martes, 19 de julio de 2011

Salam malecum ( 3º parte)

-¿Cómo te fue en el paseo?
-¡Uy, chicos! Hice muchos recorridos y no hice caso a tus recomendaciones, Darío. Fui a la Plaza Gabriel Miró, descubrí un mundo ignorado en ese barrio, y conocí a un moro divino! -les cuenta - Y mañana pienso ir al Museo de la Asegurada donde se expone la obra de Dalí, Picasso, y otros.
-Mañana por la tarde no trabajo, así que te invito a pasear con el trencito costero. Vamos a ir a Altea, donde vivimos nosotros cuando llegamos -propone Virginia.
En el barrio del Ayuntamiento se respira historia en los muros de tapiales islámicos, en las murallas, en la arquitectura gótica y en las torres medievales, como el sin concierto de los siglos.
Se había detenido observando una de las constelaciones de Joan Miró, cuando escuchó a su lado "Salam Malecum" y vio una sonrisa de reconocimiento.
-Me llamo Ibrahim y trabajo aquí. Puedo acompañarte en la recorrida, si quieres -dijo en perfecto español.
-Soy Ana Clara, y estoy paseando por Alicante -se presentó.
-Quiero invitarte a caminar por la ciudad, más tarde -le dijo sin preámbulos, luego de recorrer las galerías.
En Altea, Virginia le mostró el Bar del Mar, donde ella fue camarera por bastante tiempo. Vieron también a muchas mujeres obesas, enjoyadas con oros genuinos, mucho brillo y ropa bizarra.
-Las mujeres españolas no son como las argentinas, que cuidamos nuestra imagen y combinamos los colores con mucho cuidado -le dije.
-Son de Benidorn, o de Villa Joyosa -me dijo riendo -Ahí van a vivir los viejos que ya no están en actividad, a descansar y a extenderse al sol, sin ninguna clase de recato.
-Corramos, que no quiero llegar tarde. ¡Tengo una cita con Ibrahim! -Ana Clara se siente una adolescente que no se va a detener, ni a dudar. Frente a la estación del tren de trocha angosta, ven a unos "manteros" marroquíes que son perseguidos por la policía urbana.
-Son ilegales que cruzaron el Gibraltar para ganarse la vida aquí; venden artesanías, accesorios y baratijas -Recogen con rapidez su mercancía y logran escapar de la autoridad.
El punto de encuentro es la Plaza de la Santísima Faz. Ibrahim está esperándola de blanco liviano y crudo, con sandalias, una sonrisa que acaricia, y un ramo de flores silvestres.
-¿Cómo te ha ido? ¡Venga, cuéntame, que estoy ansiosa por conocer esta historia romántica! -Virginia estaba esperándola despierta todavía.
-¡Uh!, hermoso. Supe recién, a mi edad, qué es la ternura. ¿Podés creer? La vida te sorprende en cada momento, no? -Y Ana Clara comenzó a repetir la caminata por la ciudad y los relatos de la infancia del moro, inmigrante pobre. Un pillo que vagaba  por las comarcas levantinas, probando todos los manjares que le ofrecían en Muchamiel, que recorría en un borrico la aldea de Jijona,  y los almendros y avellanos.
-"Porque los lirios del campo no hilan ni trabajan, y las pajaricas del cielo no siembran" -Eso me había dicho cuando me compró, en la Avenida Calderón de la Barca, un turrón de Jijena y un turrón de Alicante, para comparar las dulzuras, y también me contó la historia del gremialista pastelero Pablo Turrons, quien le dio nombre a esa golosina. Luego me contó con humor aventuras y los distintos oficios que ejerció: trabajador en los olivares y en los viñedos, guarda en tren, mandadero, traductor de poemas persas, mozo de cuadra, modelo de un pintor, grumete, titiritero, y mucho más..
-Fuimos a comer a un chiringuito de la Playa San Juan. Salazones de arroz con mariscos y molletes de tomate y sardinas, todo acompañado por un vino garnatxa que me dejó medio borrachita. Cuando salió la luna sobre el mar, me recitó un poema.
-"Cada vez que viajo en tus ojos, /siento que monto en una alfombra mágica/me eleva una nube rosa/luego otra violeta/y giro en tus ojos." -Eso me había dicho cuando pasó a mi lado en la plaza Miró -Virginia, en tanto, un poco celosa, hubiera deseado que su Darío fuera un tantito más romántico.
-Amiga, tu presencia y tu conversación, hicieron mucho por la reconciliación con la mujer de mi vida -Le dijo al oído Darío.
-El pesto hizo su parte, también -le contestó, guiñándole un ojo.
Esa noche guardó entre las hojas del cuaderno de viajes, las flores silvestres, para retener su perfume y los recuerdos y se fue durmiendo con el gusto dulce del turrón de Jijona en la boca y en los oídos resonaron los versos. La alfombra mágica la transportó una noche más y no fue la hija del visir, Scherezade, sino una reina a la que el muchacho la había encantado con sus historias y su dulzura.
-Mañana me iré hacia Barcelona -y guarda en un bolsillo oculto de su valija, la servilletcon aquel poema, mientras una mochila va llenándose de emociones.




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