jueves, 13 de octubre de 2011

Nunca chatarra espacial ( última parte)

Ya es de noche; no podrá ver los campos sembrados de trigo, ni los alambrados o las tranqueras, ni las vacas blanquinegras. Las recuerda ramoneando o comiendo de los rollos de alfalfa diseminados por el llano, o echadas a la sombra de los eucaliptus que bordean el ingreso a una propiedad, sedientas, semidormidas.
Ella vuelve a su pueblo, que ahora se ha transformado en ciudad. Cierra los ojos y la nostalgia le dibuja imágenes de su infancia. Sus primas y ella, siguen los caminos que marcaron las babas de los caracoles entre los canteros de la abuela; ellas, colgadas de la tapia, espían al "viejo de los gatos", el vecino italiano y misántropo que cría y come gatos de los colores más raros, manjares que acompaña con achicoria de su quinta. Y luego se descuelgan al grito del huraño, a la par del estruendo de las banquetas que caen, las risas y los raspones de rodillas o de brazos.
Se ve con  todos sus primos que, en dicharachero pelotón desigual, de trenzas y pantalones cortos, van a la fiesta de los helados, seguidos, a distancia prudencial por sus madres atentas, las cinco hermanas, divertidas y compañeras de hazañas inenarrables. Sonríe y disimula, ahogando la risa al recordar esas siestas obligadas en el cuarto fresco con sus primas y la tía, la más joven y la más pícara, reprimiendo los ataques de risa, cuando el tío reclama, desde la otra habitación, silencio para poder descansar.
Se ve en el taller de la sastrería. Las tres eligen del muestrario las telas, una que les agrade para confeccionar un poncho para la muñeca articulada; recortan con la tijera del sastre, ésa que corta en zig-zag, para fabricar un sombrero para la única muñeca "piel de ángel", la más codiciada por las niñas.
El abuelo, firme sobre sus pies está encumbrado en la escalera indecisa sobre sus patas, encalando la pared trasera de la casa. Al lado, el gabinete de chapa cubre el bombeador que, ruidoso, ronronea para subir agua al tanque. Hasta puede oir el sonido del agua al caer.
De la mano de su padre, él va arrastrándola para ver a los potrillos en las caballerizas de la Sociedad Rural; pasan frente a ellos una moza jineteando un alazán y portando una bandera argentina; su pollerita tableada y bien planchada se sacude cuando aplaude a la holando-argentina premiada con su cucarda. Un prolijo peón de alpargatas y boina la exhibe. Pasa un toro negro campeón, con su cucarda, tirado por un gaucho de bombachas, rastra y botas bien lustradas. Pasa luego una gran oveja merino cepillada y adornada con cintas celestes y blancas y su cucarda, por supuesto, y el productor rural, orgulloso, que la guía. Finalmente, un gaucho en miniatura con un pony amarronado, también con su cucarda. Suenas los aplausos más fervorosos en el final. Se anuncia la próxima Fiesta Nacional de la Leche, a realizarse en el pueblo vecino. Le siguen jinetes portando estandartes: "Cabaña Las Mariposas", "Cabaña Las..." El chorro de agua y el aroma del café que se sirven a su lado, le interrumpen los recuerdos. ¡Ah!, sí, se acordó: "Las Lilas", y otros más, de miel, de chacinados y encurtidos, "Carnicería La Provinciana", "Haras La Inés", "Parrilla El Palenque".
Afuera se distinguen ya unas luces; la puerta del baño que se cerró de golpe la ha sobresaltado. El predio iluminado podría ser el del hipódromo, ¿o del autódromo? Piensa que al llegar caminará por las calles que recorrió cuando era niña; tratará de redescubrir sonidos, olores, sabores. ¡Pero está todo tan cambiado! El coche se detiene en un semáforo; no reconoce esa intersección, ni el semáforo. Avenida Marengo. No es en honor a un prócer, es el nombre del dueño de la fábrica de galletitas donde trabajaba su mamá, de soltera. La corta la Avenida Sarmiento. Esa sí la recuerda.
Piensa que deberá buscar a Susy en la mesa de entradas del Instituto Traumatológico, o tal vez, en el country donde vive, desde que se separó. También piensa que le resultará difícil encontrar la casa de la tía, la única sobreviviente de las cinco hermanas. ¿La reconocerá? Mucho más difícil será dar con el paradero de Miriam. Mañana será domingo, y quizás ella esté en el club, disputando un partido de tenis, o no. Si no la encuentra, estará en el Club de Campo, donde su nueva pareja se reúne con sus amigos. Será un largo peregrinar.
-No quiero caer como chatarra espacial -piensa, mientras desciende del ómnibus.
La noche está estrellada, aunque las estrellas se vean desdibujadas y tenues entre el prende-apaga de los carteles luminosos. El olor de la estación terminal, garrapiñadas, pizzas, manzanas acarameladas, frituras, todo se parece al olor habitual de cualquier ciudad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría conocer sus opiniones, percepciones y comentarios de las páginas de mi blog.