viernes, 22 de julio de 2011

Texturas, olores y sonidos de Lima (1º parte)

Ella ha viajado a Lima. Quiere pedir un deseo sobre el puente de los suspiros. Se da cuenta, recatada y pudorosa, que en las misas no encontrará a su hombre. Noelia va envejeciendo en su soltería. Es pálida, tímida, menuda y de mirada opaca y escurridiza. Sobre la costa del río Rimac busca el puente. Desde la alcantarilla de la carretera, en el Barrio El Barranco, un mendicante sucio y zaparrastroso que se le acerca, la orienta, o mejor dicho, la desorienta.
-El puente de los suspiros ya no existe. Lo destruyó el último sismo -le dice.
-Callate, Vargas, no te entrometas! -un policía lo increpa.
-No es así, señorita, el puente de los suspiros está entre aquellos follajes de la barranca. ¿Ve? -le recomienda el guardia urbano de imponente traje militar, como un general -Vaya y pida su deseo.
Por allá va Noelia, por las escalinatas, entre los ficus frondosos y refrescantes, y lo encuentra, escondido y dormido.
-"Puentecito escondido entre follajes y entre añoranzas... Puentecito dormido entre el murmullo de la querencia..." -va cantando bajito.
-Tengo que recorrer estos treinta metros del puente, sin respirar, y pedir un novio -se dice, porque así dice la leyenda, y se ilusiona.
Luego pasa frente a la iglesia de Santo Domingo, pero ni siquiera mira la entrada, aunque es hora de misa. Va pensando en Rosa de Lima, la joven piadosa y penitente, que prefirió mortificar sus carnes con la vestidura áspera, de pinchos y cerdas, hasta que tiró, finalmente, la llave del cilicio, colgada en su cintura.
-Hoy es santa y patrona de la ciudad -¿Por qué tanta vergüenza y honestidad? -se pregunta.
-¡Hola! ¿Nos dirías cómo hacemos para ver las catacumbas? -la detienen tres mujeres que no son del lugar; se acercaron porque esa mujer es de confiar, por su apariencia. La interrumpen en sus reflexiones.
-Es para allá. Si quieren, las acompaño -les dice. Las cuatro son una réplica moderna de las señoritas de Tacna, muchachas que están dejando pasar la edad de merecer. Rictus amargo en sus rostros, que han olvidado las sonrisas, de miradas sin brillo y sin una pizca de encanto.
En el camino ven una fiesta religiosa. Son muchas cuadras de ruidosa procesión colorida. Un rito pagano, parece que en honor a una virgen. La traen en andas; peligra su estabilidad entre los bailarines, las comparsas y la música andina. Sikus, quenas, charangos y raros instrumentos de viento. Porque el viento es la música de Perú. Las vecinas miran acodadas en los balcones azules.
-Es la virgen de Puno -les dice gritando la vendedora de fritangas y maíces hervidos, desde el cordón de la acera.
Las catacumbas interesan a Laura, a Inés y a Norma, por el morbo de las galerías, su aspecto lúgubre y las fosas con costillas, fémures, calaveras, todo en macabra exposición.
-Vean esto, pero no las acompaño al Museo de la Inquisición -dice Noelia - Mucha mazmorra y cámaras de tortura. Muchas estatuas de cera, mucho condenado... Demasiado tiempo me he reprimido yo -les confiesa a sus compañeras ocasionales, mientras van saliendo.
-Nosotras no iremos. Ahora volvemos al hotel. Si quieres, mañana, nos encontramos en el malecón de Miraflores, por la mañana.
Un joven caballero de fina estampa. de chambergo aludo y botas de charol pasa a su lado.
-Lo máximo que no puedo robar es su corazón -y ellas sonríen por el piropo, y por la novedad.
Hay control y seguridad en los parques y en los estacionamientos. Hay operativos antidrogas y la policía camina por la Avenida de Venezuela con cascos y escudos antimotines.
Viejos colectivos, largos, desvencijados y despintados, paran en todas las esquinas.
-¡Sube, sube, sube! -grita el guarda, mientras cobra por la puerta de la mitad del coche.
-¡Me robaron la billetera! -grita Norma, entre el fárrago de bocinazos, gritería y tráfico a esa hora de la tarde. El sol está cayendo y el frío se hace notar, como pinchazos en la cara y en las manos.
-No prestaste atención. El folleto turístico decía: "Tome precauciones ante los carteristas"... "No cambie dinero en la calle" -le recrimina su amiga Inés.
-¡Todo Arequipa, todo Arequipa! -sigue gritando hasta aturdir el guarda - ¡Baja, baja, baja! -y el conductor sabe que tiene que parar en el próximo pardero.
-Cuando los ángeles viajan, los dioses la protegen -otro piropo reciben las tres, aunque en un tono un tanto afectado, de parte de un señor maduro de traje desaliñado y portafolio oscuro.
-¡Todo Benavídez. Todo Benavídez!
-Creo que en la próxima avenida tenemos que bajar.
-¡Todo Larco, todo Larco!
Lima es multicolor y es multiolor, diría. Pescado salteado, dulces, masas, manzanas acarameladas, helados y postres de gelatina de cereza artificial, en la avenida Ricardo Palma.
-Este escritor, el de la avenida, se preocupó mucho en su prosa de la Lima aldeana, por el lenguaje y por las tradiciones. El decía "Hablemos y escribamos en americano" -recordaba Laura, la más intelectual de las tres.
-Pronto tendrán que poner Vargas Llosa a alguna calle principal, el nombre del premio Nóbel actual -reconoció esta vez Inés, la más informada.
-Sí, éste es el barrio de Miraflores. Bajemos.
-Me gustaría ir hasta el Puerto del Callao -es Norma la que habla, la profesora de Historia.
-No, allá no. El folleto indica que es muy peligroso... si una va sin compañía. Y menos a esta hora... ¡No!
Una garúa, una neblina gris, o la brisa del mar, tiñe a la ciudad de melancolía.

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