viernes, 21 de octubre de 2011

Gaviotas en picada (última entrega)

-...Al llegar más cerca, comenzamos a ver un cuerpo flotando, hinchado. Era un ahogado de varios días ya. Los pelos flameaban, lentos, sobre las olitas suaves, hacia arriba, hacia abajo. La camisa parecía reventar. Dí un palmazo sobre el agua lisa para ahuyentar a las gaviotas que venían a posarse sobre el cadáver... y con la paleta del remo lo pinché y se hundió en la espalda blanda. Tenía unas zapatillas azules con cordones blancos, me acuerdo. Al darlo vuelta, la cara nos sobresaltó, porque ya no le quedaban los ojos, y la nariz, que parecía bastante prominente, estaba picoteada o mordida. Se podía ver hasta el hueso blanquecino. Los pejes, o los pajarracos, tal vez.
Los chicos se miran y en esa mirada parecen darse fuerzas, como si se apretaran las manos frías para acompañarse y seguir escuchando.
-...En una de las vueltas, apareció la mano derecha que había estado colgando, inerte, hacia abajo. ¡Animal!, me gritó Buby, cuando me estiré para sacarle el reloj, tironeando, tironeando. La mano, la muñeca y los dedos parecían a punto de estallar, hasta que logré sacarlo. Nos fuimos remando a brazo partido hasta la orilla, sin hablar.
Afuera la lluvia y el viento arrecian; los escuchadores, de frente, sienten el calor de la chimenea, pero por la espalda les corre un chorro de agua helada.
-Cuando llegamos miré con atención el reloj. Era uno sencillito nomás, de agujas y a cuerda, de esos que ya no se ven. La malla de cuero estaba reblandecida ya. Ahora todos son relojes digitales, a pilas, o a cuarzo, con un montón de chirimboilos, con alarma, con fecha, y con cronómetro. Lo dejé sobre la mesa de luz y traté de dormir, porque ese día, "intensidad", había sido la palabra para definirlo.
-¿Y después? -Ernesto pregunta impaciente, porque esa historia nunca la habían oído. Otros relatos de Don Teodoro, casi los sabían de memoria, pero justo ése, no.
-Había dormido a los sobresaltos y sobre todo, me había bañado en transpiración... -hace una pausa larga y parece detenerse y dejarlos con la intriga -Me desperté cuando ese reloj, sin alarma, sin embargo, sonó y en la pantalla titilaba una luz amarilla, y marcaba la hora: 15.05.
-Sería la hora en que murió, o que lo tiraron al río, o que lo mataron en una emboscada. ¿Quién sería el tipo? ¿Un contrabandista o uno de esos "patacheros" que andan en velero los domingos, pero no saben navegar? Quién sabe.
-Callate, Chimango, dejalo seguir.
-...Ese día, agarré ese reloj y lo fui a tirar al río, desde la playa de juncos. Lo revolié lejos, así se lo devolvía al muerto, que estaría flotando todavía, o tal vez ya lo habrían retirado. Ese reloj maldito pertenecía al río. Y cayó lentamente hasta el fondo, que no vi. Nunca más merodeamos por esos lados.
-Buby -continuó- había ido a buscar los zapatos del viejo. El zapatero remendón le había puesto media suela y chapitas en la punta y en el taco, y para entregarlos, los había envuelto en un diario. Mi hermano se acercaba exaltado señalándome la noticia que había recuadrado con un fibrón rojo: "Hallaron un cuerpo frente a las costas de Prefectura, Seccional Olivos". Leímos: "En el bolsillo trasero del pantalón, una libreta de enrolamiento casi destruida dejó leer el nombre: Evelio Espíndola, nacido en Gualeguay el 14/2/46. Se desconocen las causas del deceso, aunque ya se han iniciado las actuaciones del proceso de investigación".

Volvieron caminando casi sin hablar, hasta que Ernesto partió el silencio de la tardecita en parcas palabras.
-¡Pucha! Tendríamos que haberlo grabado, porque otra vez no nos va a contar esa historia.
-¿Te animás a escribirlo, Chimango?
-No sé.

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