viernes, 8 de julio de 2011

Cuando el volcán estornuda y bosteza... (última parte)

Él no puede gritar pero sí puede oír voces, y voces, y gritos y más gritos, más amenazas... y todo eso lo aturde. Sus orejas están para custodiar esa cabeza calva y redonda que llora y destila sin detenerse. Sus manos siguen inertes, ni siquiera atinan a taparse los oídos para no escuchar, para no atormentarse.
-Un picotazo más y lo tenés!!. Ganamos!!!!-la riña de gallos y el juego son su perdición.
-Ahí tenés, Centella, que te aproveche! -y lo deja tirado entre los juncos del bajo, al marido despechado, ebrio de ginebra y desamor.
-Perdiste, Rosendo, que las deudas del juego se pagan, entendés? -y el filo de su cuchillo termina la disputa.
-Quiero a "la perla del oeste", la nueva, me oís? No me dés una ramera vieja -eso exige a punta de revolver a la madama del amueblado.
-Una más en la mandíbula, ya está, y me vas a dejar el campo orégano con la viudita de la pieza del fondo -le grita al Toto, el compadrito del conventillo.
-Dos billetes pa'ese pingo, y que gane, porque sino te hago liquidar al jockey -amenaza.
-No me mintás más, china, que cazo el cinto y te fajo ahí nomás ...
Gritos, voces, todo gira en ese pequeño recinto y parece que se superponen.
-Fuera, perro, que te cago a cuetazos.
-Papá, jamás te perdonaré el abandono.
-Y yo tampoco voy a perdonarte las borracheras y los golpes.
-No servís para nada, ni en la cama, puta!!
-Dale, apurate, agarrá la bolsa marinera, que viene la prefectura...-es contrabando de cigarrillos uruguayos en las costas del Río de la Plata.
Fulleros en garitos de mala muerte lo persiguen. Pirigundines tristes lo atraen, como una obsesión. Desatinos de alcohol, y delirios giran, mientras el volcán estornuda piedras calientes. Ahora, al atardecer, bosteza cenizas somnolientas entre pinceladas en rojo y gris.
Un dinosaurio bebé raparte ternuras y regala piedras blancas, livianas y porosas. Golpea con la cola a su puerta, pero él no puede recibirlo, porque desvaría entre voces girantes que lo taladran, que lo torturan.
-Si no volvés, me mato. No puedo vivir sin vos...
-No me maltrates más... me voy, no aguanto más.
-Deberá presentarse, para su descargo, en la oficina de atención a las víctimas del delito.
-Esta comida es un asco.

No puede verlo, porque de sus dos oquedades manan lágrimas sin enjugar en el zaguán, que ya se transformó en un laberinto.
La música de la radio lo despierta. Volvió la luz. Afuera sigue el gris ceniza de una calma sospechosa.

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