viernes, 1 de abril de 2011

Tinta china sobre cartón blanco.

El balancín es un buen ejercicio para estirar las vértebras, encorvarse, cabeza entre los hombros, tomarse las pantorrillas e impulsarse hacia adelante y, sintiendo vértebra por vértebra, volver hacia atrás, sin apoyar los hombros, y otra vez hacia adelante. Tantas veces como puedas. Lo más recomendable son ocho veces, pero yo hago como doce, porque es muy placentero y no me cansa. Estiro vértebras, oxigeno el líquido de las articulaciones, ablando cartílagos y refresco mi mente.

Eso hice al volver de la casa de Susana. Lo necesitaba.

-¿Hola?
-Vení vos, Silvia, a mi casa; se me complicó. Te espero con un café, así charlamos.-me dijo.

Abrió la puerta apenitas, y asomó su cabeza despeinda para dejarme pasar y para que no entren los perros, el blanco grandote y el marrón, también robusto, de patas largas.
-No abro más para que no me vean los vecinos de enfrente -me dijo.
Y la vi, en calzones, con las viejas pantuflas de paño, unas polainas coloradas y un largo pullover apelmazado de un color indefinido, con un agujero de bordes quemados a la altura del abdomen.
Enseguida quise mirar hacia afuera, deseando salir de nuevo, porque los vahos cálidos me sofocaron la cara. Pero no pude, porque los vidrios del ventanal estaban salpicados y opacos. Yo quería ver el cielo azul, otoñal, con algunas nubecitas hacia el sur, y respirar el aire puro, que adivinaba.
El olor a pis de gato que emanaba del recipiente con piedritas, y la atmósfera impregnada de tabaco, me ahogaban. La gata ciega dormía en un apoya-brazos del sillón.
-Vení, mirá lo que hice como terapia.

Y miré; sobre una cartulina negra, un collage con los rostros de un general alemán y de un presidente del país del norte; se habían mimetizado luciendo uniforme con cruces svásticas; de los dos manaban chorros de sangre y tenían, ambos, un hacha incrustada en sus cabezas. Toda la composición, unida con unas rams finitas de ciprés y "babas del diablo", ese musgo que encontramos en los árboles de los bosques incontaminados.

Aprendí en todos estos años, a quedarme quieta como un sapo, y recibir todo lo que me cae encima, con asombrosa frialdad de batracio.

-Me dijo la psicóloga, la de ahora, que  a mis obras tengo que agregarle color. Acá es negro, rojo y blanco, con tonos ocres.
-¿Y por qué decís "la de ahora"?
-Porque Beatriz es mi amiga, me conoce tanto, que no puede ser mi terapeuta -me dijo. Ésta, mirando mis punturas, concluyó que yo no sé encontrar los grises ni los intermedios.
-¿Eso te dijo, porque pintás sobre cartón blanco con plumín negro?
-Sí, pintaba, porque ahora estoy intentando cambiar, por mi bien, como verás, ya le agrego algo de color a mis obras, igual me dijo que me avisará cuando vayamos a reiniciar las sesiones, para abril o mayo.
-¿Y entonces, qué más vas a hacer para incorporar color?
-Estoy indagando a Paul Klee y los expresionistas, entonces le agrego un poco de color, como los cuadros que envié para la muestra de arte sacro.
-¿Y en tu vida, cómo hacés para añadirle color?
-¡Ah!, volví a pintarme las uñas, como antes, cuando era jovencita.
-¿Y qué más? -Otra vez me convertí en batracio, creo que esta vez en escuerzo.
-Conocí a una artista venezolana que pinta con colores vibrantes y hacemos obra intervenida, ella colorea mis obras y yo le agrego tinta china a sus cuadros.

Veo la boca de la chimenea tapada con un panel garbateado, una obra a medio hacer, que seguramente esconde las cenizas del hogar apagado y los carbones negros. Clausurados los grises y los claroscuros.
-Arte contemporáneo de obra colectiva. ¿Es eso?
-Sí, con Juan José lo intenté, pero no sé...

