domingo, 5 de junio de 2011

Siluetas y sombras chinescas (1º parte)

En una oficina pública del centro, hay una importante reunión para atender y resolver la urgente necesidad de depurar las aguas del gran lago del sur. Yo espero en el auto, que pronto termine.
Afuera llueve con fuerza y el agua cae como si cuchillos afilados quisieran incrustarse en la tierra, en el cemento, en las plantas y en las personas que circulan rápido por las veredas, van protegiéndose, como pueden, bajo los escasos aleros y las marquesinas.
Una chica llega hasta ahí, con los pelos enrulados y alborotados por el agua. Mira hacia el interior y ve a un policía y a un guardia que recién ha comenzado el turno de la noche. La hacen ingresar y luego de unos minutos, ella sale y, parada frente al ventanal, sigue mirando hacia el interior. Ahora sí se coloca con parsimonia, la capucha, para no seguir mojándose.
-¿Qué se cree? ¿Por qué no sale? -sus labios parecen clamar y reclamar.
-Seguro va a encontrarse con la rubia del teléfono, muñequita de plástico y manicura de largas uñas gatunas, escote sensual y lencería erótica -piensa -O con la japonesa de ojos rasgados...
No se escucha lo que sigue diciendo, porque la lluvia cubre todos los sonidos, pero puede percibirse el enfado de pecho palpitante, mientras las gotas siguen resbalando por su campera, ya empapada.
Se abre la puerta principal. Ella detienen sus pasos y a unos veinte metros, ve salir tras ella al guardia nocturno. El muchacho alto, sin sombrtero, a grandes zancadas vibrantes, inclina su torso largo y esbelto y sin capa, como ayudándose a avanzar más y más, hacia ella.
No se ve más, porque en la esquina está maniobreando el camión recolector de basura, y la mujer policía dirige el tránsito de hora pico, indicando a los vehículos, no virar a la derecha. En la otra cuadra está el Poder Judicial y los obreros están vallando los alrededores. Se están preparando las medidas de seguridad, porque comenzará mañana, el juicio oral por la muerte de un joven que delinquía, a manos de la policía, dicen.
Las palabras ásperas se sofocan en la discusión; se exaltan, se enardecen, las miradas se exasperan, y luego, la reconciliación inevitable.
En la otra dirección, se han alineado unos cuantos coches brillantes de agua y limpiaparabrisas en furioso movimiento, tras una moto de gran porte, que ronronea entre nubes de humo.

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