lunes, 30 de octubre de 2023

Secretísimo

 

 

Entre la tía Amalia y yo, desde siempre hubo secretos. Cuando era una niña, ella me llevaba de la mano a caminar por el pueblo. Eso era en vacaciones de verano, durante la licencia de mi padre, su mellizo. A regañadientes la abuela Margherita nos dejaba salir (los papis también), siempre después de las lecciones de lectura y escritura y las cuentas.

-Tenés que ser maestra cuando seas grande. No pude estudiar en este pueblo perdido. Mi futuro será casarme con un buen hombre, ¿pero dónde lo encuentro? -Yo sonreía y aceptaba el reto. Callarme y comprender.

Ella tenía un cuaderno donde escribía poemas de amor, que me leía y luego yo recitaba. Todos los días a la misma hora del mediodía, íbamos a la estación para ver pasar el tren hacia el norte, con unos pocos pasajeros.

-¡Mirá tía, ese señor se saca la gorra de cuero y te saluda! -ella, con los ojos iluminados respondía el saludo del maquinista inclinando la cabeza y yo aplaudía frente al monstruo negro que escupía vapor negro y seguía muy lentamente.

-Ya tiene casi 30 y ningún novio a la vista- escuchaba a las vecinas, al pasar.

-Dicen que me voy a quedar solterona, pero no saben nada esas chusmas. -Me cerraba la boca apoyando un dedo sobre mis labios, y un guiño, porque ya sabía que era un secreto.

De regreso veíamos la silueta de la nona con los brazos en jarra en la puerta cancel, y seguramente con el ceño fruncido nos recriminaba la demora, porque ya estaba listo el puchero.

El otro verano, el caballero le tiraba una rosa, o una flor silvestre, hasta un bollito de papel, que ella escondía en su bolsillo. Todo parecía augurar un romance muy próximo.

 

Hoy, en el velatorio de la tía Amalia puedo escuchar el llanto y los lamentos de la parentela. Recuerdo el alboroto que ocasionó la huida de la tía Amalia en la familia y en el pueblo. No se hablaba de otra cosa. ¡Qué barbaridad, dejar sola a la madre viuda! ¿Cómo puede ser eso? Últimamente no iba a la iglesia. ¿No escuchaba al cura? La fe cristiana queda por el suelo… Escandalizaban.  ¿Ella sufrió o fue feliz? -Me pregunto.

Cuando fui mayor y fui a estudiar a la ciudad y me alejó por unos días en casa de Eduardo y la tía. Ocurrió una situación que mantuve con total hermetismo, hasta este momento en que escribo. Eduardo aprovechó la ocasión para meterse en mi cuarto, cuando la tía había salido hacia la feria de los sábados para conseguir verduras frescas, pescado y carne. Esa vez, con una certera patada donde más les duele a los hombres infames, lo saqué violentamente. Siempre mantuve ese secreto, y más aún cuando me fui a la pensión, porque la tía Amalia no se merecía tal humillación.

En su lecho de agonía, ella me agradeció por haber sido leal a las promesas. Su voz era un hilito a punto de cortarse. Entonces valoré toda su valentía para perseguir sus sueños. Los secretos que se divulgan terminan deformándose y se matizan con prejuicios que para nada contribuyen al respeto por el otro.  Había sido muy perspicaz al interpretar, aunque sin corroborarlo, aquel suceso. Porque hay miradas, hay señales que son pura intuición, pero se acercan mucho más a la verdad. Ojos libidinosos de su compañero hacia mí. Cruce de miradas furibundas sin un grito…

Alcancé a oír, cuando acerqué mi oído una confesión. Tuve una aventura con el verdulero, pero esto es secreto bien guardado. Pude contener una sonrisa y luego de una pausa, entre suspiros entrecortados, dijo: No desperdicies tu tiempo. Disfrutalo, que la vida es bella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.