Supe también que hay algo que flota en ella, sin vínculo, sin ligazón, como un tornillo sin arandela.

-¿Y qué más?
-Estoy a dieta, bajé ocho kilos. ¿Ves? ¿Más café? Yo le pongo edulcorante.
-La nueva también me dijo que mi tendencia a engordar se debe a que no puedo sacar de mí más que opuestos, y como no los saco, entro en mi cuerpo toda la comida. Yo le dije: ¡No!, si casi no como...
-¿Y ahora? ¿Qué hacés? ¿Vas a gimnasia, caminás?
-No, porque en el gimnasio me pidieron un electrocardiograma y tengo que llevarles los resultados. Todavía no vi al cardiólogo.

Abrí la ventana para ventilar el ambiente gris de humo, y de un salto entró el mastín más oscuro para molestar a la gata ciega que seguía dormitando sobre el cuerpo muelle de Susana.

-¿Y qué más? ¿Qué pasaba cuando te pintabas las uñas?
-¡Uy! Era flaca, muy linda. Tenía a todos los chicos embobados y mis hermanas me envidiaban.
-¿En serio?
-Sí, ellas estaban mal, porque mi papá nos había abandonado para irse con una mujer de nuestra edad, y mi mamá estaba muy sola.

Sentí que volvían a su mente otra vez los negros y los blancos, encaprichándose.

-Cuando era más chica, nadie me prestaba atención, ni mi papá -En sus ojos verdes pude distinguir tinieblas de tristeza. Tenebrismo y oscuridad.
-Recién cuando estudiaba en la facultad, me sentí verdaderamente "persona" -me dijo.

La atmósfera pegajosa me sofocaba.
-¿Y ahora?
-Estoy sin un peso, porque gané bastante en el casino y le hice chapa y pintura al auto, blanco, y compré cubiertas nuevas. Después volví a perder. Me reservé algo para los puchos -confirmó.
-¿Y qué más? De ahora en más, digo.
-Vení que te muestro lo que estoy pintando. Subamos.

Un hilo de luz entraba por la ventana y el estudio era una buhardilla sobría de polvo y humo. Varios ceniceros rebosaban de cigarrillos a medio fumar; en un rincón, un velador apagado sin pantalla y una botella de licor de cerezas; sobre la gran mesa, una lámpara encendida, un libro abierto dejaba ver fotos de pinturas expresionistas, reglas, plumines, algunos tinteros estaban destapados. Un desorden universal de libros, máscaras, hojas cuadriculadas con diferntes efectos para crear claroscuros, lápices, y, como en trastienda, se apilaban marcos y cuadros. Un sahumerio de patchulí, humeaba junto a la computadora ciega y muda y en los estantes, velas de diferentes tamaños y formas y una taza de café con borra envejecida.

Miré, fingí prestar atención y vi, furtiva, como una conspiración, dentro de un cajón abierto del escritorio, restos de una torta de chocolate, crema y frutillas.
Bajé rápido, le di un caramelo de ginseng y me fui. Pensaba que el ejercicio de la conversación, hacia atrás, hacia el centro, hacia adelante, hacia el pasado, hacia el presente, hacia el futuro, no había dado buenos resultados. Era un desierto de arenas movedizas.

El paseo de salud me devolvió el aire puro. Afuera, la muchedumbre promiscua, concentrada en la plaza, también era gris. Sólo se destacaban el rojo violento de una bandera y pancartas, y el trapo amarillo con símbolos mapuche, tapando la estatua ecuestre. Desde el bronce, Roca no podía ver los pañuelos blancos que re pintaban sobre las lajas ocre y gris tristeza.

En la sala de exposiciones, con lujuria de colores, vi la muestra "naif" de una joven artista que idolatra la vida y el amor. Un balancín para la mente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.