La curiosidad me impulsó a internarme en la gran carpa instalada en el centro de la ciudad; el globo rojo quedó amarrado a un costado de las últimas filas. Los asistentes ni lo vieron o sólo pensaron que se le había escapado de las manos a una niña desprevenida. Entonces, me dispuse a observar y oír, hasta los detalles más privados.
El público es heterogéneo. Hay
preponderancia de especímenes raros: estudiantes prestas a tomar nota con
errores de ortografía en sus libretas; veleidosos intelectuales llenos de citas
en la cabeza; bohemios vanidosos de utopías dialécticas y anteojos; jubiladas
que hacen cursillos de interpretación de textos literarios; académicos de
diatribas, exégesis, hipérbaton y elipsis. Junto a ellos, individuos normales.
Por ser amplia la audiencia, se habilita otra sala accesoria. Mientras
finalizan los detalles de instalación de la pantalla gigante, el sonido y las
luces, los asistentes se acomodan.
A ella le queda un lugar entre los
últimos asientos, en la zona más oscura. A su lado se instala un muchacho
rubio, esmirriado, un poco cojo. Se da cuenta por el bamboleo al caminar cuando
buscaba un lugar, y más tarde, lo corrobora al ver que el zapato derecho,
abotinado y negro, tiene una suela que triplica a la del pie izquierdo. Su
aspecto es llamativo, especialmente por unos ojazos verdes soñadores, de cejas
finas y de tez blanca salpicada de pecas; todo enmarcado con una barba
prolijamente recortada, que termina en una punta de pelos colorados y sedosos.
Se establece entre ellos una corriente de simpatía que los acerca más allá de
lo común para circunstancias como ésas. A su derecha están ubicados una pareja
de conocidos que la saludan con inclinación de cabezas, aunque ella poco puede
advertir. La charla versa, quizás, sobre teoría literaria de algún autor
contemporáneo. Su disposición está plenamente enfocada en esos ojos que la
cautivan y su voz suave que, cada vez más cerca, la va arrullando en su oreja
izquierda. No sabe cómo llegaron a esa íntima comunicación. En esos momentos él
está recitando los versos de un poeta desconocido, que a ella, casualmente, la
habían conmovido cuando lo descubrió. Una primera aproximación que los
identifica. Habla de amor, de la delicada esencia femenina, de sus emociones,
de sus contradicciones, de sus sensaciones… Sí, de sus sensaciones, que en
estos momentos comienzan a sofocarla, a la vez que descubre sus manos húmedas,
y unas gotas transpiran su frente acalorada.
No puede concentrarse en escuchar lo
que anuncia el animador en el intervalo. Entre el público que conversa con
animación, alcanza a escuchar una voz que le parece conocida. Es la de una
publicidad. ¡”Pero, si estás más linda que nunca!” Entonces, aprovecha la
ocasión para despejar suavemente la mano que el joven había puesto, como
distraído sobre su rodilla. Los pliegues de la amplia falda marrón, disimulan
la mano que va y viene, en círculos concéntricos, se detiene, y recomienza
hacia el otro lado, sobre el hueso puntiagudo de la pierna cruzada, coqueta y
de tacones altos, que se ofrece… Quiere y no quiere… Así, se incorpora súbitamente y empuja entre
el remolino de señoras, para alcanzar un pote de crema de promoción. Aunque le
hubiera gustado obtener una humectante anti-edad, sólo consigue una protectora
solar; esa crema también contiene ingredientes para blanquear las manchas
oscuras que suelen afear la piel de las mujeres maduras, que han estado
expuestas al sol durante una vida. Cuando está agradeciendo al promotor, siente
en su cintura una presión que, sin palabras, le está diciendo que aún es una
mujer apetecible. El inicio de la
próxima alocución se está demorando un poco.
-Miré la hora y calculé que quedaban
unos escasos treinta minutos para ir al encuentro de mi hombre – Su voz y sus
gestos parecían decir “de años repetidos, de días grises de cotidianeidad y
confianza”.
-Has dicho “miré” y no “miró” –la
hace reflexionar la terapeuta -¿Entonces, la protagonista de este sueño sos
vos?
Desde el diván ella no contesta y cae
en la cuenta que lo que más le interesa es terminar de contar, sin considerar
los pronombres personales, ni la persona verbal, aunque sí pensó en Tony, que
estaría esperándola en el sitio acordado.
-¿Por qué había yo olvidado por esos
momentos las cejas pobladas de Tony, su cabeza adornada con rulos abundantes,
su cuerpo vigoroso, enfundado en el overol azul, salpicado de manchas de grasa,
pinza en mano, en cuclillas y ajustando tuercas en su moto de competición? ¿Por
qué no tenía memoria de esas manos toscas que la acariciaban desde siempre,
como siempre, de un modo tan predecible? Tanto, que le hacía adivinar lo que
vendría a continuación, y ella sabía que el beso que seguía era en su espalda…y
nunca en su cabeza, o en los párpados, o en su nuca, y nunca la succión de un
lóbulo huérfano de caricias para poder ver los fuegos artificiales? ¿Por qué
ese cielo siempre igual, esa luna plateada, quieta y redonda, cabrilleando
sobre las olas, sin los matices del menguante, o del cuarto creciente?
La charla está tornándose un poco
tediosa y se advierte que los
expositores compiten para demostrar sus cualidades para la crítica literaria.
-Abundan en su obra los pasajes,
irónicos, o serios, en que reconoce las fuentes, verdaderas o apócrifas… -dice
uno.
-Hay metáforas de De Quincey para traducir
la estructura del cosmos y su clave divina… –agrega otro.
-Una nueva retórica, una fresca
sensibilidad… -la exponente hace una pausa y bebe del vaso que tiene enfrente.
El cosmos, los discursos, las fuentes
apócrifas, se enredan en una verborragia imposible de seguir.
-Entonces, acepto la invitación.
-¿Acepto? –la psicóloga anota en su
libreta, sin disimulos.
-Sí, y nos vamos por un pasadizo con
espejos enfrentados, por laberintos intrincados de cosmogonías infinitas, en un
tiempo cíclico, cuando en una bifurcación agnóstica, aparecen bajo la recova,
dos siluetas de capucha oscura, cadenas, tachas y botas negras, que nos atacan
arremetiendo con cuchillo y nos despojan de ropa, cartera, zapatos y
accesorios. Nos dejan desnudos en el arrabal del segundo crepúsculo y de la
noche que se ahonda en el sueño.
Fragmentos del relato de este sueño están
publicados en la tercera ponencia sobre
“Ambivalencias en la psicología femenina. Dicotomías entre lo permanente y lo
efímero” del XV Congreso Internacional de Psicología, llevado a cabo en el
nuevo centro de Convenciones. Cabe acotar que hubo problemas con la acústica en
la sala mayor. Se anuncia la publicación de las monografías en la revista
actualizada que estará disponible en el Colegio de Psicólogos, sito en calle
Urquiza.
También yo me voy siguiendo a los
protagonistas y pensando cómo los espejos repiten indefinidamente los rostros
desencantados de tantas mujeres, que sienten la abulia de los ciclos que se
reiteran desde tiempos inmemoriales. ¡Los he visto tantas veces!
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