miércoles, 12 de octubre de 2011

Nunca chatarra espacial ( en dos entregas)

Una anciana elegante de sombrerito gris y gafas ajustadas sobre la nariz redonda y colorada, está sentada en el banco correspondiente a la plataforma Nº 57; sobre su falda oscura sostiene, primorosa y gentil, su cartera negra de terciopelo y metal.
Un señor maduro de traje beige un tanto arrugado, y sin corbata, llega portando un maletín y con su mano libre está, en todo momento, palpando el bolsillo superior del saco; tal vez revisa si aún lleva el boleto, si no lo ha perdido o se lo han robado. Tantea, alternativamente, en el bosillo interior, si está ahí su delgada billetera.
Una mujer de mediana edad, de pulposas carnes que se adivinan debajo del atuendo violeta, se acerca arrastrando una maleta diminuta; se detiene para contestar el celular que suena con música de salsa o merengue.
Un padre, se sospecha, entrega cual dos paquetes, a sus hijos, que seguramente han pasado unos días con la familia ensamblada, según lo haya estipulado el régimen de visitas por la potestad compartida.
Dos adolescentes despreocupadas conversan animadamente de pie y se ríen con desparpajo, mientras sostienen sus mochillas; de una roja con cierres rotos, asoman carpetas varias, y la otra, negra, está tachonada de broches, escudos y símbolos de amor, paz, muerte y bandas de rock. Tres o cuatro palabras se reiteran más y más, como si hasta allí llegara el vocabulario conocido: el "nada" parece ser la muletilla, o el nexo que resume y engloba todo lo que quieren expresar; lo que parece un insulto con el que  se tratan, se convierte en un gesto amigable, que se profundiza y las une en una cofradía secreta.
Un niño pequeño llega corriendo y ocupa el lugar junto a la anciana; su madre se apresura para alcanzarlo. Recomendaciones, retos, sacudones y un alfajor que saca de la caja con moño, que lleva en el bolso, lo aquietan finalmente.
Un joven de jeans gastados de fábrica y anteojos para miopes, lleva bajo su axila un libro; no puede leerse el título de la obra, pero sí puede percibirse que es un estudiante de Letras, o de Filosofía, de esos cuyos conocimientos parecieran contagiarse por ósmosis: del sobaco al cerebro. Se dirige al kiiosco y compra el diario local, porque aún hay tiempo antes de la partida.
Dos mujeres transpiran mientras llegan hacia el sector de embarque; ambas han hecho compras en el hipermercado nuevo de la ciudad; hoy es día de ofertas en lácteos y artículos de limpieza. Ellas, sobre todo, han adquirido esos productos tan necesarios para mantenerse jóvenes y bellas, y para que su hogar luzca  resplandeciente. Casi todo se ve a través de las bolsas plásticas. No parecen haberse acordado de sus esposos, porque no llevan crema de afeitar, ni colonias masculinas.
Llega otro, engominado al estilo de Paul Newman en "El golpe", que está muy atareado hablando por teléfono; ni siquiera disimula el motivo de su bienestar actual, entre la gente agrupada que lo escucha; parece ser un candidato para un cargo político, que está en la cumbre del éxito, porque ha conseguido promesas de fondos, para dar continuidad a las obras suspendidas; menciona también, que han confirmado a un fulano para el cargo de secretario técnico de ... No se puede escuchar más, porque los altoparlantes anuncian el arribo del coche Nº... con rumbo a ....Se produce una aglomeración frente al buche que acaban de abrir para despachar el equipaje.
Como un animal asustadizo en la jungla urbana, un muchacho minúsculo, se hunde cada vez más en su leve joroba y se esconde tras la pantalla de su monitor, sentándose en el banco más alejado. Es que la comunicación constituye una parte esencial de su existencia sin resplandor ni melodía; el brillo de la computadora es lo único que lo conmueve.
Llegan corriendo los últimos pasajeros; unos se secan el sudor con el dorso de la mano; otros avisan al chofer que les urge ir al baño antes de partir.
Ella lleva en su mano el boleto, ajado y blanduzco de tanto arrollarlo en su mano transpirada. Mira con interés el aspecto de los que la rodean; pugnan por subir y piensa que sería interesante viajar con alguien que converse, para que el viaje resulte más ameno. Tiene ganas de mirar a los ojos de alguien, de esas miradas que miran adentro de los ojos, y descubrir un signo de humanidad, aunque mal no sea, un diagnóstico, como cuando el oftalmólogo mira en nuestro interior. ¿Será una de las amas de casa, el señor precavido, una de las estudiantes, "el intelectual de sobaco"?
Suben con premura; hay voces agrias y airadas; hervor de palabras agudas, mientras cada uno ocupa su lugar. A ella le toca el último asiento, individual, el que suele usar para descansar el chofer que terminó su turno, junto al baño y al lado de la máquina expendedora de café. Será una complicación seguir la línea de sus pensamientos, sin interrupciones.

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