jueves, 13 de abril de 2023

Palo Blanco

 

 

Con un poco de cronista, un poco de poeta y bastante pasión llegué a Palo Santo. Pensaba que es un arbusto símil al Palo Santo, o el pino albar de la llanura manchega.

La curiosidad me picaba para indagar, hasta que vi en la plaza principal del pueblo, una escultura figurando un árbol mocho, en cuyo extremo superior está posado un aguilucho que otea el horizonte con avidez; sus excrementos pintan de blanco el tronco seco. Una bandera argentina estática, nos invita a visitar el paraje catamarqueño.

-¿Por qué se llama así este pueblo?

-Está representado en la plaza, vea…

-Debe haber otra explicación, doña. Cuénteme, que ando curioseando. -La anciana, como una pasita de uva y curtida por los vientos del desierto, me mira con sorpresa.

-Nunca me han preguntado cosa así, pero le voy a decir. -Así principia su relato.

-Tengo 104 años y mi abuelita, que en paz descanse, me contaba… -Su voz raspada re busca entre los pensamientos guardados hace mucho tiempo. Se nublan los ojitos tiernos al mirar hacia el norte. -El bisabuelo era arriero de cabritas y ovejas. Traían el piño hasta aquí, desde las alturas.

-¿Sería desde Bolivia?

-No sé decirle, hace tantos años, joven. Y desde el sur también arriaban el ganado. Eso era en el otoño para que los animalitos no se mueran de frío y de hambre. ¿Me entiende?

-¡Ah!, una posta en el camino para descansar del largo trajín de días y reponer energías.

-Dicen que armaban grandes comilonas alrededor del fuego. Cordero al palo, puchero, locro.  No faltaban los recitados acompañados por alguna guitarra. Y los animalitos pastaban los yuyos ralos del arenal y abrevaban en los hilitos de agua que se formaban por el deshielo de la cordillera. Eso contaban.

En la plaza se exponen las artesanías locales y hay un ruedo de tejedoras, parcas en el hablar, que hilan la lana de cabra y tejen relatos que son esperanzas. Una mujer más joven se acerca y va completando la historia, porque la viejita se ha cansado, como si le faltara el aire y así, apantallándola, me cuenta.

-Iban a Tinogasta a comerciar sus productos. En la escuela me enseñaron que eran buenos ceramistas. Arcilla, el material. De ser nómades fueron transformándose en sedentarios y se establecieron aquí. – Relaciono las piezas que vi en el museo municipal, provenientes de la cultura diaguita y después, incaica.

Como el pájaro, que escudriña desde el atalaya, así siento satisfecha mi curiosidad y gestiono mis emociones, cuando percibo la paz del entorno. Una vastedad lejana en el cielo azul, salpicado de nubes blancas. El cielo es tierra, y la tierra es cielo. Hay puñados de silencio entre el barro rojo, como si en el lodo se guardaran los más recónditos secretos. Las vides, los nogales, las higueras, los olivares, están borrachos de sol.

Ahora comienza el ocaso, parsimoniosamente, y es el vino patero mi única compañía, mientras saboreo quesillo de cabra con dulce de membrillo. Y ya siento las ausencias cuando oigo el galope solitario de un caballo por la madrugada del arenal, y me confundo, es el palpitar de mi pecho argentino.

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