-Y
sí, ño, es asin nomás –me contestó por el tuit.
Una
rara avis española se había posado esta mañana sobre la torre de Babel. Me
descambiaba las ropas gastadas de vagamunda, buscaba la toballa y escuchaba el
cederrom de la R.A.E. ¿Para qué me iba a conflictuar por algún palabro que me
suene raro?
¿Cuándo
era? Me sumergí en la bañera con sales relajantes … En setiembre o en otubre fue cuando el
amigovio me invitó a recorrer la Europa Central y la del Este. No es por euroescepticismo,
ni por latinoescepticismo, lo pensé, lo rumié tantas veces, y le dije que no.
No es que sea una friqui, pero me dije “Mejor me busco un cumpa que sea un
papichulo, que no sea un papahuevos, ni un tirifilo, ni un alfeñique, sino uno
que tenga ganas de descubrir a los elfos en un bosque de la China, navegar en
un paquebote por el golfo de Bengala, aspirar los vientos del Kilimanjaro,
interpretar los frisos babilonios, leer las escrituras cuneiformes, cosechar el
té o trabajar en los arrozales de Singapur, mirar en lo profundo de los ojos
verdes de un cachorro de tigre del archipiélago malayo y adormecerlo con el
dardo de mis ojos, para acariciar su pelaje rayado, conversar con un anciano
jefe de cualquier tribu, admirar la sonrisa calma de una maestra de Ghana o tal
vez, dialogar en spanglish con los tataranietos y choznos del gran Genghis Khan.
El
grito de mi madre interrumpió mis ensoñaciones.
-¡Nena!
Vení a la mesa y dejá de soñar que ya están las almóndigas.
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