viernes, 13 de mayo de 2011

Rapsodia de una herejía (1º parte)

¡Todos a casa!
Uds. pensarán que esta directora quiere "desalumnarse" muy fácilmente, como ocurrió a comienzos de diciembre de 1998, y eso no era porque no los aguantaba más, luego de haber compartido todo un ciclo lectivo. ¡No! Ya les contaré.
Una sola vez, como nunca, había deseado que ese año termine pronto. Los quintos años que promovían eran por demás desagradables. Se notaba que el paso por la escuela había sido una tortura para ambos bandos, y para no aburrirse, hacían toda clase de trapisondas, que ponía a todo el plantel docente en un estado cercano a la esquizofrenia.
El acto de egresados se haría en los próximos días, aún sabiendo que se trataba sólo de una formalidad, porque realmente eran pocos los que se graduaban; la mayoría quedaba adeudando un promedio de cinco materias, para poder recibir su título de Bachiller en Turismo.
Me fui por las ramas, creo. No fue ése el caso, de mandar a todos a casa.
Así decía el subtítulo de la noticia, que, a toda plana, se desarrollaba en la sección Policiales, explicando el hecho delictivo acaecido en la escuela, esa madrugada de sábado.
El día anterior, o sea, viernes por la mañana, una comisión de docentes estuvo probando a toda música y volumen, en el patio cubierto, la calidad del flamante equipo de sonido para estrenar en el acto de egresados.
Había sido adquirido con fondos propios, es decir, con gran esfuerzo de las madres de cooperadora, quienes transpiraron "la gota gorda" haciendo feria de platos, venta de empanadas, de ropa y calzado, rifas, y muchas cosas más.
Recuerdo que escuchábamos "Rapsodia bohemia" de Queen. Y nos deleitábamos con los sublimes acordes que conmovían el alma. Ese Freddy enaltecía la música, en verdad.
La fiesta de promoción se estaba preparando a toda máquina. Era "la previa", o sea, la antesala de lo que sería el festejo; la confección de invitaciones con litografías sobre papel reciclado, una verdadera obra de arte. Siempre se centraban en un símbolo que, como eje rector, sería la idea a transmitir y repetir en la decoración del escenario, como telón de fondo y en la selección de los textos para las glosas.
Ese año sería el camino. "No te quedes al borde del camino..." valorando el poema de Mario Benedetti. Antes habían sido las manos: "Dame tu mano, y vamos ya..." Otras veces, la luz y los guerreros de la luz; en algunas ocasiones, eran pensamientos la mar de poéticos de los propios alumnos, en relación con los sueños: "Para cumplir un sueño, tenés que estar despierto".
Se ensayaban los números artísticos, una y otra vez, y el cambio de abanderados.
Cada comisión se encargaba de su rol. Estaban los de relaciones públicas, los del sonido, los de recepción, los de iluminación, los del decorado, entre otros.
El entusiasmo de los docentes no era la expresión de abnegadas maestras con vocación, quienes por lo general se especializan en la taumaturgia (léase, el arte de la simulación de prodigios). Tan sosos, tan cursis, como los estereotipos o la falsa copia de épicas grandiosas. No, todo lo contrario, era una alegoría a la celebración.
No es poca cosa haber formado durante varios años a esos indómitos adolescentes que llegaron un día a la escuela con curiosidad, con miedo, con asombro, con calzados nuevos y con desobediencia.
Por esos días, y como sucede desde hace unos cuantos años, la escuela pública estaba transitando por grandes conflictos por falta de aulas, deficiencias edilicias con techos y baños rotos, paredes electrificadas, profesores precarios en su formación, y mal pagos, padres desinteresados por la educación de sus hijos, falta de seguridad, infraestructura en bancarrota. En fin, una real pandemia acosaba a todas las escuelas.
Se realizaban actividades "en defensa de la escuela pública", autoconvocatorias de estudiantes, marchas y cánticos con toda clase de improperios contra los funcionarios, sentadas, pancartas y denuncias en los medios. La mayoría de las veces, se trataba de trasvasamientos ideológicos de los adultos en los más jóvenes, tanto que cuando se les preguntaba por los moitivos, su osadía consistía en repetir siempre las mismas muletillas: "Estamos en lucha, en defensa de la educación pública", sin poder extenderse en mayores argumentaciones. Un pandemonium de confusión y rebeldía de puro panfleto.
La decisión en nuestra escuela fue ocupar durante las noches las instalaciones y negarse a concurrir a las clases de los pocos docentes que no adherían al paro. Cada noche, rotándose, custodiaban la escuela un grupo pequeño de alumnos y uno o dos padres o docentes.
Ni les quiero contar todo el trabajo que nos significaba conseguir la firma de un acta, cada día, de lquienes pernoctarían durante la ocupación! Alumnos y adultos, perfectamente identificados, para confiarles las llaves y la responsabilidad civil del resguardo de los bienes y de las personas, dentro del edificio.
-¡Él es mayor de edad. Es mi cuñado; mi papá no puede quedarse esta noche- decían.
Y resultaba ser que, al indagar con mayor profundidad, era el primo de tal y el novio de cual...
Tampoco voy a ahondar en descripciones profusas del escenario que encontrábamos cada mañana, antes de tocar el timbre. Chicos y chicas despeinados, legañosos y somnolientos que, arrastrando los cordones de sus zapatillas, se zambullían para seguir durmiendo en otro sitio, más recóndito.
¡Y la cocina!! Chorretes de yerba, colillas de cigarrillos por todos lados, y un olor a fritanga!!! Todo esto hacía que las porteras entrasen en estado de cólera. Su reino había sido vulnerado, y, escoba en mano, los corrían a otros rincones.
la noche del viernes eran siete varones, tres chicas y un profesor. Y, porque había que mantenerse despiertos a toda costa, (total podían dormir en las aulas desocupadas durante la mañana), tomaban mate y estaban preparando tortas fritas en la cocina, al lado de la Dirección, a eso de la una de la mañana.
-No se las coman todas, eh?, guárdenme algunas -había dicho el Pity, mientras se iba con su bolsa de dormir a la preceptoría - y bajen la música, que me caigo de sueño.

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