sábado, 16 de julio de 2011

Caleidoscopio cordobés y duermevela (última parte)

Entre las piezas de porcelana de Bohemia y las modernas de Checoslovaquia, me parece ver a un Al-Arabí, adusto y con ceño fruncido, que observa las armas en el salón de los arcabuces y se encuentra con un doble de Alfonso, el Sabio, en la sala señorial de tapices flamencos y barrocos portugueses. Estilos y siglos se acumulan en desorden de luces amarillas, iluminados por candelabros de Moisés de siete brazos, aceite de oliva y sal.
-¡Oye!, qué pálida estás, necesitas un descanso. Te llevaré hacia los baños árabes. Ven, tomemos la calle Céspedes.
Ahora somos tres. La Aurora, la Carmen y yo vemos a los polizontes acercándose por la acera de enfrente.
-¡Oye, tú!, recoge tus telas que viene la autoridad -Carmen les avisa a los marroquíes que sobre un paño en la vereda, exponen para la venta sedas, chalinas, mantones y unas cuantas chucherías más.
-Estos son ilegales -me explican y yo veo a un Averroes moderno por aquí, a un etíope por allá, que con una velocidad inusitada de práctica continua, recogen en un rollo su mercadería y saltan el cerco de piedra, llevándose todo hacia la ribera.
Ciudad lúdica. Ciudad insomne. En un esquina, un duende flamenco. Gitano lusitano, espiral del ritmo, sobre un entablonado improvisado, da su espectáculo a la gorra. Y en la otra esquina, artesanías de cuero y marroquinería, filigranas cordobesas, cerámicas y recuerdos de una Córdoba que repentiza, que colorea, que conmueve la sangre, que pone frenesí a la vida.
Ahora quiero masajes con aceite de oliva para los dolores del corazón y de los huesos trajinados. Quiero también máscaras en el rostro con aceitunas maceradas y que un moro de la medina me apantalle con un ramito de hojas de olivo bendecidas. Magia del agua del califa, vapores minerales, samovares sanadores y un té de tilo o de lavanda, que me solaza, me calma, en la tetería de la Plaza de la Corredera. 
Me duerme un sueño de caballos, con monarcas, con filósofos, con ciudad palatina y con sabios. Julio Benítez, el cordobés, espía detrás de una nube, al lado del arcángel San Rafael y los poetas. Manolete no seduce al toro puro nervio. Con ajustado chaleco de terciopelo, guarro atrevido, persigue a la Aurora que perdió el clavel y está custodiando, como un tesoro, el rosetón mudéjar, para llevarlos a los claustros del Convento de Clausura. Y el Guadalquivir, largo ajetreo, que todo atesora en sus entrañas, pasa y transcurre.

La música de la radio me despierta. Volvió la luz. El despertador me llama para afrontar un nuevo día, que será, por cierto, también una sucesión de hechos para protagonizar, sensaciones girantes y desafíos audaces, que me arrancarán de la modorra cotidiana.

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