viernes, 15 de julio de 2011

Caleidoscopio cordobés y duermevela (1º parte)

En la duermevela, o la vigilia, antes del sueño hay torbellinos de representaciones, o en momentos antes de despertar los símbolos pasean y coloreancomo un caleidoscopio en libre albedrío. Sonámbula y somnolienta, la mente fantasea, aletean los párpados  y una sonrisa asoma, tímida y asombrada.
Es momento, entonces, de vibrar la vida que fluye, como el Guadalquivir en la Córdoba andaluz. Afloran el recuerdo y las imágenes que me embrujaron cuando recorrí sus callejuelas, sus rincones, sus puentes y su monumental historia.
Comenzaba a ver las paredes encaladas de las casas donde cuelgan macetones rebosantes de geranios rojos, como si quisieran rescatar la sangre de los toreros derramada en la arena de la lid. Malvones morados, como vestigios de sangre vieja de judíos y conversos, al pie de la Cruz del Rastro. Nardos y jazmines que compiten con el aroma de los azahares en la Plaza de las Flores.
Todo eso veía, como si fuera una película a todo color. Fuentes cantarinas, agüita clara bajo el Puente de Miraflores. La Aurora del Barrio de La Magdalena contonea sus caderas y sus tacones y lleva un clavel blanco en su seno y otro rojo en su cabello.
Todo eso iba pensando cuando se produjo un corte de luz. Al momento de encender una vela me imagino a Cervantes, de calzas, jubón con valonas y pantuflos, escribiendo la historia de los dos truhanes que asolaron la Sevilla del siglo XVII, emparentados con rufianes y golfos, la flor y nata del hampa. Esos muchachos pícaros de "la treta del mete dos y saca cinco".
En la Posada del Potro, afuera, en las cuadras y los corrales, se encierra el ganado para las ventas. En el comedor, febril con pluma de ganso, escribe las aventuras, sin entender los negocios que establecen los comensales de la taberna. Ellos se alojan  en la planta alta; habitaciones con barandas pletóricas de flores y tejadillo de madera. Levanta la vista de la penumbra que propaga la pobre lumbre, y ve, al atardecer, el patio de malvones, tinajas y ruedas de carros. Sólo oye el bufido de los caballos briosos y el mugir de las vacas. Llega el tabernero con una fuente chirriante y la deja sobre la mesa tosca de madera, junto al candelabro. "Sólo quiero una morcilla, que en el asador reviente... y ríase la gente" Versos que había escrito otro poeta, tal vez, sobre la misma mesa. Ahora, mientras come, se desvela con Quijote y con Sancho y hace caso omiso a la leyenda que una y otra vez, relatan los forasteros de la planta baja, cuando Pedro, el Cruel, mandó requisar la Posada del Potro y encontraron incontables cadáveres y joyas preciosas. Se decía que aquel mesonero mataba a sus hospedantes y se apropiaba de sus bienes. Relato popular. "A Dios rogando, y con el mazo dando..."

La Aurora, que parece ser mi anfitriona, me lleva por la Puerta de Almodóvar y vamos hacia la Mezquita-Catedral. Aljama laberinto de columnas, por donde se esconden emires, visires, ibéricos, islámicos, visigodos, dos culturas encimadas. Y salimos. Aves acuáticas, molinos y remolinos que refrescan el espíritu. La mente gira por el Alcázar de los Reyes Católicos, la Ajerquía, la medina de Azahara, el Cristo de los Faroles, el Puente Romano. Bandera de España. Bandera del Islam. Tres sabios, Maimónides, Al-Arabí y Averroes, brillo en los ojos, cejas negras, barbas recortadas, turbantes blancos talibanes. Magia, historia, hierro en las almas y Alfonso X, corona de oro y rictus amargo. Tres religiones y un solo Dios.

Y giro y giro como un trompo desquiciado. Cervantes, cuello en lechuguina, sayo bizarro y gallardía. La pintura de Murillo que vi en Sevilla. Rinconete y Cortadillo. "El collar de la paloma". Cortesanas, grandes amores, recuerdos del harem y "La chiquita piconera" en el Museo de Bellas Artes me mira con aburrimiento y desdén, hombro desnudo, liguero y tacones. Caballo andaluz, caballo árabe por las caballerías reales y el zoco municipal...
Aurora me invita a tomar un carajillo en la tasca de Pepe. Desde el ventanal puedo ver a ciertos Rinconetes y a ciertos Cortadillos. Uno le quita la cartera a una señora gorda de atuendo brillante y alhajas de artificio. Debe ser una turista de Benidorm.
-¡Quítate, chaval! -le grita, pero no alcanza a detenerlo... ya se va por la calle del Buen Pastor.
Ciertos rufianillos de pantalones anchos, cadenas, aretes, tatuajes y descaro indecente abundan por el zoco, a la pesca de algún desprevenido paseante; veo que entre la muchedumbre le sacan la billetera a un caballero español de galera y bastón con empuñadura de oro, que mira el espectáculo de hip-hop y rap.
Aurora ve a su amiga, la Carmen, que está siendo retratada por un artista callejero.
-¡Carmen! Vente después, que estamos en lo de Pepe -le grita con escándalo para que los que quieran, escuchen.
-¡Venga! -contesta, mientras mira con altivez a los muchachos que pasan sin prisa. Ellos sí escuchan, mientras eligen y se deleitan con el colorido ramillete de niñas que se ofrecen en la tarde solariega.
-Vamos, argentinita, por la Plaza de las Beatas. Hoy es viernes y es día de guardar.
-No, llévame por el Barrio de Santa Marina y San Agustín, y al Palacio de Viana -le contesto.

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