En la barra de madera lustrada y lisa (tantos parroquianos se acodaron ahí para matar las penas), un gitano en una punta, y un malevo en la otra. El primero mira al otro y luego de apurar la copa, se acerca con paso lento y dubitativo. Los tengo vistos a estos especímenes. Antes, se asegura que el varón recio y engominado no lo vaya a rechazar también. No está dispuesto a aceptar otro nuevo fracaso.
El boliche ya está quedándose solo; los
mozos van subiendo las sillas sobre las mesas cuadradas, no sin antes repasar
con la rejilla húmeda, las manchas de café o de copas. Se han retirado ya las
mujeres y esos sub-hombres de mala muerte, que suelen concurrir al bar; han
cerrado la puerta de entrada y ya comienzan a barrer todo el salón.
-Te
vi y no más pensar. No te lo vas a creer. Este chulo ha recibido un mogollón,
igualito al mío.
-Tenés
razón, pibe, y no me voy a cabrear. Siempre hay un roto para un
descosido. Si se te ve en la jeta, nomás –Se alisa las crenchas,
lo mira desafiante y vacía la ginebra de un solo trago -¡Eh, hombre! –llama su
atención y señala con el dedo el vaso vacío, para que lo vuelva a llenar.
-De
momento, que estoy pa’ chascos nomás, te voy a decir que soy un tontaina,
y que se me suelta la lengua cada vez que tomo un par de copas. –el último
ajenjo ha dejado en el vaso un jugo verde como la hiel.
-Metele
nomás, purrete, que ya te juné de entrada. Desembuchá –prende
otro faso con el pucho todavía humeante, que casi rebalsa del cenicero
de vidrio cachado. Otro de chapa, el de la marca de Fernet se enfría
también repleto.
-¡Fíjate
que si ha llovido!... que mucha agua corrió debajo del puente, que ni hoy que
es viernes me he ido de putas. Esta última bronca con la Lola me ha dejao
así –y se señala las tristes pilchas, el funyi entre las manos,
arrugado y maltrecho – que hasta me duele la tripa, te digo.
-Si
no es la tripa, será el bobo. ¿Sabés por qué se llama bobo? Porque el corazón
se pone como tonto cuando te enamorás. Creo que es una pena de amor, es ahí adonde
se te hace un struncio. Seguro que es un berretín. Ya va a pasar, porque
a las minas les gusta hacernos estrolar y después disfrutar de sólo
vernos, como piltrafas, como zaparrastrosos. Así estoy yo, pero ahora no te voy
a contar.
-Estoy
fatal, hecho un gilipollas, te digo. Es que las tías son de la hostia.
¡Joder! –para darse ánimo pide otra copa – Y yo, que me la veía venir, ya estoy
presto con el porrón de ginebra, atrás del mostrador.
-Vivíamos
en un bulín hace como dos años. Bueno, pues, ya te digo, y estábamos de puta
madre los dos, porque fíjate, hasta me había cogido cariño, y yo me había
propuesto vivir con ella hasta los restos. Pero ahora, ¿qué tía va a enrollarse
conmigo, así como me ves?
-Algo
así me pasó con la Fany –un gordo lagrimón comienza a caer por la cara lampiña
y cae en un periquete. Da un puñetazo brutal, hasta hacer tintinear el
botillerío expuesto en la estantería. Y eso lo digo yo, que me dieron ganas de
asestarle un mamporro, hasta dejarlo muermoso, pero no. Un cantinero tiene que
atender bien a sus clientes, y tenerles la vela.
-Hay
mucho chulo de vida estrecha, mucho bocazas, mucho cabrón suelto,
y le fueron con el cuento. Que yo andaba con una guarra de ésas del estriptis y
que después, entre polvo y polvo… y luego…-entonces se calla y no me puedo
contener.
-Una
verdadera putada –le digo.
-Dale,
viejo, convidanos con una caña. No amarroqués más, que esto se está
poniendo posta. ¿Vos sos mi gomía, no?
-Hay
que tener cojones pa’ aguantar. Me preocupé por lavarle la cara a la
pieza cochambrosa donde vivíamos. Me pirraba para vivir mejor. Que
bocatas de gallinejas, una tortilla, unos pescaítos fritos… ¡qué gloria
bendita!… Todo me costó un huevo y parte del otro, hasta que me fui quedando sin
un puto duro y ahora… vamos por culo.
-Cuando
empiezan las broncas, te empezás a mosquear –agrego un bocadillo, mientras les
lleno las copas.
-Hasta
que la sangre llegó al río –el compadrito enfila pal ñoba. Yo sé que no
va a poder embocar y me va a chorrear todo de meos, y después hay que tirar criolina
pa’ desinfectar.
-No,
nunca llegó al río. Que dormir sola es igual que no tener nada, decía y yo la follaba
despacito, y no le alcanzaba – El gitanillo tiembla y llora a moco
tendido. Entonces les alcanzo dos fecas.
-¡Pues,
quita de ahí! –grita – Ruina total. Yo sé que lo hizo aposta. Empezó a ponerse
como bandera, y a salir. Na’… que no tiene palabra, ni seso, ni nada
adentro, y decía que yo era un tacaño y un celoso…
-Ya
sé cómo sigue la historia –el temblinque del malevo hace vibrar el aire.
Aunque creo que éste es un cafiolo, porque de su dedo meñique, el que
levanta para tomar el café, brilla un oropel. -A mí también me pasa algo
parecido. Mal de muchos, consuelo de tontos…
-De
tanto cariño que le tenía, empecé a cogerle manía. ¡Hay que tener cojones…! de
puro coña que es, se le olvidaron las agujetas, se convirtió en un
pedazo de bruja, una arpía. Qué más te puedo decir. Todo eso ya me lo sudaba… y
se enrolló con un chavalejo forrado de pasta, de esos fotógrafos que
andan en las corridas de toros.
-Fin
de la historia – me apuro a decir –José, llevá a estos dos hasta la puerta y
ponele tranca. El olor de aserrín y querosene va impregnando el salón. Veo por
la ventana que los dos van del bracete, sosteniendo sus penas, por el medio de
la calle mojada. Ahora se detienen y están agarrados al farol de luz mortecina.
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