viernes, 16 de noviembre de 2012

Éstas no son sólo sensaciones

Ustedes imaginan una meseta árida, cuarteada, reseca, llena de grietas, rescoldos, humaredas, osamentas y cenizas, donde los esqueletos deambulan sin un norte, llevando un espino entre las falanges. Así se va transformando todo aquello, la vida que era antes.
Como testigo, y desde lo alto, veo pasar la vida, amarrada a mi globo rojo. La primera historia podría ser breve como un micro-relato, pero procuraré internarme en los vericuetos de la mente de los protagonistas, para entenderlos en su pesar.
Ella es etérea y suave como si fuera de terciopelo crudo, es también soñadora como una pompa de jabón que vuela destellando al sol, hasta que estalla unos metros más allá. Él , el que la lleva de la mano en la subida, la complementa, porque es de esas personas que saben muy bien dónde pisan y adónde van, luego de haber sopesado las ventajas y las dificultades, antes de tomar un rumbo.
No es precisamente un romántico, pero esta nochecita accedió sin más, a los deseos de ella. La luna aparecerá sobre el lago y será grande y roja, como si estuvieran viendo una tajada de corazón de una sandía con todas sus semillas, dulce y sabrosa.
El sol va escondiéndose tras los cerros hacia el oeste. Las audaces sombras, como fantasmas, van oscureciendo el sendero que transitan. Detrás de los arbustos ya se disponen al reposo las liebres y las alimañas. Se oyen los suspiros del bosque, cuando el follaje se mece con la brisa. El chistido de un búho se divierte desde la rama de un tronco seco, al observar los ojos de miedo de ella y los cabellos rubios, que flotan asomando debajo de la gorra de lana.
Ellos están absortos al ascender las estribaciones del cerro. Desde los matorrales saltan dos figuras oscuras y encapuchadas que los sorprenden.
-¡Dame el celular, guacha! Y no te retobes- De un manotazo le quita el móvil y le desgarra la manga de la campera. La empuja de espaldas, le quita con violencia los pantalones, el calzado, la bombacha, y la dignidad. La sacude por breves instantes, hasta que logra descargar su lujuria, y carga después el botín.
-¿Y vos, tarado, largá la billetera y las llaves del auto! -El otro lo amenaza con una navaja en una mano y le retuerce un brazo con la otra. El muchacho puede ver cómo la chica se defiende, grita y patalea, mientras el agresor la golpea en las mejillas, en las nalgas y en el pecho. Él no puede gritar ni zafarse: está inmovilizado, recibe una fuerte patada en el estómago. 
La luna roja ya ha salido, cuando los dos muchachos se escapan en la espesura.
Podría haber sido un graffitti, de esos que vemos en los paredones: "Quise ver la luna llena y me asaltaron. Esto no es sólo una sensación".

La segunda historia podría llamarse: "Una de piratas"
-Está presa por abandono de persona -afirmó el juez subrogante.
-Su bebé murió por inanición. La madre no fue capaz de tratar la desnutrición de sus nueve hijos, de padre desconocido -completó.
-El Estado se acordó de la ciudadana únicamente cuando decidió aplicar la justicia -dijo el abogado defensor.
-La mujer no cumplió con sus derechos de madre -acotó el fiscal.
-¿Cuál es la condena? -preguntó el movilero.
-Dieciocho años -contestó el carcelero.
-Señora, ¿Qué sabe usted de sus otros hijos?
-No sé, no los vi más. No me acuerdo cuánto hace que estoy aquí, ni cuánto falta para salir -contestó la rea.
Enganché mi globo rojo en la rama del aromo que cubre, casi con vergüenza, la tumba del angelito. La madre había arañado la tierra estéril con sus manos, con sus uñas y con sus lágrimas había ablandado esa costra dura, que se negaba a recibirlo a la vera del camino, esa tarde nefasta cuando se le murió en sus brazos.
-No llores, falta poco, casi veo el edificio del hospital. Ahí te van a ayudar -le había dicho a su criatura, pero no le alcanzó ni el tiempo, ni la distancia, ni la desolación.
En la pantalla de televisión, una placa denuncia la trayectoria de los miembros que componen el Poder Judicial del territorio. Una provincia olvidada en los remolinos del viento seco y la tierra cuarteada y devastada.
-Dra. Eduviges Dávila Luna de Ramos, presidente del Poder Judicial, cuñada de la esposa del ex-gobernador.
-Dr. Cátulo Abel Tuñón Ervitti, profesor de una universidad privada donde estudian los hijos del empresario, a cargo de las obras viales que construye la provincia, con fondos de Nación.
-Dra. Julia Ester Olmos Carrión, amiga de la madre del Ministro de Relaciones Públicas de la provincia.
-Dr. Ramón de las Mercedes Argüello, egresado hace dos años de la facultad de abogacía, y novio de la hija del actual gobernador.
-Los otros dos jueces, los doctores Oviedo, Manuel y Catalán del Barco, Aníbal, perduran en los estrados no oficialistas y provienen del período gubernamental anterior.

La tercera historia que más temprano vi, podría ser un informe policial que finalizaría más o menos así: "...por el secreto del sumario no es posible suministrar mayor información, porque aún estamos tras la pista de los delincuentes"
La viuda transitaba por los caminos internos del cementerio muy lentamente, como lentas eran las lágrimas que caían y le velaban la vista. En el asiento del acompañante, su cartera ajada y maltrecha, un ramo de violetas perfumadas y otro de tulipanes mojados por el rocío.
Las nubes comenzaban a chisporrotear flamas naranjas entre los mausoleos monumentales; un trueno amenazante se descargaba por la avenida de enhiestos pinos y tumbas sin nombre. Una mandrágora y un sicomoro gritaban cuando el viento se violentaba; las flores resecas y los papeles se estampaban contra las estatuas de los ángeles tumefactos y los semblantes atrapados en los porta-retratos de los nichos.
Se secó la cara y respiró profundo. Retiró los dos ramos y se encaminó hacia la tumba del difunto. Las flores que había llevado la vez anterior, ya estaban marchitas y habían sido arrancadas por el ventarrón. Sólo debió cambiar el agua del jarrón que olía a podrido y se dirigió hacia la canilla que goteaba, a pocos pasos. Estaba limpiando con su pañuelo húmedo la placa de bronce, cuando alcanzó a oir el ruido de su coche que arrancaba, dejándola en la más completa soledad, en la infinita ciudad de los muertos.

 

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