¿Acaso las epístolas son para no leer?
¡Orale,
mi compa!
Voy a escribirte un corrido… No sé si saldrá. Pasa que
estoy viendo la serie “La reina del sur” (sobre la obra que leí de Pérez
Reverte) y se me pegan las expresiones de los cuates de Sinaloa.
Y aquí estoy, barilocheando, ¡Ay, Diosito!, qué frío.
Miro por la ventana la lluvia, o la nieve, a ratos, y entonces viajo leyendo o
viendo por la pantalla los colores de tu México lindo, o el calor de Andalucía
y de las playas de Algeciras o Melilla. Y veo el Peñón de Gibraltar y sueño,
como la Molly Bloom de Joyce, frente al mar. ¿Viste qué escuelada stoi? Pero,
qué va, me despeñé y caí de la cama, somnolienta. Flor de chichón tengo, pero
qué se le va a hacer.
Mejor escribo lunfardeando o dantemedinisqueando. Te
chamuyo un poco. Dizque estás desbordado… Tranqui, chavón, relas que tal vez te
haga sombra un lindo árbol a tu izquierda (¿o a tu derecha?) y venga la
inspiración.
Estoy preparando una charla-debate para octubre, sobre
la lectura y los nuevos contextos… y releí tu ponencia “Basta ya de decir, hay
que leer”.
Tenemos que inventar algo por estos lares. Hay muchos
árboles inspiradores. Te ponés a la izquierda, o a la derecha y listo. Y venís
a mi Patagonia otra vez.
Abrazozote, que tengo que poner hielo al chichón, ¡ja!
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