¿Qué podía hacer cuando volví de la escuela? En casa parecía que no estaba mi papá, porque siempre anda prendido a la compu y ni me vio. Ni mi mamá. ¡Tenía un hambre! Una banana siempre viene bien. ¿Manzanas? No, porque en la escuela me dieron dos y ya no quiero más. Hoy tocaba guiso de arroz con alitas de pollo, pero nada. La directora dijo que no llegaron los insumos. ¿Y eso qué es? En la lata de las galles hay solamente esas de arroz que son un asco. Mi mamá dice que son más sanas y no engordan, ¡Puajj! La abuela Martha se murió y ya no tenemos los dulces de cerezas y manzanas, ni los pastelitos de dulce de membrillo. Se me hace agua la boca.
Hablando de mamá, la escucho en el jardín. Está hablando
con el celu, parece que con una compañera. --¿Vos decís? ¿Que deje apilados los
trabajos de los chicos?... ¡Ah, claro, tenés razón, si tenemos paro y después
viene el feriado puente…
Por eso, pienso, la seño nos pidió que hagamos una
redacción sobre la primavera. Tengo tiempo para pensar…
--¿Y si vamos al teatro? ¿Vos decías que la obra tiene
connotaciones ideológicas? Mejor no voy. A mí no me engañan más. –Sigo
escuchando. –Te cuento que mi marido se va otra vez de viaje, con la secretaria
ésa… --¿Y eso?, me pregunto.
Ahora veo la espalda de mi papá y me acuerdo lo que
siempre dice: Para que te respeten hay que ganar plata. Él hace home work, y
otras veces se va por unos días, porque trabaja con el turismo.
Encima Manu no está esta semana en la casa del papá,
porque le toca ir a la casa de la mamá. Otra que no está es Abril, tan
divertida cuando jugábamos con su perro Malón, pero se mudaron a otro barrio.
¿Qué puedo hacer? Miro la casita del árbol que hicimos con Joaco, en el ciprés.
Creo que hay que cambiarle algunas tablas. Mejor me subo al maitén, y me voy
por las ramas al ciruelo por esa horqueta. ¡Ah, empiezan a salir los brotes!
Capaz que voy a hacer la tarea de la primavera. Mejor no, agarro una rama de
abedul y me hamaco, y después trepo al sorbus, total quiero desaparecer. Los
mayores no entienden a los chicos. Veo una vaquita de San Antonio. Eso trae
suerte, la pongo sobre mi mano.
Anoche la tele estaba prendida y decían palabras que no
entiendo: Cámara Gesell, parapoliciales, narcotráfico, dictadura y otras más.
Desde arriba del pino de la esquina, veo a dos policías gordos que caminan
despacito y miran todo, pero a mi no me ven. De repente, arrancan a correr por
la calle Calafate, porque suena una alarma que me hace doler los oídos. ¡Pobres
gordos, cómo habrán transpirado! Ahora paró, por ai agarraron a los chorros.
Casi me caigo, pero al final salto al tapial de la vecina. Ella está en el
patio tomando mates y come torta. También está el gatito blanco. Me quedé
pensando, hasta que escuché:
--Nene, vení que te invito a comer un pedacito de torta
de naranja. ¿Querés? Así que bajé y cuando estaba comiendo a todo lo que da,
escuché el grito de mi mamá. --¡Toto! ¡Toto! –Parecía asustada. Se había dado
cuenta que yo faltaba.
Vuelvo pensando que en primavera aparecen los brotes y
más en el verano las flores explotan con todos los colores. Eso voy a escribir.
También explotan los gritos ¡Toto! ¡Toto! Todo nace en primavera, los
corderitos también. Brotan todos los sonidos y los granitos en la cara de mis
amigos. Violeta está cada vez más linda, pero ni me mira. La seño se va a
enojar, si escribo que crecen sus tetitas. Eso no. Llegan los turistas y los viajes de mi papá, y
el amor, porque me contaron que la hermana de Joaco se escapó con el novio.
El otro día encontré unos huevitos en el nido de la
retama y ahora ya escucho Piú-Piú. Parece que tienen hambre. Llega la pájara
madre que les trae gusanitos a los pichones. Creo que es una chimanga.
Abajo andan esos pajarracos metiendo el pico en la tierra.
Es una familia; el hijito tiene el pico para el costado y no puede comer solo,
así que la madre le da bichitos en la boca. Un mangangá anda zumbando cerca de
mi oreja. Seguro que busca comida.
Me contó Darío que a su papá le picó una chaqueta y se le
hinchó la mano y el brazo. Ayer miré en el hueco donde se escondió mi tortuga y
encontré los huesitos nomás. Debe ser que el frío la mató.
--¡Toto! ¡Volvé! ¡Te queremos! –y yo la escucho como el
chillido de los teros.
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