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sábado, 24 de octubre de 2015

Dinosaurios

El tiempo pasa, 
simple manera de decir.
Llevo un dinosaurio en mis entrañas
que devoran milenios, siglos, años,
toda la selva
y hasta un árbol repleto de frutos maduros.
Tu hijo lleva dentro un triceratop
que engulle años, uñas y una brizna de pasto.
Tus nietos llevarán un saurio gigante
que roe con fruición las raíces escasas
que se niegan a morir en el erial,
saciándose después con sus cartílagos y sus huesos,
para inmovilizarlos.
Las aves carroñeras harán su parte:
los deglutirán sin culpa.
Acá estoy, sacudiendo mi cola portentosa
para espantar a los que me perturban cada día.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Éstas no son sólo sensaciones

Ustedes imaginan una meseta árida, cuarteada, reseca, llena de grietas, rescoldos, humaredas, osamentas y cenizas, donde los esqueletos deambulan sin un norte, llevando un espino entre las falanges. Así se va transformando todo aquello, la vida que era antes.
Como testigo, y desde lo alto, veo pasar la vida, amarrada a mi globo rojo. La primera historia podría ser breve como un micro-relato, pero procuraré internarme en los vericuetos de la mente de los protagonistas, para entenderlos en su pesar.
Ella es etérea y suave como si fuera de terciopelo crudo, es también soñadora como una pompa de jabón que vuela destellando al sol, hasta que estalla unos metros más allá. Él , el que la lleva de la mano en la subida, la complementa, porque es de esas personas que saben muy bien dónde pisan y adónde van, luego de haber sopesado las ventajas y las dificultades, antes de tomar un rumbo.
No es precisamente un romántico, pero esta nochecita accedió sin más, a los deseos de ella. La luna aparecerá sobre el lago y será grande y roja, como si estuvieran viendo una tajada de corazón de una sandía con todas sus semillas, dulce y sabrosa.
El sol va escondiéndose tras los cerros hacia el oeste. Las audaces sombras, como fantasmas, van oscureciendo el sendero que transitan. Detrás de los arbustos ya se disponen al reposo las liebres y las alimañas. Se oyen los suspiros del bosque, cuando el follaje se mece con la brisa. El chistido de un búho se divierte desde la rama de un tronco seco, al observar los ojos de miedo de ella y los cabellos rubios, que flotan asomando debajo de la gorra de lana.
Ellos están absortos al ascender las estribaciones del cerro. Desde los matorrales saltan dos figuras oscuras y encapuchadas que los sorprenden.
-¡Dame el celular, guacha! Y no te retobes- De un manotazo le quita el móvil y le desgarra la manga de la campera. La empuja de espaldas, le quita con violencia los pantalones, el calzado, la bombacha, y la dignidad. La sacude por breves instantes, hasta que logra descargar su lujuria, y carga después el botín.
-¿Y vos, tarado, largá la billetera y las llaves del auto! -El otro lo amenaza con una navaja en una mano y le retuerce un brazo con la otra. El muchacho puede ver cómo la chica se defiende, grita y patalea, mientras el agresor la golpea en las mejillas, en las nalgas y en el pecho. Él no puede gritar ni zafarse: está inmovilizado, recibe una fuerte patada en el estómago. 
La luna roja ya ha salido, cuando los dos muchachos se escapan en la espesura.
Podría haber sido un graffitti, de esos que vemos en los paredones: "Quise ver la luna llena y me asaltaron. Esto no es sólo una sensación".

