Indiscretos fisgones, a partir de un sortilegio pierden la razón y la cordura. El misterio de lo desconocido es tentación para los audaces.
El silbido del viento rechifla en
las chapas, golpetea las ventanas, hace crujir las maderas. El miedo no los
amilana, aunque a ellos le castañeteen los dientes y les tiemblen las rodillas.
El frío les socava las fuerzas.
-Busquemos allá, donde aparece
esa mancha de humedad. Dame el martillo. –Son Alina y Roberto que van tras un
sueño de aventuras que no pueden desechar.
-Yo lo soñé, y éste es el lugar.
-El solterón, el ermitaño, era tacaño (valga la rima y la cacofonía). En todo
el pueblo decían que guardaba una fortuna que nunca compartió. Cuando murió, el
olor a cadáver podrido, delató el suceso. Revolvieron todo, y nada; se llevaron
muebles, canillas, recuerdos… y nada.
Robertito y Alina no habían
probado en el cementerio, en la fosa común, donde van a parar los
indocumentados. Tenían que hallar la ocasión para salir de noche y con
linternas.
Ya mayores ingresaron a la casa
destruida. Hubo murmullos como pajaritos contándose un secreto. Si de día la
casa se veía tenebrosa, al ponerse el sol, parecía una película de horror clase
B. Los techos bajos de madera crujían. ¿Será el viento que ulula afuera o el
espíritu del viejo, poseído, habla una lengua extraña?
--Qué, ¿te agarró el cagazo?
--No, imposible, si ya conocés mi
audacia desde niña.
--Sí, pero ¡todavía hoy vas a la
curandera para que te tire el cuerito o te cure el mal de ojo, recitando padres
nuestros, mientras mide con un centímetro de costura!
Bajo la mesada, una gran mancha
de humedad y unos ladrillos flojos, les indicaron que ahí tenían que romper, y
allá, donde alguna vez una vela titilaba, todavía puede verse el chorrete de
cera.
-Dale, no jodas, yo saco unas baldosas por acá, y vos, metele
con la masa.
Pese al miedo y el frío, ella
sonríe recordando aquellos momentos de la pre-adolescencia. -Vamos a la casa abandonada. -Está en las
lindes del pueblo. Alina lleva de la mano a Robertito. -¿Me mostrás tu pilín?
-¿Te bajás la bombachita? Primero nos observamos con atención. Estábamos
descubriéndonos.
--Conozco esa mirada pícara. Pero
ahora, a lo que vinimos…
De un parante podrido asoma un
gusano gordo que parece burlarse de su inocencia. -Pero yo leí que la aparición
de gusanos en una casa indica que son guardianes de tesoros terrenales. -Alina
está entusiasmadísima.
-Yo lo soñé. – Robertito trata de
hilar la secuencia de ese sueño, pero las imágenes se esfuman. Él ya es
Roberto, con el que Alina soñó siempre. Ambos, como antenas telepáticas,
recuerdan lo mismo en esa primera incursión al misterio de la vida.
Un silencio sofocante se apoderó
del ambiente cuando apareció una lápida desdibujada por el tiempo y el óxido.
Alcanzaron a ver un mensaje de ultratumba:
“Los monstruos de la noche los
guiarán”.
La luna de abril iluminaba la
fosa, cuando una mano huesuda atrapó a Roberto y lo sumergió en las profundidades
de la tierra removida.
-Mamá, ¿cómo murió papá? – Alina
no supo responder al misterio.
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