Esto no es ficción
He arribado al sur, justo en una fecha clave de nuestra
historia argentina. Porque, sabrán ustedes (como muchos) que transitamos
acabalgados en dos siglos. ¡Y fuimos haciendo historia!
24/3/1976
La estación de tren se veía verde, todo verde militar, y las
armas esgrimidas no me dejaban ver al hombre que me esperaba entre los escasos
civiles que nos daban la bienvenida.
-¡Abra su maleta! –y yo, que había salvado de la quemazón ese
libro, para leerlo durante el viaje, me lo quitaron.
-“Para leer al Pato Donald”
- Y ése, quién es, el que escribe?
-Un escritor chileno- dije muy amedrentada y pensaba que
todavía tenían frescas las imágenes de La Casa de la Moneda en Santiago.
Cerré la valija y aprisioné debajo del poncho mis documentos
y mi título flamante, con el que pensaba desenvolverme en ese pueblo petrolero.
Allí estaba él, que me abrazó como para retener junto a su
pecho ese amor largamente esperado. Cinco años habían pasado desde que nos
conocimos en mi viaje de egresados. Yo, una jovencita con la cabeza llena de
sueños, y él, un hombre mayor que me enamoró. Un flechazo que no logró apagar
el incendio de mis emociones, ni la distancia pudo hacer su parte.
Cartas breves y larguísimas, poemas, mensajes, encomiendas,
primero y más tarde, encuentros más asiduos cuando él retornó a la gran ciudad.
Las distancias se acortaron y mantuvieron viva la chispa de aquel primer
encuentro.
En el ámbito universitario habían comenzado con vigor las
persecuciones a los estudiantes, para no terminar más.
-Agarraron a Elda, en la isla. –Era nuestra compañera de
estudios. Marina estaba avisándome.
-¿Y tienen nuestros teléfonos? –al instante se escuchó “¡Cállense
hdp!”.
Una corriente eléctrica sacudió mis vértebras y un sudor frío
empapaba mi frente. Temblando, cortamos y en la terraza de la pensión hubo una
gran fogata que terminó con todos los libros y revistas prohibidos, más los
panfletos que ayudaban a aplanar el colchón en la cama hundida. Todo lo apagó
el fuego. Al cielo iban todas las ideas camufladas en un hongo de humo que
ascendía, ascendía.
Hoy, a cuarenta y cinco años de aquella fecha, no me
arrepiento de nada. Vivo en la ciudad donde encontré el amor. Hoy veo a mis
hijas a las que todavía les duele la muerte del papá, y a mis nietos, que no
conocieron al abuelo.
Dos historias que hicieron historia. Amor y huída.