Oye en su cabeza una ópera de Wagner; retumban en sus oídos los trombones misteriosos, por lo nebuloso de ese pueblo subterráneo de enanos en busca del tesoro escondido. Es como un presagio sospechoso. Él, Joaquín, no puede ver, así que, como por defecto, escucha a Vivaldi con sus acordes melodiosos, el resurgimiento de la vida.
El bastón verde está apoyado en el respaldo del sillón. La ventana está
empañada. ¿Será la lluvia mansa que llora? Sin embargo, ve sombras recortadas a
la luz de las velas, como cuando jugaban a la copa, en una alucinación
colectiva. Sin pánico por lo desconocido, la música le concede un tiempo de paz
y sosiego, aunque el ambiente es sombrío a sus espaldas. En vez de ver sombras
sigilosas que se desplazan tras el jarrón con flores marchitas, ve el rebrote
de la primavera bajo el sol.
El que llega no es más que un compañero de la infancia, con quien había
vivido experiencias de niños traviesos. Escapar en bicicleta hacia el río;
ring-raje para enloquecer a las vecinas; robar paltas desde la medianera; comer
damascos dulcísimos sin pagar, en la verdulería de la esquina… Eran tres,
Joaquín, Celia, su hermana, y Pedro. Fueron picardías que la propia Celia
capitaneaba, porque siempre tuvo alma de líder entre los muchachos. Pero todas esas
travesuras, se transformaron en malignas aventuras, cuando se incorporó Julio
en el despertar de la adolescencia. Fueron cuatro después, viviendo en
gerundios, enlazando el ayer al hoy de la vigilia y el sueño.
Ahora, una luz negra asoma entre los vibrantes colores, tras el jardín.
-¿Qué, no ves? -Una voz le interrumpió ese estado de éxtasis. Otra vez los
acordes wagnerianos la retrotraen al pasado compartido.
Es tiempo de tristezas, lo sabe. De una mancha de humedad brotan hongos,
como cuando pelás una cebolla y adentro está todo podrido. La verdad enmudecida
puede ridiculizar mentiras, quitar máscaras y develar los rostros de monstruos
dormidos.
-Sí, Pedro, reconozco tu voz, hermano. -Se detiene la fascinación al descubrir
otra sombra, o más bien un destello que pasa con sigilo y sin darse a conocer.
Espiar desde el ojo de la cerradura y ver cómo Julio subyugaba a su hermana
y la sometía con desprecio. Se recrimina por haber guardado el secreto en el
seno de la cofradía, y de la familia, sin recriminar, cuando asistió al
casamiento de Celia con Julio.
Joaquín calló cuando apenas vio, pero sí escuchó el llanto de su hermana
humillada y cerró la boca, cuando la justicia dictaminó la prohibición de
acercamiento. Pero Julio volvía con su tobillera electrónica con sed de más
violencia.
--¡Pajero! Qué mirás? –Julio dijo para sí, al descubrir que su cuñado
estaba espiándolos detrás de las cortinas, pero se calló esa vez y las
siguientes.
Así, la culpa que siente Joaquín va corporizándose. Un alma ultrajada
deambula en sombras, entre las penumbras. Son cicatrices que la mente
desorienta, como fantasmas hambrientos. Ve sed de venganza, como una
premonición y una maldición pende sobre la mansión derruida de su mente
atormentada.
Una o varias pinturas superpuestas en la casa, no podrán borrar los
recuerdos de la niñez, y otros más cercanos. Habían marcado con aerosol el
paredón del vecino de enfrente, el que vigilaba al grupo día y noche, desde la
mirilla.
Otra vez, niebla y misterio. Él, estático. Desde aquel día, quedó casi ciego,
cuando recibió un chorro de aguarrás en la cara. Los compinches escaparon y
después se burlaron. El rictus de su cara, desde entonces, denota los esfuerzos
por comprender, por atrapar una luz o una sombra. ¿De qué color será? ¿A qué
huele? ¿Qué sonidos tiene? ¿Es áspero o suave? ¿Tiene olor metálico? ¿Por
qué? No es capaz de discernir razones.
¿Quién de los cuatro es más ciego? Se desconcierta cuando quiere entender lo
que pasó en la vida adulta de los amigos.
Vuelven los acordes de Vivaldi. Visualiza la obra de Boticelli, que tanto
había admirado cuando estudiaba Bellas Artes. Él, se había inclinado por la
Ingeniería y la publicidad, Julio se dedicó a la Mecánica (se maravillaba al
ver ornicóptero de Da Vinci), Pedro se acercó a la creatividad gráfica y por
qué no, a expresar sus sueños, que parecían inalcanzables por aquellos tiempos
y la vida de Celia cambió rotundamente cuando se casó.
La sombra que brilla en los pies, se desplaza hacia atrás. Presiente
perversión, espanto, malignidad, cobardía. El tiempo se ha detenido en macabro
silencio.
Un puñal le atraviesa la espalda y súbitamente, el filo le perfora el
corazón. Así, su último pensamiento voló. El participio es tiempo pasado de
perfidia. Oye aún así, la canción de Andrea Bocelli.
La pizarra de la noche deja sus ojos abiertos, acusadores, y su rostro
denota toda la traición.
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