sábado, 21 de mayo de 2011

De guarachas, de amores y letanías (última parte)

-Yo la conocí a tu hija en Pto. Blest, cuando ella hacía una excursión con su grupo de 7º grado, y yo, con mis compañeros de 2º año de la secundaria.
-Me gusta que me cuentes esa historia de amor, porque en cada ocasión, siempre hay un nuevo ingrediente -le dije.
-Vayan a guiar a las chicas, infórmenles lo que aprendieron de este eco-sistema -nos había dicho el profesor de geografía, con amplia sonrisa de complicidad y un guiño.
-Entre todas las niñitas, que reían y nos coqueteaban, una de ellas me había atrapado -continuó- Rubia, menuda, pecosa y muy atrevida, Cata, se destacaba entre las otras.
Sus ojos azules de mirada tímida, de cuando en cuando, se encontraban con los míos. Ella lideraba a su grupo, pero cuando establecíamos contacto visual, su atrevimiento se disolvía y, bajando la mirada, tomaba una frambuesa blanca y dulce para llevársela a la boca, como desentendida.
-Me voy a acercar y dirigiéndome al grupo, voy a hablarles del microclima de la selva valdiviana, de la pureza del aire, de los líquenes colgantes, de la protección del ambiente... -había pensado.
-No, mejor voy a darle a la rubita una flor de amancay que puedo cortar de esa mancha amarilla, debajo de aquellos cipreses -me dijo- Pero no, eso es inapropiado, se destruye el ambiente vegetal.
-Aquella pecosita vive en el bosque y anda siempre a caballo -había señalado un compañero.
-En algún claro, por donde penetraba un rayo de sol, sus cabellos rubios siempre me enredaban en pensamientos pueriles y delicadas sensaciones, a la vez que me paralizaban y sólo me limitaba a observarla. Activa, sonriente y disfrutando de la compañía, a cada paso por las picadas del bosque, admiraba un hongo de roca, una alfombra de musgo, un clavel del aire pendiendo de una rama de coihue, o se detenía a escuchar los sonidos del bosque y sus silencios, los murmullos del arroyo cantarín, o el alboroto de los pájaros.
-La excursión terminó y no la vi más, hasta el próximo invierno. En el cerro se la podía ver disfrutando de la nieve virgen en las mañanas tempranas, allá en lo alto, con sus esquíes siempre al borde del precipicio. Su audacia era de admirar. Y yo, que también soy audaz, me fui acercando para encontrarla, al fin. Había crecido; sus facciones eran puro vigor y el gorro de pompón azul, dejaba ver su frente altiva y su nariz curiosa.
-A zancadas largas y bastonazos iba decidido a abordarla, cuando zigzagueando se alejaba, para seguir su sendero por la pista, junto a un púber de su edad, que la acompañaba.
-La vi otras veces; ya era instructora de skí. Los nenitos malcriados seguían a su seño, dispuestos a desafíos cada vez más complejos. Y siempre, al caer la tarde, la veía con aquel chico, tomados de la mano, con la algarabía que da el amor adolescente.
-Dos años transcurrieron, y no nos encontramos, hasta que una tarde, en una playa, la vi salir del lago, cual sirena brillando de agua límpida y de sol. Ya su cuerpo se había moldeado como escultura de mujer, pero no estaba distante. Y me animé esa vez, sí -dijo sonriente, triunfante.
-Y tuvimos caminatas por las sendas verdeazules y cabalgamos bordeando el lago, entre los juncos, y nadamos después y remamos juntos en las noches de luna llena -recordó.
-También tuviste que defenderte de las molesta intromisiones "del otro" -agregué.
-Sí, suegrita! -me dijo, abrazando a Cata, rebosante de felicidad.
-Y mañana, que hay luna llena, subiremos al refugio, con la piel de foca en los esquíes. No pensamos perderlo, ma! -dijo ella- El paisaje nocturno en la montaña es fascinante.

Hoy, aunque está nublado y anoche no vi la luna llena, veo un sol radiante y juro y perjuro haber observado el eclipse.
Tengo en la piel una capa de ternura tibia, que me endulza la mirada y me da abrigo, aún, cuando esté sonriendo o riéndome sin pudor, sola.
Porque dejé de ser espectadora de los amores ajenos, ahora soy Venus-Afrodita-protagonista, y no de la cybernética. Soy una diosa que palpa y que devora con todas las terminales sensitivas; es un amor tangible que me devuelve la omnipotencia de vislumbrar un horizonte lleno de luz ,que me invita (nos invita) a develar los misterios más allá de la cima por la que escalo (escalamos y ascendemos) ,hasta ver la fiesta de fuegos y relámpagos en la cúspide, para descender (descendemos) hacia la playa de arena mojada, rendidos, donde las mansas espumas nos lamen los pies.

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