miércoles, 17 de agosto de 2011

Padre (última entrega)

-¿Y qué más?
Pareciera que las imágenes se escapan al infinito, como esas pompas de jabón que al tratar de tomarlas con la mano, se esfuman y sólo queda la ilusión y un poquito de humedad en la palma de la mano.

Un vaso lleno. Un vaso vacío.
Algunas veces, el vaso estaba lleno, como cuando en la Patagonia el viento fresco me pegaba en la cara curtida por el sol, mientras abría caminos y el olor de los matorrales mustios despedía sus últimos aromas al costado de la senda polvorienta.
Otras veces, el vaso quedaba vacío y lo volvia a llenar, mientras en la gamela con los muchachos de la obra, pasábamos las horas entre cartas, apuestas, anécdotas y nostalgias.

Un vaso lleno es dulce
y te da gran alegría.
Un vaso vacío
es triste.
Sólo
hay
que
 llenar
y beberlo
hasta el final.

Llueve. Hay poco trabajo; nos pasamos el día jugando al truco o escribiendo luengas cartas a lejanos amores imposibles; mientras, afuera sopla un gélido viento que se lleva las últimas hojas, algún paraguas y un diario viejo.

Encontré en el baúl de los recuerdos algunas cosas que tu padre escribía cuando se sentía abrumado y sólo el alcohol colmaba los huecos de su soledad.
"... en ese tremendo río, que competía con el Nilo en tamaño y no en hipopótamos, él alguna vez había palpado la blanca arena, los secos excrementos del ganado, el duro pasto azotado por el viento y había sentido en la piel los rayos del sol septentrional, verticales, quemantes.
Ahora ya se había caído el último grano de arena de sus sandalias agujereadas; su piel se blanqueó en los humbredales de las bibliotecas escondidas y sólo perduraba su recuerdo, como un archivo de olvidados y apretados recuerdos.
Fue entonces, cuando sintió el frío de la muerte en su cuarta costilla y se encogió en su esterilla.
A la tarde de ese mismo día, decidió recorrer sus ancestros, preparó su carro de guerra, tomó su alforja y su corto puñal. Llenó la vejiga con bebida para la larga marcha de tres días a través del desierto...
Fue en ese momento que algo extraño le pasó, quedó como suspendido en el tiempo. Saltó a su carro y bajo las nubes, iluminado por un relámpago y acompañado por un trueno, partió".   

-Mamá, pero yo nunca lo vi escribir.
-Acá en el sur dejó de escribir y dejó de pintar. Yo una vez le puse en el plato un ramito de nomeolvides para sustraerlo de los abismos en que caía.
-Como dice la canción flamenca:
"Que cómo quieres 
que amemos,
si no comemos.
Que cómo quieres
que cantemos,
si no amemos".

Un rostro de mujer, enmarcado en una larga cabellera negra. Un solo ojo, como una oscura oquedad. Una boca roja, cerrada e indiferente. Un hombro sensual, marmóreo. Betún sobre cartón rígido en bastidor negro.
El cuadro y su sombrero de fieltro nos recuerdan su presencia. 

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