La segunda historia podría llamarse: "Una de piratas"
-Está presa por abandono de persona -afirmó el juez subrogante.
-Su bebé murió por inanición. La madre no fue capaz de tratar la desnutrición de sus nueve hijos, de padre desconocido -completó.
-El Estado se acordó de la ciudadana únicamente cuando decidió aplicar la justicia -dijo el abogado defensor.
-La mujer no cumplió con sus derechos de madre -acotó el fiscal.
-¿Cuál es la condena? -preguntó el movilero.
-Dieciocho años -contestó el carcelero.
-Señora, ¿Qué sabe usted de sus otros hijos?
-No sé, no los vi más. No me acuerdo cuánto hace que estoy aquí, ni cuánto falta para salir -contestó la rea.
Enganché mi globo rojo en la rama del aromo que cubre, casi con vergüenza, la tumba del angelito. La madre había arañado la tierra estéril con sus manos, con sus uñas y con sus lágrimas había ablandado esa costra dura, que se negaba a recibirlo a la vera del camino, esa tarde nefasta cuando se le murió en sus brazos.
-No llores, falta poco, casi veo el edificio del hospital. Ahí te van a ayudar -le había dicho a su criatura, pero no le alcanzó ni el tiempo, ni la distancia, ni la desolación.
En la pantalla de televisión, una placa denuncia la trayectoria de los miembros que componen el Poder Judicial del territorio. Una provincia olvidada en los remolinos del viento seco y la tierra cuarteada y devastada.
-Dra. Eduviges Dávila Luna de Ramos, presidente del Poder Judicial, cuñada de la esposa del ex-gobernador.
-Dr. Cátulo Abel Tuñón Ervitti, profesor de una universidad privada donde estudian los hijos del empresario, a cargo de las obras viales que construye la provincia, con fondos de Nación.
-Dra. Julia Ester Olmos Carrión, amiga de la madre del Ministro de Relaciones Públicas de la provincia.
-Dr. Ramón de las Mercedes Argüello, egresado hace dos años de la facultad de abogacía, y novio de la hija del actual gobernador.
-Los otros dos jueces, los doctores Oviedo, Manuel y Catalán del Barco, Aníbal, perduran en los estrados no oficialistas y provienen del período gubernamental anterior.

La tercera historia que más temprano vi, podría ser un informe policial que finalizaría más o menos así: "...por el secreto del sumario no es posible suministrar mayor información, porque aún estamos tras la pista de los delincuentes"
La viuda transitaba por los caminos internos del cementerio muy lentamente, como lentas eran las lágrimas que caían y le velaban la vista. En el asiento del acompañante, su cartera ajada y maltrecha, un ramo de violetas perfumadas y otro de tulipanes mojados por el rocío.
Las nubes comenzaban a chisporrotear flamas naranjas entre los mausoleos monumentales; un trueno amenazante se descargaba por la avenida de enhiestos pinos y tumbas sin nombre. Una mandrágora y un sicomoro gritaban cuando el viento se violentaba; las flores resecas y los papeles se estampaban contra las estatuas de los ángeles tumefactos y los semblantes atrapados en los porta-retratos de los nichos.
Se secó la cara y respiró profundo. Retiró los dos ramos y se encaminó hacia la tumba del difunto. Las flores que había llevado la vez anterior, ya estaban marchitas y habían sido arrancadas por el ventarrón. Sólo debió cambiar el agua del jarrón que olía a podrido y se dirigió hacia la canilla que goteaba, a pocos pasos. Estaba limpiando con su pañuelo húmedo la placa de bronce, cuando alcanzó a oir el ruido de su coche que arrancaba, dejándola en la más completa soledad, en la infinita ciudad de los muertos.

 

sábado, 29 de octubre de 2011

Un moscardón cargoso entre lengüetazos y caricias.

