miércoles, 11 de mayo de 2011

Ni grillos, ni saltamontes ( 1º parte)

Ella llegó con su bicicleta, no se sabe cómo, justito frente al cementerio donde están enterrados sus padres. Las gomas estaban desinfladas y uno de los aros quedó hecho un símbolo de infinito, después de chocar contra el cordón de la vereda.
-Le ayudamos, señora?- le dijeron los muchachos del taller mecánico, melenudos y grasientos, parados junto a una imagen de Santa Rita, y otra de la virgen de Lourdes.
Fantasmas de noche y de día se revuelcan entre sábanas, sudores y cáscaras sucesivas del alma, que la aprisionan.
¡Crash! ¡Pum! ¡Trac! Su coche se había incrustado en el otro vehículo que giró sin poner el guiño, raudo, para llegar a su casa. Para acordar detalles administrativos, el chofer la invitó a ingresar a su oficina. Mientras le cura las heridas, la seduce y la somete sobre el escritorio. Llaman a la puerta y todo se interrumpe. Es su esposa; lleva una bolsa colgada de un mosquetón, que contiene huesos para alimentar a los perros. Afuera, en el portal, auyan de hambre.
-¿Por qué llorás, nena?
-Porque mi compañerita se burla de mi malla, que es gastada y muy usada, porque la heredé de mi hermana.
Va, van flotando no se sabe con quién, con el vehículo anfibio, andando sebre los techos, las barandas, los postes de luz, los árboles y ventanales de un pueblo inundado, en un agua borrosa de confusión y marejadas. No se hunden, pero sí se sumergen en uno de esos silencios rotos que se sumen en las profundidades, para no estrellarse contra la orilla verde de los sauces, que apenas asoman sobre la loma.
Me hundiré un día, sin que nadie intente salvarme.
En el bañado de la esquina no hay flores de irupé, está aceitoso de botellas y plásticos; ve a su  amigo borracho de sol y de alcohol y corre a ayudarlo.
-No me acuerdo para qué venís a verme hoy -él dijo en la intrincada noche en que el amor se entrecruza con otros amores -y pensó cómo forma nudos que después se desatan con violencia y cómo nos dejan tan solos, ante las triviales vanidades de la vida, sin poder percibir el súbito ardor, que antes hacía llamear los cuerpos y acompasar las almas.
-Antes de despertarnos soñé con vos. Te reconocí por la cabellera, te ibas para siempre -él agregó.
Ahora ve un conventillo derruido y descascarado de muchas piezas, que ostenta manchas de humedad en las paredes y el cielo raso. En una de ellas vive Julio, que hoy, nostálgico por la lluvia que repiquetea sobre las chapas de zinc, está aburrido y con los bajos instintos exacerbados. Cruza el patio atravesado por cuerdas y ropas colgadas que chorrean gotas sucias, y va en busca de Carmela, que piensa qué rauda pasa la vida gris, de enero a diciembre. ¿Y por qué no? Acepta el convite.
Sutil como un fantasma que merodea de noche, se revuelca sin dejar rastros. Alguien pide unas zapatillas. Del par, encuentra sólo una, mojada de orina, junto a una batea para bañar a un bebé.
Oye confusos gritos que provienen de un agua de lodo, pero ve únicamente al pájaro solitario sobre la estaca sola del muelle roto. Y más tarde ve a la amiga poetisa que flota apenas, sin peso, sin visión, sin ilusión, en las aguas turbulentas, aprisionando las ojotas rojas, como si ésas fueran una tabla de salvación y quiere atrapar el mensaje dentro de la botella que cabecea sobre las olas.
El jardín es todo flor y profusión de aromas. La amistad es una flor más de muchas facetas.
Una abeja se posa en la lila lila, en la lila blanca y vuela hacia la glicina, que expande sus pétalos violáceos en la sombra de la galería. Una oruga se transforma en mariposa y descubre su vuelo inicial.
-Pero no, dejame sola con esos huéspedes parlantes que alargan sus garras para tomarme justo ahora, que intento huir entre las sombras, y me quedo en este vacío insustancial, como un recuerdo.
La madre de Carmela golpeó la puerta de su pieza y le entregó un paquetito prolijo conteniendo sus bombachas, la roja, la verde a lunares, y la blanca de broderie, limpias y dobladas.
- Dice la vecina que "gracias".
Habían destruido una de las paredes de adobe de la casa y habían roto una de las botellas adosadas que daban luminosidad y un toque de color. En el baño también habían aflojado las piezas del pedestal, y el agua destilaba por el piso. Un barquito de papel de diario navega.
Ella corría a gran velocidad en su coche por una carretera desierta, hasta que notó que el volante se estaba descentrando, aflojándose los mecanismos. Trató de llegar hasta donde pudo. Dejó algunos tornillos en el asiento trasero. Cuando ya no pudo maniobrar, buscó los repuestos y no los pudo hallar.


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