Entre la tía Amalia y yo, desde
siempre hubo secretos. Cuando era una niña, ella me llevaba de la mano a
caminar por el pueblo. Eso era en vacaciones de verano, durante la licencia de
mi padre, su mellizo. A regañadientes la abuela Margherita nos dejaba salir
(los papis también), siempre después de las lecciones de lectura y escritura y
las cuentas.
-Tenés que ser maestra cuando
seas grande. No pude estudiar en este pueblo perdido. Mi futuro será casarme
con un buen hombre, ¿pero dónde lo encuentro? -Yo sonreía y aceptaba el reto.
Callarme y comprender.
Ella tenía un cuaderno donde
escribía poemas de amor, que me leía y luego yo recitaba. Todos los días a la
misma hora del mediodía, íbamos a la estación para ver pasar el tren hacia el
norte, con unos pocos pasajeros.
-¡Mirá tía, ese señor se saca la
gorra de cuero y te saluda! -ella, con los ojos iluminados respondía el saludo
del maquinista inclinando la cabeza y yo aplaudía frente al monstruo negro que
escupía vapor negro y seguía muy lentamente.
-Ya tiene casi 30 y ningún novio
a la vista- escuchaba a las vecinas, al pasar.
-Dicen que me voy a quedar
solterona, pero no saben nada esas chusmas. -Me cerraba la boca apoyando un
dedo sobre mis labios, y un guiño, porque ya sabía que era un secreto.
De regreso veíamos la silueta de
la nona con los brazos en jarra en la puerta cancel, y seguramente con el ceño
fruncido nos recriminaba la demora, porque ya estaba listo el puchero.
El otro verano, el caballero le
tiraba una rosa, o una flor silvestre, hasta un bollito de papel, que ella
escondía en su bolsillo. Todo parecía augurar un romance muy próximo.
Hoy, en el velatorio de la tía
Amalia puedo escuchar el llanto y los lamentos de la parentela. Recuerdo el
alboroto que ocasionó la huida de la tía Amalia en la familia y en el pueblo.
No se hablaba de otra cosa. ¡Qué barbaridad, dejar sola a la madre viuda! ¿Cómo
puede ser eso? Últimamente no iba a la iglesia. ¿No escuchaba al cura? La fe
cristiana queda por el suelo… Escandalizaban.
¿Ella sufrió o fue feliz? -Me pregunto.
Cuando fui mayor y fui a estudiar
a la ciudad y me alejó por unos días en casa de Eduardo y la tía. Ocurrió una
situación que mantuve con total hermetismo, hasta este momento en que escribo.
Eduardo aprovechó la ocasión para meterse en mi cuarto, cuando la tía había
salido hacia la feria de los sábados para conseguir verduras frescas, pescado y
carne. Esa vez, con una certera patada donde más les duele a los hombres
infames, lo saqué violentamente. Siempre mantuve ese secreto, y más aún cuando
me fui a la pensión, porque la tía Amalia no se merecía tal humillación.
En su lecho de agonía, ella me
agradeció por haber sido leal a las promesas. Su voz era un hilito a punto de
cortarse. Entonces valoré toda su valentía para perseguir sus sueños. Los
secretos que se divulgan terminan deformándose y se matizan con prejuicios que
para nada contribuyen al respeto por el otro.
Había sido muy perspicaz al interpretar, aunque sin corroborarlo, aquel
suceso. Porque hay miradas, hay señales que son pura intuición, pero se acercan
mucho más a la verdad. Ojos libidinosos de su compañero hacia mí. Cruce de
miradas furibundas sin un grito…
Alcancé a oír, cuando acerqué mi
oído una confesión. Tuve una aventura con el verdulero, pero esto es secreto
bien guardado. Pude contener una sonrisa y luego de una pausa, entre suspiros
entrecortados, dijo: No desperdicies tu tiempo. Disfrutalo, que la vida es
bella.
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