Estornudó fuerte y en esa violenta exhalación expulsó polvo y babas. Tenía en la boca un sabor a tierra humedecida, como cuando empieza a llover y el campo despide todos los aromas, los de los pastos sedientos que sacuden la sequía prolongada, de meses, y se renuevan con la garúa que cae mansa. Sintió con la lengua, en la comisura derecha, un surco y un hilito de costra. Otro impulso de tos y de catarro le hizo abrir los ojos que no querían abrirse, y apenas vio, a ras del suelo, el rocío sobre las hojas pinchudas de la gramilla. Cerró fuerte los ojos, apretó los párpados hasta el dolor y los abrió nuevamente. Las gotitas de rocío sobre las hojas de la hierba, transparentes, se sostenían en equilibrio sobre los extremos agudos, y ya se deslizaban lentas, hacia abajo. Chupó también unas gotas frías que descendían por la nariz; era salobre el sudor. Se preguntó, entonces, qué hacía ahí.
Desde esa perspectiva, podía ver sólo un segmento liso, un rectángulo ocre y verde, pero no más allá. Entonces imaginaba que el campo empezaba a renacer, cuando una claridad tenue asomaba entre las pestañas y le hacía cerrar los ojos, una y otra vez. Una franja rosada se distinguía allá lejos; eran los cardos que en esa época acababan de florecer. En la copa de un algarrobo gritaba un chajá y arriba de él "cucurreaban", se arrullaban, las torcazas. Desde el polvo divisaba un pájaro que se posó en un poste  y las gallináceas pardas andaban picoteando en el pastizal húmedo. Un tero chillaba muy cerca, y después ya eran dos. Sería primavera, cuando nacen los pichones y ellos tienen que cuidar el nido, porque suele haber extraños forasteros merodeando. Las palomas rumoreaban en ruidoso despertar. Debían ser muchas en el árbol que no veía, el que ahora empezaba a extender sus brazos para brindarle sombra y frescor.
Había sido una noche agradable y los olores nocturnos eran intensos, agrios, dulces, pegajosos. A la china le gustaban esas noches, su perfume y la cadencia de los sonidos, cuando aparecen las luciérnagas y cantan los grillos. Le dio el gusto a la moza y la llevó a ver la luna llena, grande como un queso que asomaba por el naciente. Ella se puso querendona, se le fue la "ariscura" y se dejó tratar. Se cobijaron abajo del piquillín y él la cubrió con las pilchas, después la destapó para verla mejor en la claridad de la noche. Era octubre, quizás.
Un moscardón gordo, negro, casi verde tornasol le zumbaba alrededor de una oreja, molesto, y se posaba sobre esa costra encima del bigote que seguía por los labios.

-Algo debe haber pasado, Liborio. Si el muchacho dice que va a venir, viene. Buscalo -le reclamó.
En el silencio abrumado, ensilló el moro, montó de un salto, la saludó con la fusta y se fue al tranco para el lado del rancherío de los Maidana. Pensaba que el hijo se había "empedado" en el camino y se quedó dormido, o tal vez andaba otra vez entreverado en líos de polleras.
-¡Juera, Negro! -el perro, su compañero ladraba y rascaba la tierra frente a un socavón. Una vizcacha o un zorrino... Tan flaco estaba el "Malón" que mejor podría dedicarse a perseguir liebres. Para esa época eran muchas las que correteaban asustadizas y atentas con las orejas paradas e inclinadas hacia un lado y otro.
Iba siguiendo el camino inverso al recorrido que debía haber tomado el hijo, desde los campos de Escobar hasta el "fondo de la legua". Si había salido a la madrugada, antes del atardecer, a más tardar, tendría que haber llegado a las casas. El pangaré es un buen flete, de boca blanda, ligero para el trote corto, viejo y fiel, aunque corcoveador cuando se asusta de nada. Y el Pitanguá, un perro bicho y compañero.
No había rastros de ellos, menos ahora que los maizales se elevaban, verdes, a ambos lados del camino.
No sólo el moscardón cargoso lo inquietaba, los lengüetazos del perro le acariciaban la frente y los suaves empujones de su pingo, constantes y tesoneros, cabeceando, lo mantenían despierto. Todavía no comprendía qué hacía ahí, en esa posición tan incómoda, en torsión, apoyado sobre un hombro inmóvil.
El Pitanguá oyó un trote entre el bicherío de la tarde, chicharras y graznidos de atávicos fatalismos, estiró las orejas y olfateó hacia el poniente. Una polvareda se elevaba en la resolana picada de tábanos y flotaba en el aire calmo, con el rumor silvestre. Hasta allá fue corriendo en un alboroto de ladridos y latigazos de su cola. Enseguida apuró el paso y galopó hacia donde el perro lo llevaba.
-¡Hijo! -gritó mientras desmontaba.
Pero el hijo no entendía, sus ojos abiertos no veían, estaban traslúcidos y cancinos, en una larga abulia, sin ver ya, junto a la piedra gorda y ensangrentada que asomaba debajo del algarrobo.


viernes, 12 de agosto de 2011

La serpiente y las embajadas.

