sábado, 23 de julio de 2011

Texturas, olores y sonidos de Lima (última parte)

Puentecito escondido suspira, y suspiro...
A la noche había llovido; la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad y las plantas lucían un verde brillante, intenso.
-¡Qué paz! ¿Será el descanso o es la tranquilidad de este barrio? -ella casi corre por un sendero tortuoso del parque y la falda marrón de amplio faralá se pega a sus piernas, contra el viento frío del mar; hiende su frente y alborota los bucles que asoman de la boina de terciopelo, algo requintado hacia un lado.
Detrás van otras dos mujeres; una, de coqueto conjunto deportivo; la otra, de larga toga hindú con muchos colgantes de bisutería barata y aros brillantes. Se detienen en una baranda del parque y están tomando una panorámica de la Costa Verde. La arena del malecón aún está mojada y los pajarracos picotean en voraz atolondramiento.
Es tan temprano que el sol comienza a aparecer a mi espalda; aún se oye el croar de los sapos entre la vegetación de los prolijos canteros. Sin que ellas lo adviertan, voy a sacarles una instantánea, allá en la escalinata, desde una pérgola de rosas.
Una anciana de negro, mantilla y bastón con empuñadura de oropel, arroja maíz a las palomas.
-¡Chicas, miren!, por allá viene Noelia -la de boina marrón señala hacia la galería, donde se exponen tejidos de alpaca, cerámicas y joyería.
Un chulo adolescente y distraído la mira con desinterés. Las pocas señoritas miraflorinas tampoco admiran a Noelia, de vestido azul sencillo, ajustado a un cuerpo todavía joven y un sombrerito al tono, con una azucena perfumada. Su aspecto es de romántico anacronismo que despierta un toque de ternura.
-Acá dice que éste es el parque Domodossola.
-En mi casa había hortensias blancas y azules, como éstas.
-¡Ah!, por eso nunca te casaste!. Dicen que en las casas donde hay hortensias, las hijas nunca se casan...
-A mí no me preocupa la soltería. Me debo a mi profesión.
-Y yo, ya tuve bastante con mi matrimonio anterior. Paso.
Ellas comentan todo eso, muy cerca de mí, como para que pueda escucharlas.
-Por favor, ¿nos sacaría una foto? -la más atrevida se me acerca y me extiende el aparato. Saco una foto muy poco original, donde las protagonistas posan con sonrisa fingida y complacencia forzada, junto a la fuente.
Me presento: Soy Andrés, fotógrafo aficionado del barrio de Miraflores. Colecciono imágenes y retratos de la ciudad. Ellas son Norma, Laura e Inés, turistas argentinas, de paso por Lima. En ese momento, mientras entablamos una ocasional conversación, llega Noelia, a quien me presentan.
-Soy limeña y anfitriona -me dice una mujer madura de cara lavada que, aunque trigueña de ojos rasgados y negros, ha empalidecido un poco cuando le extiendo mi mano, como si un íntimo temblor la hubiese conmovido.
Las acompaño y vamos en grupo a observar la playa. El mar se está retirando y los primeros bañistas comienzan a extenderse sobre la arena húmeda aún, y los surfistas se aventuran hacia las olas. Les sugiero algunos paseos por la zona, que no deben pasar por alto. "Para conocer la esencia de la ciudad, nuestra idiosincrasia y las tradiciones peruanas" -les digo.
-Quiero ver el Museo del Oro, el oro del Perú.
-Y yo, el museo arqueológico con todas las cerámicas.
-A mí me gustaría visitar el museo de sitio y los objetos pertenecientes al imperio del inca.
- Si de historia se trata, la Huaca Pucllana es un templo que expone todo lo referente a la cultura pre-incaica y objetos ceremoniales encontrados en sepulturas indígenas -les digo.
-Veo que están bien encaminadas. Yo prefiero quedarme aquí, en contacto con esta belleza natural -nos dice Noelia, señalando el paisaje. Sale de su ensoñación, mientrs su mirada profunda y discreta se posa en mí. Adivino un corazón vibrante y enamoradizo.
-A su regreso me encontrarán aquí - Una brisa tibia no alcanza a agitar los algarrobos del parque.
-Me quedo con Noelia, entonces -les digo. La brisa sí le agita el pelo y Noelia suspira -¿Aceptarías caminar por el barrio de Barranco? Quiero buscar algunas imágenes poéticas y contemplar todo desde el Puente de los Suspiros.
Su pecho se estremece y sus ojos me dicen que sí.

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