sábado, 1 de octubre de 2011

A la hora del Angelus, del Magreb y de las Verbenas.

En Alicante me habían dado un plano a mano alzada, para visitar algunos sitios imperdibles en Granada.
Ya en el camino comenzaba a respirar ese aire morisco que había vivenciado mucho antes, durante las lecturas y las imágenes que había curioseado: el río Darro, los jardines del Generalife, la arquitectura mozárabe y todas las reminiscencias del origen del castellano, por qué se escriben con h, zanahoria, calahorra, almohada. Arabescos en los tapices. Siete siglos...
-¿Se dan cuenta? -les decía a mis alumnos. Heredamos parte importante de esa cultura, el regateo, el delito de soborno, vienen de ahí, junto con la oración del Magreb desde Marruecos, y las balsas de los desesperados indocumentados por el estrecho de Gibraltar.
Desde la ventanilla del ómnibus voy admirando el paisaje. En tren no hubiera podido hacerlo a mi manera. Sus cambios, que van desde las palmeras de la Explanada del Mediterráneo, los jardines perfumados de azahares, los aromas de las hiedras y Santa Rita del Castillo de Santa Bárbara, las higueras y los nísperos, hasta pasar por los almendros, los cerezos y los durazneros de la llanura.
A mi lado, la compañera del pasillo, una poblana de Albacete de ojos taciturnos; cuando le pregunto por el río por el que cruzamos, me dice: "el río". Sobre los olivares que se han helado y quedaron secos como pasas, inservibles para el consumo humano, me dijo: "pues, pa' pienso". Entre Murcia, Almería, Alhama, veo casas-cuevas, abandonadas taperas entre tanto erial. Se destaca allá lejos, Sierra Nevada. Aunque me lo imagino, igual le pregunto, para corroborar, y me responde: "la sierra"..., sin más referencias y sin emoción, como si ésa fuera la natural presencia que permaneció siempre en su horizonte.
La puerta de Elvira (¿se llamará así por la hija del Cid Campeador?) abre el paso hacia las caldererías y las teterías y a los giros que, como trompos, embrujan y fascinan. Atmósfera de ensueño. Hay moros morenos de frente altiva, rulos y aretes; miran con lascivia desde el marco de las puertas angostas de las tiendas, donde flamean sedas andalusí. Hacia la derecha, un turbante y una flauta quieren encantar a la cobra desencantada y dormida en una canasta; telas con bordados, brocatos, filigranas y terciopelos labrados se ofrecen con insistencia. En la calle de la Calderería Vieja flotan aromas de especias de Oriente, comidas afrodisíacas, sahumerios patchulí, narguilus humeantes; cuernos de la abundancia desgranan granos de café, de mostaza y de azafrán, y sacos de tabacos surtidos. Hacia adelante, doy vueltas, como una peonza, y me mareo en los vahos míticos de Andalucía y las gitaneadas del Cantejondo, mientras unos ojos negros desvergonzados me taladran, me desvisten y como cuchillos me desnudan hasta el alma. Y yo, atemorizada asombrada rubia de ojos claros y sola, bajo la vista y no encuentro la callejuela del Correo Viejo, y aprieto con las dos manos la mochila, para no perder la identidad, los datos, y las señas particulares.
Desde la ventana de una buhardilla, los sones del Genio de Ubeda están buscando el Boulevard de los Sueños Rotos, y desde un umbral con barandillas y escaleras de cedro, efluvios de tortilla española y bocata. Sigo buscando el albergue, hasta que un muchacho rubio menudo que camina por una calleja lateral me acompaña y me invita a tomar un té en Kasbah, pero no... Thanks, I like darky men.
El aire es magia; las voces guturales y agudas del mozárabe al-andaluz, se mezclan con el ruido de La Gran Vía de Colón a la hora del Magreb; en la puerta de Las Granadas  y en los bares de tapas, la cocina mediterránea o mexicana, un kepab sabroso, todo gira. Albahaca-Alharaca por las calles del Albaycín y no encuentro todavía el Palacio de Carlos V, ni la Sala de los Abencerrajes, pero sí me encuentra más tarde, a la hora del Angelus, una gitana en el portal de la Catedral. "Tienes un futuro de felicidad de ahora en más. Y si me das más euros, te cuento más". Una Soledad Montoya, que ya lavó su cuerpo con agua de las alondras, pasa a mi lado y me mira como diciéndome: "Ya tí, qué se te importa".
Como una fantasmagoría, pasa el rostro do Boadbil derramando lágrimas que van a dar al Darro, por la Calle de Las Angustias. Por la Cuesta de Gomérez sobrevuelan el alma de Federico y un coro de gitanas. La música de Manuel de Falla envuelve la silueta de Mariana Pineda y su bandera bicolor.
Una sopa de gazpacho al-andaluz se derrama, por descuido, sobre las taraceas. Al fin encontré el Palacio de Carlos V. Embrujo de filigranas de fino metal y estucos de arte mudéjar, como tul; setos prolijos de arrayanes y fuentes de aguas cantarinas; el Patio de la Sultana; los doce leones del zodíaco; bohemias de mayólicas; cúpulas, capiteles y columnas que no se derrumban, observan como testigos callados, allá desde la Alhambra, las sedas nazaríes, las guitarras granadinas y el flamenco. Por el Paseo de los Tristes, nuestra Señora de las Angustias y San Cecilio lloran mirando a la luna luna, luna de pergamino y la Cartuja embruja las tabernas y las tortillas del Sacromonte, ajo y pipirrama musulmana; casas-cuevas del Realejo, sefardí/maravedí por los baños árabes, las odaliscas de ombligo y seda barrocos de perlas torbellino me inquietan y me aturden. Un gato andaluz salta desde el portal de la Mezquita Mayor y pasa presto por mi izquierda. Siniestra suerte para mí, pero un coche veloz lo aplasta. Mala suerte para el gato!.
Salgo de la Bib-Rambla, por donde circulan las damas con sus ramitos de verbenas en el ojal, elegantes, salerosas, y caballeros apuestos de capa y galera, presumiendo...
-Un boleto hacia Sevilla; en ventanilla, por favor.

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