Encanto y hechizo de sikus, charango, un huayno, yaraví de quena, tambor de piel de puma, como una quimera, es fiebre de ensueños, alucinaciones de coca y maraña de las selvas perdidas y secretas.
Iram Birgham, hipnotizador de Melchor Arteaga, por una moneda, por un sol, descubrió desde la ceja de la selva profunda, los vestigios de la ciudad fantasma, testimonios del monumental Inca, majestuosos templos y rocas sagradas.
La neblina va despejándose en Ollantaytambo y el grandioso sol del Perú ilumnina al rumoroso Urubamba, plata torrencial, sueño de orquídias, cedros, romerillos; el amor del hijo del inca por la joven quechua. Quiñuas y laureles idolatran al amor.
Inktipunku místico y ritual se yergue entre la niebla que allá arriba permanece densa y quieta. Se abre la puerta del sol hacia el esplendor de Machu Picchu, la pirámide trunca de la montaña vieja. Los temporales de lluvia y lodo ya han pasado como torrentes y vías de escape. No hay peligro, ni vértigo, ni barro ancestral.
Intihuatana, "donde se amarra el sol", expande toda su energía hacia los cuatro puntos. Norte, sur, este y oeste imperiales. El Templo del Sol es el que indaga a los astros del firmamento; el Templo del Cóndor es una gran masa pétrea de alas majestuosas esculpidas; el Templo de la Pachamama está callado y terco para ofrendar a la tierra; hasta los calabozos y los nichos de encarcelamiento, todo. Todo parece mantener un orden eterno.
Un mítico silencio granítico viene a explicar el magnetismo ritual y místico de las tres ventanas, de las deidades supremas. Tres, número mágico, tres guardianes del mundo de arriba, del presente y del inframundo; protector de la libertad, el cóndor; custodio de la fuerza, el puma; vigía de la inteligencia, la serpiente. Chacana de granito verde de equinoccios y solsticios.
Coherencia de volúmenes, de piedras superpuestas, milimétricas, sin rueda, coordinación de los trabajos, las calzadas, las escalinatas, los sudores, los pórticos, las graderías, los canales y los ductos, las terrazas, las qolqas y los graneros. Andenes, anfiteatros, explanadas, murallas, observatorios, atalayas, labores titánicas, morteros, tinturas y torreones. Todo parece transmitir aquiescencia, un bálsamo que trasunta paz en las aguas claras y mansas que fluyen.
-Inti, Quilla, Chaska, Illaka, te invocamos.
-¡Sáciate, halcón! Sacsayhuaman! -es el grito ritual de las moles mudas que contornean al puma y los murallones erizan su plumaje.
-¡Pásate el cuy! Conejillo de los Andes, quítame los maleficios, la fatiga, el dolor y las penas.
-Apacheta de piedras apiladas, Pikillacta de piedras pequeñas adheridas al barro de los tiempos.
-Chicha, pisco, cerveza y hojas de coca para la Madre Tierra.
-Inti Raymi de Sacsayhuaman, ofrendemos al Padre Inti por la multiplicación del ganado y las buenas cosechas de papa y maíz; Vírgenes del Sol, llamas y pastoras, tejidos del arco iris.

-¿Le interesaría el ascenso al Wayna Picchu?
-No, lo he estado pensando, pero sé que no podría disfrutar ni del paisaje, ni del asombro.- La montaña joven, una pirámide con senderos de caracol en vertiginoso ascenso por la ladera enhiesta; hacia abajo, un abismo inconmensurable de verde profundo y difuso. -No, no sería capaz.
Selva lujuriosa de escalones enmohecidos y naturaleza virgen de flores y pájaros cantores, en el regreso.

-Le dejo la carta -la camarera extiende el listado: locro carretero, pollo al plátano, especialidades culinarias de cuy, rajas de queso de chivo con papas al rescoldo -Le recomiendo cuy asado con batatas.
-No voy a comer cuy; prefiero trucha del Urubamba con humita salada, zumo de limón y de postre, fresas en almíbar de maíz morado.
Concluida la comida, las pozas de aguas termales del manantial son un descanso para el cuerpo exhausto. Aguas tibias, cabeza en reposo, ojos cerrados, aunque por la mente pasan rápidas imágenes. Piedras, cobres, joyas, cerámicas, objetos ceremoniales y huesos de ñustas, las mujeres elegidas para servir a los dioses, y también a los incas.

Hoy esos tesoros están en un museo de Nueva York.
La serpiente de los incas, las supercherías, la diplomacia, los equecos, los talismanes, las embajadas y los fetiches, los harán retornar.