martes, 4 de octubre de 2011

Un boleto para Sevilla (última parte)

Plano en mano, voy acercándome a la Catedral. A lo lejos se la distingue, por su altura y su campanario, que ahora está llamando a la misa de las cinco. Beatas mujeres de negro, devotas con rosarios y señoras piadosas con mantillas. Poemas del Cante Jondo, cerca de la catedral. No son las mismas que trajinan por la feria de abril, el jolgorio y el pecado.
Me interno en la iglesia. Hay una atmósfera de religiosidad. Inciensos ceremoniales. Arte sacro y orfebrería de plata y oro repujado. Aguas bautismales en las pilas del portal. Una aljama en la mezquita de la judería. Todo me confunde, se superponen los estilos y los siglos. Lo gótico, lo mudéjar, el Renacimiento, todo, en una alquimia de cristianos y moros, una sinalefa y una sincresis sincopada, me ahogan y no puedo respirar... Salgo al Patio de los Naranjos y al Patio de las Abluciones. En el cielo azul se recorta la torre de la Giralda y el peso de los siglos.
Giralda, giraldilla, que gira como una veleta. Me acuerdo de la Maruja. ¿Qué hará?
Me recuesto a descansar. Por la ventana abierta sube el perfume de las flores del patio interior: malvones, geranios, azucenas, con todo el esplendor solariego. Está la Maruja en el baño. Primero me altera, pero después me arrulla hasta adormecerme.
-Sí, che, tú que eres una "mina"... ¿Cómo se dice? No sabéis lo que me pasó... Los gitanillos eran unos chavales muy graciosos, unos lazarillos, unos pícaros. Comimos como reyes, me sentí una Sultana de los alcázares, os digo. Huevos a la flamenca, en una caseta. Riñones al jerez, en otra. Cocido andaluz por la calle del Príncipe Gitano y "Paga Dios"... A correr entre los feriantes. Engañamos a los polizontes y lo único que lamento es que se me perdió la camelia. Seguro que la pisotearon en la carrera. Y acá estoy, purificándome, porque voy a ir a la iglesia de Santa Cruz pa' confesarme. ¿Vienes?
-No rezo... no me persigno... no soy la Virgen de la Macarena... quiero dormir ahora.
-Hasta luego, pues, y ¡Sálvese quien pueda! -me saluda y se coloca en la cabellera un geranio rojo que cortó del macetero del balcón.
Por la mañana, cuando el sol perla las frentes y templa los corazones, los don juanes se pasean por el Parque Murillo. Veo tantos, distingo a Don Juan Tenorio, al Burlador de Sevilla y a Tirso acompañando a José Zorrilla. Los persigo con la mirada, pura fibra, puro corazón. Al bajar una escalinata, un don Juan seductor me sorprende.
-¡Oh! Pero déjame verte...- y me abarca como un abrazo, tomándome por los hombros.
-¡Qué bonitos ojos!... Soy Miguel Angel, Profesor de Física, de la Universidad Complutense de Madrid.
-Y yo, Griselda, Profesora de Literatura, de la Universidad Nacional del Litoral, de Argentina -le contesto y me presento.
-No puedo dejar de mirarte. Esos ojos copiaron el azul del Mediterráneo -me siento cautivada en esos ojos brillantes, y envuelta en su mirada lujuriosa. Un beso entrometido me saca del embrujo, de repente.
-¡No! Me tengo que ir -y salgo corriendo por los jardines  y los senderos. Me vuelvo para ver si me sigue, pero no. Me hubiese gustado. Entonces, me voy por la tangente, como otras veces, y me pierdo en la Avenida Menéndez y Pelayo.
Después quiero ver la Plaza de Toros, pero es un escenario desierto que sólo invita a recrear escenas de cornadas, de sangre, de paños rojos y de bullangas. Me conformo con indagar ese mundo en el museo taurino, tan peculiar, que no conozco, que me es ajeno.
En las Reales Atarazanas, sogas, cordeles, carbelas sin popa para reparar, velas flameando al viento, veleros para estrenar, ballestrinques, mástiles arrumbados, esqueletos a maderamen desnudos, estructuras de paramento, rollos de esparto y de cáñamo, barcazas para calafatear, espátulas, pinceles, calabrotes, toneles de alquitrán y de resinas.
Camino luego hacia el Parque de María Luisa. Junto al monumento a Bécquer, las golondrinas ya se han ido, pero están las palomas que gorjean y se expulgan al sol, embelesando el entorno. En los lagos, nadan lols cisnes y hay mucha paz. Llego a la Plaza de España, donde la azulejería sevillana muestra todo su esplendor ilustrando todas las regiones. No podré conocer todas, pero a Sevilla retornaré. La postal dice: "Si visita Sevilla, volverá".
Voy de regreso y no ingreso al edificio del Archivo de Indias, ni al Hospital de los Venerables. Mejor, decido comer un plato de "pescaíto", cerca del Parque de la Infanta. Me doy cuenta: estaba hambrienta. Saboreo una clase de pescado exquisito.
-Mozo. ¿Qué pescado es éste, tan blanco, tan rico?
-Pues, ¡Hombre!, "pescao" - y no puedo decirle: "Soy mujer. No se trata así a una visitante", porque me deja boquiabierta, dándome la espalda para atender a un grupo de bulliciosa algarabía. Vahos de alcohol y cigarros en alegre algazara andaluza.
Bailan en mi retina las bulerías, los palmoteos, las panderetas y los colores. Respiro sonidos y olores que estimulan todos los sentidos, hasta la exacerbación, y voy dejando Sevilla ya.
Veo una esquela sobre mi cama: "Amiga: mañana me voy para Valencia, donde mi prima la solterona. Quiero conocer el mar. Hasta pronto."

"Maruja: y yo viajaré esta noche rumbo a Córdoba. Hasta siempre. Griselda".

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