se recuesta. Apoya
su nuca en la muesca de madera. Extiende un brazo y comienza a hacer girar una
manivela que va acercando el dispositivo que pende sobre su cabeza, redondeado
y coincidente con la forma de su cráneo. Ambos se acercan cada vez más.
Hay gritos de horror cuando la sangre destila por los
costados. Milena sólo aprieta los dientes y tiembla. Todo su cuerpo tirita.
Ahora, un pasmoso silencio hace interpretar al invento. Pasan imágenes rojas,
castigos, como si luces estroboscópicas destellaran en su mente. Quiere
apagarlas. Ambos globos oculares, caen.
Quiere no oír más insultos y gritos de terror. Ambas orejas
se desprenden como las hojas de otoño. Cuando pretende gritar ella misma, su
lengua es atrapada por la guillotina. Milena deja de accionar el mecanismo. Ya
no tiembla. Su mano cae inerte. No podrá alcanzar los despojos de su cabeza.
Encontramos la tumba por el montículo de terrones negros,
recién acondicionados. Ni una ofrenda, aunque vimos un trozo burdo de madera
tallada: “Perdoname, amor”. Una botella a medio beber estaba tirada al lado.
Nosotras pensamos que era el cafiolo que vimos en la muestra. Un
desconocido.
Dejamos sobre la tierra, un ramo de flores con una
tarjeta: “¿Por qué no nos buscaste, Milena?”
Elena,
Erika, Elsa, Emma.