Viejo
marino. Marino viejo. Se había dormido con el cigarro en la boca y se había
despertado con sus propios ronquidos. Ahora entrecierra los ojos para
protegerse del sol abrasador. Mira el Río de la Plata desde la costa de Buenos
Aires, mientras hilvana los retazos de sueños.
Navega
por el Mar de Creta, que está en calma; ya divisa una isla de ensueño, un
pueblo de altura y el sol que se pone tras una cúpula imponente; es una iglesia
ortodoxa. Debe descansar y desde el barco se zambulle en las aguas turquesas.
Se serena el cuerpo ajetreado y la mente se sosiega, para retomar fuerzas, para
enfrentar a Poseidón, si el mar comenzara a encresparse. Porque un navegante
debe saber desafiar al dios, empaparse, sacudirse con las olas gigantescas de
ese mar de leyendas. Se siente un semi-dios que comienza a sentir los soplos de
Tritón o del dios Eolos y se prepara. Morfeo lo lleva por las Islas Cícladas y
las Jónicas. No quería ser un suplicante que estuviera al cuidado de los dioses
protectores, tenía que probar la fuerza de los mortales, compitiendo con la
fuerza de la Naturaleza, como una lid de dioses y de hombres.
Se
zambulle y nada cansinamente.
Iza
las velas y pone proa hacia Siros, no sin antes beber largamente de su garrafa,
para estimularse y es Dionisos el que lo incita. De a poco, la lluvia mansa y
persistente y el rayo de Zeus responde al irascible Poseidón. El mar se irrita
y el solitario navegante no se amilana, se empeña con fuerzas. Las olas no
logran vencerlo, no acuden las ninfas ni las nereidas, ni se deja engañar por
el canto de sirenas. Embiste las olas de lado, perfora las paredes de Hydra, se
deja mecer por una ola larga. El cielo se estremece, el mar está bravo y la
lluvia lo azota. El solitario transpira y se esfuerza para salir del
torbellino; como una daga lo traspasa y finalmente, se detiene. Cronos o Hermes, el
mensajero de los dioses, ha acudido en su ayuda antes de que Hades lo lleve al
reino de los muertos. Pasa su mano callosa y aún palpitante por la frente
sudorosa e interrumpe el delirio. ¡Aún está vivo!
Ha
sido un sueño, afortunadamente; se recompone porque debe cumplir con su tarea.
Observa las costas de Uruguay, adonde debe ir. No se divisa movimiento en Prefectura, la brisa es suave pero
persistente, que viene del sudeste. Hay olor a lluvia, es la lluvia salada del
mar. Otra vez se zambulle en las aguas marrones del río, antes de partir; luego
acomoda en la embarcación los pocos implementos, ajusta los aparejos, sujeta la
cangreja a la botavara y pone proa al norte.
Una
fuerza irresistible lo empuja, es el viento que lo lleva; es una compañía el
bisbiseo en cada estocada sobre las olas. Ya está alejándose de la costa y el
puerto de Olivos se ve chiquito. Tiene hambre; ha instalado el calentador sobre
la sentina al reparo del viento y ha puesto carne, papas y un zapallo para el
puchero. La vela se hincha, sublime y elegante.
Mientras
fuma tiene tiempo de pensar que es la época de la cosecha de zapallos y la
brama de los ciervos. Pone a resguardo la escopeta y cubre con un nylon la
bolsa marinera. De regreso traerá cigarrillos negros, de contrabando. Comienza
el frío y unas gruesas gotas le mojan la espalda y la cabeza. Debe desatender
el timón en busca del rompevientos. Ya hierve el agua y pronto tomará sopa para
recuperar fuerzas. Cae el sol por el oeste ya, y el río, que ya es mar, también
se violenta cada vez más y no tiene manos para atar, ajustar y a la vez ir
“achicando” con el balde, porque el agua empieza a inundarlo todo.
Milagrosamente el fuego resiste, pero no huele todavía el puchero.
Se
estira, se aferra a un cabo, se afirma en sus piernas, cruje el palo mayor y se
arrepiente por la manía de navegar solo, siempre. De reojo, ve caer la garrafa,
se tumba la cacerola y se apaga el fuego. Habrá que cerrar la perilla del gas,
pero no llega. Se extiende para alcanzar una papa que está rodando y la devora
en dos mordiscos. Ha perdido el timón, se destrozó un motón y las velas flamean
y se deshilachan. Tiene frío en las manos y gotas heladas le perlan la frente.
Un chubasco arrecia.
Tritón
o Poseidón, por momentos expulsa carcajadas y se burla. Zeus atruena y dibuja
en el cielo oscuro cuchilladas de fuego. Luego ambos se calman. Contrariamente,
el corazón del viejo se precipita, quiere salirse del pecho, cabalga, como
cabalga la pequeña embarcación y se desboca, se tranquiliza y se sacude. Un
empellón más, y el barco embica bruscamente en la costa de Maldonado.
-Estaba
cargando zapallos en la carretilla y quise refugiarme de la tormenta, cuando vi
restos de un barco sobre la playa y ahí lo vi. Debe haber muerto por un ataque
al corazón. No encontré documentos, ni el rol de navegación. La Sudestada ha
sido brava.
El
cadáver tenía en su rostro una sonrisa plácida, como si soñara que lo
transportan a lomo de burro en la isla de Hydra, que es un puerto chiquito. Hay
mucho silencio y la piedra oscura de las construcciones medievales, parece
brindarle la paz que necesita.
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