sábado, 28 de mayo de 2011

Un coprolito de dinosaurio (última parte)

Recostado bajo la sombra del alero, en su rancho, el abuelo Demetrio, el chascón sin chascas y protegida su cabeza con una boina gris de años y de vivencias, está sobando un cuero de guanaco y con el raspador, va dejando lisita y tersa la pieza. De vez en cuando cabecea, antes de dormirse y recupera la conciencia, cuando escucha a los perros que chumban el trote de un jinete, allá por el camino. En el aire queda flotando el polvo que se aleja más y más. Muchas veces ha deseado que su hijo esté entrando por el sendero, de regreso. Pero eso no sucede.
Sus manos marchitas van aflojando, de a poco, el cuero hasta que cae a sus pies, con el raspador. Ahora sus manos fuertes se aferran a la ventana oscura de vidrios rotos. Es el galpón de Parques Nacionales, donde trabajaba como sereno. Las puntas se le clavan en la espalda y desgarran el chaleco de lana cruda, pero con maña y tosudez, logra finalmente su cometido.
Una parvada de tordos negros picotea con avidez las semillas debajo del maitén. Antes, cuando todavía vivía la Casiana llegaban hasta el patio a comer y a arrasar con todo lo que encontraran.
Elisa, por su lado, y con mucha maña también, logra engañar a los guardias del complejo, que a esa hora ya no reciben a los turistas. Como un tesoro de oro viejo, algo brilla al pie de la cueva. El viento ha descubierto, en sus remolinos, una preciosa punta de flecha, chiquita, blanca, de bordes facetados a la perfección. Y también son perfectas las dos puntas inferiores, por donde se sujetaría firme con tientos, a un palo o una caña, para una promisoria cacería de chulengos, de choiques, o de liebres. 
Eso piensa ella cuando observa con atención su hallazgo, un premio a la desobediencia y a la aventura triunfante.
-Miren lo que encontré -le dijo a su mamá y a Efraín, extendiendo la flecha para que la aprecien. -Quiero regalársela al abuelo.
-Sí, hija. Mañana, que ustedes no tienen clases, iremos los tres con la yegua tobiana. ¡Quién sabe cómo andará el viejo!.
El cielo a esa hora era ya una fogata de estrellas.
-Cuando sea grande quiero investigar y dibujar fósiles y helechos y bichos petrificados -le pidió a una estrella fugaz que caía en el inmenso cielo.


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