Enmarcaría las expresiones de aquella vez en una etapa adulta. Es que los
zapatos dejan huellas escondidas; sobre el borde del camino, una piedra nos
hace frente. Tiemblan en cada pisada y quieren prenderse a los rayos fugaces de
la fantasía.
Había dicho:
-La contundencia de las pancartas o el punto final de un relato.
-Marcha pesada e informe de los manifestantes.
-Grito uniforme de los prisioneros al paso de los uniformados.
-El contrapelo del puercoespín.
-La revuelta de los reclusos.
-La resaca de los apestados.
-El grotesco retrato de un guignol.
-La callada voz de los incautos.
-Las agrias voces de los resentidos.
Es que cuesta abajo, se iban secando las azucenas. Una historia de amor
concluía, porque emigraba. Pancartas y paro en el comedor universitario. La
bohemia de los estudiantes, un café y un poema en la servilleta. Teléfono
pinchado, quemazón de libros, revistas y folletos que era complicado tener y la
huida, siempre hacia el sur. ¿Por amor o por miedo? Hay peligro de ser
eliminados en la partida; un gambito sacrifica al peón, un salto en diagonal
sobre el tablero, una torre por donde espiar el afuera. Un payaso maldito en el
laberinto del terror.
No dejé escapar el tren. Por la ventanita veía cambiar la profusión de
verdes campos al amarillo paisaje patagónico y frío. Una paloma se posa para
mirarnos. El tiempo nos enseña a valorar la vida. Vago en los pliegues del
recuerdo y veo un gorrión asustado. Un gusano silencioso nos corroe, como esa
carcoma de la madera vieja. La ventanita es el límite. Una paloma con el ala
rota se refriega en el alféizar. Un zorzal me mira y parece comprender mi
soledad. Un gorrión se limpia las plumas y emprende el vuelo.
Parece que la vida, esa frágil circunstancia, nos pone a prueba y nos
tantea. Algunas veces va iluminando espacios, y en tantísimas ocasiones, va
oscureciendo zonas de luz. Finalmente, la vida dispone sin pedirnos permiso,
aunque cada cual puede decidir su rumbo. Y la luz, de sagrada belleza enmudeció
al sol. La iridiscente placidez me hizo tomar una decisión.
-Me doy de alta. -Le dije- Serán momentos de fantasía.
“Lleva de sombrero un origami azul que le cubre la cara; los pies están
sumergidos en el agua transparente del lago. Se esfuerza por aflojar las
piedras que lo sujetan a la orilla. Insufla el aire frío. El viento le quita el
sombrero. Se prepara con esmero, porque tiene agallas y es ahora un superhombre
vengador y anfibio, que al final, se libera. Sus pies no son pies, son aletas
de un gran pez que se zambulle y nada en dirección al dinosaurio orgulloso que
flota asomando su cabezota para otear el horizonte. Lo llaman Nahuelito.”
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