domingo, 27 de octubre de 2019

Prosa gourmet

Un zapato incrustado en el pecho. Hubiera preferido una patada en mi trastienda. Menos doloroso hubiera sido. La cuestión es que procedí a sacar cuidadosamente con una pinceta, cada fragmento del corazón roto.
Una hilera de Favaloros ofrecían sus servicios para su reconstrucción o para trasplantarlo. Desistí.
Esa solución sería rescatar amores furtivos que, como caracolas quedan en la playa y luego se los lleva la marea, o bien son rescatados para atesorar en el cofre de cristal de los recuerdos.
Aprendí a hacer sopa crema con todos los trocitos, y caníbal, me la zampé sin nata montada, así, a secas. Luego, un arroz con leche y canela, de esos postres que me negaba a comer. "No me gusta" decía de niña, sin antes haberlo probado. Pero hoy me descapriché; finalmente, sabía bien. Se quitó la acidez (sin cascaritas de limón) de los tragos amargos de la soledad y el vino.
Una tarta de frutos rojos y nata no descremada, para concluir la sesión sibarita, que siempre sienta bien. Después, un té de valeriana para calmar la ansiedad.
Ya no deshojo margaritas, fumo el acre tabaco, y escribo, para sanar.